Filón de Alejandría sobre los vestidos del sumo sacerdote (6)

Volvemos al significado simbólico de los
vestidos del sumo sacerdote (aquí, aquí, aquí y aquí)  de acuerdo al De Vit. Mos. II, 131-135. En estos
números se nos recuerda que la tiara sumo sacerdotal ubica a este personaje por
sobre reyes. Tales son las enseñanzas que
Moisés dio a conocer a través de la sagrada vestidura. Sobre la cabeza del
sacerdote colocó, en vez de una diadema, un turbante, por entender que durante
el ejercicio de sus funciones el consagrado a Dios como sacerdote es superior
no sólo a todos los hombres comunes sino también a todos los reyes (131).

En la parte
superior del turbante está la placa de oro sobre la cual se hallan grabados los
caracteres de las cuatro letras en las que, se nos dice, se expresa el nombre
del Que Es; significando que es imposible que ser alguno de cuantos existen
perdure sin invocarlo, ya que es Su bondad y Su potencia propicia lo que da
consistencia a todas las cosas (132). Vistiendo estas prendas y ornamentos es
como se dirige el sumo sacerdote para cumplir las sagradas funciones, a fin de
que, cada vez que ofrece las ancestrales plegarias y sacrificios, el mundo todo
entre junto con él a través de las representaciones que del mismo lleva sobre
sí, que son: del aire la túnica que llega hasta los pies; del agua las bellotas
de granada; de la tierra los bordados de flores; del fuego el color escarlata;
de los dos hemisferios, por sus formas semejantes a ellos, las esmeraldas
circulares puestas en lo alto de los hombros, en cada una de las cuales hay
seis grabados; del zodíaco, las doce piedras distribuidas en cuatro hileras de tres
sobre el pecho; y de aquel que todo lo conserva y administra, el lugar del
logos. La razón de tal compañía es la necesidad de que quien ha sido consagrado
al Padre del mundo recurra a la intersección de Su hijo, perfectísimo en sus
excelencias, para recabar el olvido de las faltas y la provisión de bienes abundantísimos
(134). Y quizá también lo que Moisés persigue es enseñar al servidor de Dios
que, si bien está más allá de sus posibilidades el ser digno del Hacedor del
mundo, al menos puede intentar ser permanentemente digno del mundo; y que, pues
viste prendas que son representación de éste, es su primer deber el llevar
grabado el modelo en su inteligencia y transformarse, en cierto modo, de hombre
en la naturaleza del mundo; y, si es lícito decirlo (y lo lícito cuando se
trata de la verdad es no mentir), ser un pequeño mundo (135).

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.