El templo y la Presencia de Dios (III): L. H. Shiffman

Como hemos visto en otras entradas, existe en la tradición judía una tención entre un Dios no puede ser contenido por ningún templo y su deseo de habitar en uno. La tención entre la inmanencia y la trascendencia de Dios. Leemos: «¿Podría Dios en realidad habitar en la tierra? ¡Si los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerte, cuánto menos lo podrá esta Casa que he construido! Sin embargo, Yavé mi Dios, pon atención a la oración y a la súplica de tu servidor […] Que tus ojos estén abiertos día y noche sobre esta Casa, sobre este lugar del cual has dicho: Allí habitará mi Nombre» (1Re 8, 27-29). En otras palabras, a pesar de la trascendencia de Dios, es el templo el lugar que considera más adecuado para habitar. Si consideramos que de acuerdo a Dt 12,5.11.21.; 14,24.25; 16,6; 17,8; 18,6; 26,2 el Nombre de Yavé habita allí (Dt 12,5: «Ustedes irán a buscar a Yavé al lugar que él escoja entre todas las tribus para poner allí su Nombre y habitar en él»), esto explica la alegría que significaba para la gente ascender al templo: « ¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la Casa del Señor»! Nuestros pies ya están pisando tus umbrales, Jerusalén. Jerusalén, que fuiste construida como ciudad bien compacta y armoniosa.Allí suben las tribus, las tribus del Señor según es norma en Israel para celebrar el nombre del Señor» (Sal 122,1-4).Esto explica también expresiones de especial dolor por la destrucción del primer templo por el ejército babilónico y el consecuente destierro en tierras extrañas: «Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos a llorar, acordándonos de Sión, en los sauces de las orillas teníamos colgadas nuestras cítaras.Allí nuestros carceleros nos pedían cantos, y nuestros opresores, alegría: «¡Canten para nosotros un canto de Sión!». ¿Cómo podíamos cantar un canto del Señor en tierra extranjera?Si me olvidara de ti, Jerusalén, que se paralice mi mano derecha; que la lengua se me pegue al paladar si no me acordara de ti, si no pusiera a Jerusalén por encima de todas mis alegrías. Recuerda, Señor, contra los edomitas, el día de Jerusalén, cuando ellos decían: «¡Arrásenla! ¡Arrasen hasta sus cimientos!».¡Ciudad de Babilonia, la devastadora, feliz el que te devuelva el mal que nos hiciste! ¡Feliz el que tome a tus hijos y los estrelle contra las rocas!» (Sal 137, 1-6). Otro texto interesante al respecto es 4QaprcrLam A lineas 1-14. El templo en Jerusalén es equivalente al tabernáculo en la tienda del encuentro: «Nosotros sostenemos que el templo es el equivalente al tabernáculo de la tienda del encuentro, y Jerusalén es el campamento, y afuera del campamento es lo equivalente a lo afuera de Jerusalén, es el campamento de sus ciudades (4QMMT B29-31). La santidad del templo, y especialmente del Santo de los santos, se ve en el siguiente texto de la Mishna Kelim 1: 6-9: ««Hay diez grados de santidad: la tierra de Israel es más santa que la de todos los demás países […]. Las ciudades amuralladas (de Israel) son más santas que las otras partes (del país), ya que los leprosos eran expulsados de su interior; se puede acarrear a ellas a un muerto, en tanto que lo permitan, pero una vez que ha salido de ella, no lo pueden volver a introducir. Mayor santidad tiene la zona dentro de los muros, porque en ella se pueden comer los sacrificios de santidad menor y el segundo diezmo. La montaña del templo tiene todavía mayor santidad, ya que no pueden entrar en ella los hombres o mujeres que padecen fluyo, ni las menstruantes ni las parturientas. La empalizada es todavía más santa, ya que no pueden entrar en ella los gentiles y los que se han contaminado con impureza de cadáver. El atrio de las mujeres es todavía más santo, ya que no puede entrar en él nadie que haya tomado el baño de purificación en el mismo día […]. El atrio de Israel es todavía más santo, porque nadie puede entrar en él que le falte todavía la expiación y se hace uno sujeto por su causa a un sacrifico. El atrio de los sacerdotes es todavía más santo, ya que ningún israelita puede entrar en él a no ser cuando es necesario: para la imposición de las manos, para la inmolación y la agitación ritual. La zona entre el vestíbulo y el altar es todavía más santa, ya que no pueden entrar en ella los que tienen defecto corporal o con los cabellos sueltos. El Santo es todavía más santo, ya que nadie puede entrar en él sin las manos y los pies lavados. El Santo de los santos es todavía más santo, ya que nadie puede entrar en él a no ser el Sumo sacerdote el Día de la Expiación en el momento de la liturgia» (1, 6-9). Para más detalles: L.H. Schiffman «The importance of the Temple for Ancient Jews» en:J.H. Charlesworth (ed.) Jesus and Temple: Textual and Archeological Explorations (Minneapolis: Fortress Press) 75-93.

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.