Los creyentes y el nous liderados por el Espíritu
Los creyentes movidos por el Espiritu Santo, reciben un poder superior al del Pecado si es que llevemos una vida nueva (Rm 6,4) y permitimos que el Espíritu nos guíe (Gl 5,25). Este proceso de transformación es definido en 2Cor 4,16: Por tanto no nos acobardamos: si nuestro exterior se va deshaciendo, nuestro interior se va renovando día a día. Es Cristo quien nos rescata del poder del Pecado: Gl 1,4-5; Rm 3,21-26; Col 1,13-23; Ef 1,7-12; Tit 2,11-13. Así por ejemplo: Lo que no podía hacer la ley, por la debilidad de la condición carnal, lo ha hecho Dios enviando a su Hijo, en condición semejante a la del hombre pecador para entendérselas con el pecado; en su carne ha condenado al pecado (Rm 8,3). En Gl 4, 4-5: Pero cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para que rescatase a los que estaban sometidos a la ley y nosotros recibiéramos la condición de hijos.Cristo ha asumido la condición humana sometida al Pecado para combatirlo efectivamente, aunque esta similitud no es completa porque Jesús no ha pecado. Precisamente porque Cristo no peco es que su muerte adquiere el carácter de sacrificio (Rm 3,25; 5,9; Ef 1,7; 2,13, Co 1,20) por nosotros (Rm 5,6-8; 832; 2Cor 5,14.21; Gal 2,20; 3,13; 1Tes 5,9; Ef 5,2.25) y por nuestros pecados (Rm 4,25; 8,3; 1Cor 15,3; Gl 1,4). La muerte de Jesús fue eficaz contra el Pecado precisamante porque él no había pecado. Lo que Cristo es hoy, todos lo seremos en la parusia. Jesús representa a la nueva humanidad llegando a ser el dador de vida y Espíritu (1Cor 15,45). La unidad funcional entre el Espíritu y Cristo se manifiesta de manera tan íntima como en frases tales como 2Cor 3,17: El Señor es el Espíritu. El Espíritu es recibido (1Cor 2,12; Gl 3, 2.14; 2Cor 11,4; Rm 8,15) o dado (2Cor 1,22; Rm 5,5; 1Tes 4,8). El Espíritu como don no le pertenece al hombre. Con todo el creyente el liderado por el Espíritu (Gl 3,26-27; 2Cor 5,17; Gl 5,18) y así se anticipa a la Parusía cuando todos llegarán a ser ciudadanos del cielo (Flp 3,20). Los frutos del Espíritu es el amor (Gl 5, 22-23) que construye el Cuerpo de Cristo. Mencionemos también la paz, el gozo y extasis (1Tes 1,6; Rm 15,13). Bajo el Espíritu el creyente no se deja llevar por celos, borracheras, comilonas y cosas semejantes (Gl 5,21). Para más detalles: Paul´s Eschatological Anthropology: The Dynamcs of Human Tranformation p. 185-221