Issac el Sirio sobre el intelecto caído del hombre

Veamos los siguientes textos de Issac el Sirio sobre la naturaleza caída del intelecto: Porque nuestros Padres, quienes caminaron este camino, sabían muy bien que nuestro intelecto no se encuentra todo el tiempo en vigorosa salud…Ellos habían ido al desierto, donde no hay nada que pueda ser ocación para las pasiones…Quiero decir que no había ocación para el enojo, la lujuria, sino se posibilita el recuerdo sobre lo malo y la gloria; y que ambas razones son necesarios mínimos para emigrar al desierto (PR 78 [536-538]). Más adelante escribe: Si deseas perseverar en la quietud, comienza a ser como un Querubin, quien no toma ningun pensamiento de esta vida, y focaliza su mente en nada que exista en esta tierra, sino que solo en Dios a quien solo presta atención (PR 18 [153]). Una y otra vez advierte sobre las pasiones: Muchas personas han realizado grandes cosas – resucitado a los muertos, se han esforzado trabajando por la conversión de los equivocados, y realizado grandes maravillas. Sin embargo, después de todas estas cosas, esta misma gente, que evitó que otro calleran en las abominables pasiones y se matarán a sí mismos, han llegado a convertirse en escollos para muchos una vez que sus acciones han sido manifestadas. Y es que ellos eran enfermizos en el alma, y en vez de preocuparse de sus propias almas, se habían arrojado al oceano de este mundo para sanar el alma de los otros, pero estando todavía enfermos ya que habían perdido sus almas y perdido la confianza en Dios (PR 4 [46]). Antes que el trabajo apostólico el herémita ha de cuidar sobre sus propios pensamientos y purificar su intelecto: Por la mortificación de sus miembros que están sobre esta tierra, y siguiendo las aseveraciones apostólicas, ellos deben ofrecer a Dios un sacrificio  puro y sin manchas de sus pensamientos, los primeros frutos de sus siembras, y también la aflicción de sus cuerpos por su paciente resistencia de los peligros en vista de su esperanza futura. La disciplina monástica rivaliza con la de los ángeles. No es justo abandonar esta celestial cosecha y adherirse a las cosas materiales (PR 18 [147-148]). La quietud es la deliberada negación de las palabras con el objetivo de alcanzar el silencio interior, dentro del cual la persona puede escuchar la presencia de Dios. La quietud, como San Basilio dice, es el comienzo de la purificación del alma. Porque  cuando los miembros exteriores cesan de su actividad exterior y de las distracciones causadas por estas, entonces la mente se aleja de estas distracciones y pensamientos exteriores y se instala silenciomente en ella misma, y el corazón se despierta de las deliberaciones exteriores que habitan en el alma (PR 35 [243-244]). 

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.