El templo como Presencia de Dios (II): los profetas.

En los profetas encontramos distintas voces en relación al templo. Profetas como Isaías (6) han contemplado la realeza y poder de Dios en el santuario a través de una visión donde es purificado para proclamar los oráculos divinos. Tanto el juicio como la santidad vienen de Dios, y precisamente a través del templo. Dentro del templo, es en el Santo de los santos donde la divina presencia se encuentra en mayor plenitud. Dios, siempre oculto, siempre más allá, a quien nadie puede ver y vivir; y que al mismo tiempo encuentra allí el lugar de su presencia. «Así, como el cielo está muy alto por encima de la tierra, así también mis caminos se elevan por encima de sus caminos y mis proyectos son muy superiores a los de ustedes» (Is 55,9).«Desde el día en que saqué de Egipto a mi pueblo de Israel, no escogí a ninguna ciudad de entre las tribus de Israel para que se construyese allí un templo donde habitara mi Nombre, sólo elegí a David para que reinara en mi pueblo de Israel» (1Sam 8,16). «Pero ¿es que verdaderamente habitará Dios con los hombres sobre la tierra? Si los cielos y los Cielos de los cielos no pueden contenerte, ¡cuánto menos esta casa que yo te he construido! 〈…〉 Oye, pues, las plegarias de tu siervo y las de Israel, tu pueblo, cuando recen en este lugar. Escucha tú desde el lugar de tu morada, desde los cielos; escucha y perdona» (2Cron 6,18.21). Y al mismo tiempo es el lugar donde habita el Nombre de Dios: Dt 12, 5.11.14.18.21.26; 14, 23; 15,20; 16,2.6-7.11.15; 17,8.10; 24,25; 26,2; 31,11; Is 18,7; Jer 7,12; Ez 7,10-14; Sal 74,7; 2Sam 7,13; 1Re 3,2; 8,17-19; 20,29.43-48; 8,16; 9,3;11,36; 14,21; 2Re 21,7; 23,27. El lugar donde la Gloria habita: Tob 13,16-17.   Por otra parte, la voz crítica de los profetas en relación al culto del templo no ha de entenderse, en la gran mayoría de los casos, como una condena al sistema del santuario en sí mismo. A una reforma, sí; a su derogación, no. Y es que el templo era el lugar donde habitaba el Nombre Gloria de Dios. De ahí que la voz de Yavé se escuche viniendo desde el templo: «El Señor ruge desde Sión y desde Jerusalén hace oír su voz» (Am 1,2). «Oigo ruidos como un griterío que viene de la ciudad, o como voces que salen del Templo: es la voz de Yavé que da su merecido a sus enemigos» (Is 66,6). «Oí entonces a alguien que me hablaba desde el interior del Templo» (Ez 43,6 en este caso del templo escatológico). Esta presencia de Dios obliga al profeta que recibe el oráculo estar purificado: Is 52, 1; Joel 2,13; Ez 44,19; 46,20; Ex 29,37. Esta purificación en ocaciones es el trabajo de Dios mismo: Is 1,25; 4,4-5, 10,17; 48,10; Jer 6,27-30; Ez 36,25; 37, 23; Mal 3,1-4 (pag.56). Entonces, es verdad que profetas como Amos (7,10ss), Oseas (9,7-8) y Jeremías (20,1-3; 29,24ss) critican a los sacerdotes, pero más en sus prácticas que en sus oficios. «Amasías, el sacerdote de Betel, mandó a decir a Jeroboam, rey de Israel: «Amós conspira contra ti en medio de la casa de Israel; el país ya no puede tolerar todas sus palabras» (Am 7,10). «El profeta, centinela de Efraím, está junto a Dios, pero se le tiende una red en todos sus caminos y él encuentra hostilidad hasta en la Casa de su Dios» (Os 9,8). Lo mismo sucede con las críticas proféticas en relación a los sacrificios carentes de una conversión interna: Am 5, 21-27; Os 8,13; 6,6; Is 1,10ss; 2, 9-19; 7,9; 29,13; Miq 6, 6-8; Jer 4,20; 7,21; Zac 7,5. « En cuanto a los sacrificios que me ofrecen, ¡que los inmolen, que se coman la carne! ¡El Señor no los aceptará! Ahora, él se acordará de sus culpas y pedirá cuenta de sus pecados: entonces ellos regresarán a Egipto» (Os 8,13). «El Señor ha dicho: «Este pueblo me ofrece tan sólo palabras, y me honra con los labios, pero su corazón sigue lejos de mí. Su religión no vale, pues no son más que enseñanzas y obligaciones humanas» (Is 29,13) (pag.57).

La santidad del templo explica la alegría de la gente cuando subía al encuentro de Dios: Sal 119-134. O bien: «¡Qué amable es tu Morada, Señor del Universo! Mi alma se consume de deseos por los atrios del Señor; mi corazón y mi carne claman ansiosos por el Dios viviente» (Sal 84, 2-3).Para más detalles:  Yves M.J. Congar, The Mystery of the Temple (Westminster: The Newman Press, 1962).

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.