La glorificación del creyente en Sn Pablo

¿Cómo se realiza el misterio de la
glorificación del creyente? Tenemos que considerar que los creyentes, que se
hacen a la gloria de Dios, han sido predestinados para cumplir esta misión.
Pablo escribe: Porque a los que de
antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen de
su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos
(29); y a los que predestinó, a ésos también
llamó; y a los que llamó, a ésos también justificó; y a los que justificó, a
ésos también glorificó
(Rm 8, 29-30). Por lo tanto, todo comienza con
un primer grupo de escogidos, a los que Dios conoció y eligió en tiempos pasados
(antes de nacer), para pertenecer a
Jesucristo.
En 1Cor 1,23-24 Pablo escribe: nosotros predicamos a Cristo crucificado, piedra de tropiezo para los
judíos, y necedad para los gentiles (23);  mas para los llamados, tanto judíos
como griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios (24).
Más
adelante, en 1Cor 1,26-27: Pues
considerad, hermanos, vuestro llamamiento; no hubo muchos sabios conforme a la
carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles (26); sino que Dios ha escogido lo
necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del
mundo, para avergonzar a lo que es fuerte (27).
Una vez llamados o
escogidos, los creyentes son justificados a través de la fe en (de) Cristo.
Esto implica el mantener una correcta relación con y delante de Dios
(especialmente teniendo en vista el juicio). Pablo lo dice en los siguientes
términos: la justicia será considerada también por nosotros, como los que creen en aquel que levantó de los muertos a Jesús
nuestro Señor (24), el cual fue entregado por causa de nuestras transgresiones
y resucitado por causa de nuestra justificación (Rm 4, 24-25).

Una vez justificados, el creyente se hace a la gloria de Dios, acontecimiento
que se completará al final de los tiempos en forma dramática. Así lo expresa
Pablo en 1Tes 4, 15-17:  Por lo cual os decimos esto por la palabra
del Señor: que nosotros los que estemos vivos y que permanezcamos hasta la
venida del Señor, no precederemos a los que durmieron
(15)(es decir a los que han muerto antes de la parusía). Pues
el Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con
la trompeta de Dios, y los muertos en Cristo se levantarán primero (16).
Entonces nosotros, los que estemos vivos y que permanezcamos, seremos
arrebatados juntamente con ellos en las nubes al encuentro del Señor en el
aire, y así estaremos con el Señor siempre (17).
Algo parecido escribe en
1Cor 15, 51-53: He aquí, os digo un misterio:
no todos dormiremos, pero todos seremos transformados (51) en un
momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final; pues la trompeta
sonará y los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos transformados
(52). Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto
mortal se vista de inmortalidad (53).
Ahora bien, algo de esta
transformación final ya se puede percibir en el tiempo presente. Efectivamente,
Pablo escribe en Rm 8,15-17: Pues no
habéis recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino
que habéis recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos:
¡Abba, Padre! (15). El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que
somos hijos de Dios (16), y si hijos, también herederos; herederos de Dios y
coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con Él a fin de que también
seamos glorificados con Él (17).
Esta es una transformación que se produce
en la medida que  nuestro hombre exterior va decayendo, y  nuestro hombre interior se renueva de día en
día
(2Co 4, 16 ). O bien, 2Cor 1,21-22 aludiendo a alguna ceremonia
que podría significar la transformación del sujeto: Ahora bien, el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos
ungió, es Dios (21),
quien
también nos selló y nos dio el Espíritu en nuestro corazón como garantía (22).

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.