Sacerdotes, ángeles, y pilares en el Apocalipsis

El libro
del Apocalipsis nos abre una ventana muy valiosa al primer cristianismo desde
una perspectiva mística. El contexto de fondo para entender la transformación
del cristiano en este libro es la liturgia celestial que se celebraba en
coordinación con la del templo de Jerusalén. La comunidad de creyentes se
convertirá en sacerdotes en el templo celestial (al modo de los ángeles)
haciendo inoperante el  antiguo servicio
de los levitas en el templo de Jerusalén. Esta transformación sucede en virtud
de la salvación definitiva realizada en el Yom Kippur presidido por Jesús: “Al que nos ama y nos libró con su sangre de
nuestros pecados,
 1,6: e hizo de nosotros un reino, sacerdotes de
su Padre Dios, a él la gloria y el poder por los siglos [de los siglos].
Amén.” (Ap.1,6). “Eres digno de recibir el rollo y romper sus
sellos, porque fuiste degollado y con tu sangre compraste para Dios hombres de
toda raza, lengua, pueblo y nación;
 5,10: hiciste de ellos el reino de nuestro Dios y
sus sacerdotes, y reinarán en la tierra

(Ap.5,10). “serán
sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años
(Ap.
20,6). Los creyentes, así, participan de la liturgia celestial (Ap. 7,9-19) al
modo como en el pasado lo hicieran los levitas en el templo del Jerusalén (Sal
134; 135,1-2). El sacerdocio no sólo se democratiza sino que acentúa su
contenido místico al transfigurarse en el angelical. El nuevo sacerdocio sucede
simultáneamente, ahora no entre el templo de Jerusalén y el templo celestial,
sino entre la comunidad de los creyentes que se reúne para entonar himnos y el
templo celestial (Ap.4-5; 5,8-9; 8,3-4). Veamos un ejemplo concreto de esta
simultanea celebración:  “Otro ángel vino y se colocó junto al altar con un
incensario de oro; le dieron incienso abundante para que lo añadiese a las
oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro, delante del trono.
 8,4: De la mano del ángel subió el humo del
incienso con las oraciones de los santos hasta la presencia de Dios
 ”
(Ap.8,3-4). Por último, señalar que esta transformación sacerdotal (angelical)
del creyente también se manifiesta en el sello que cada uno lleva en la frente
con el nombre del cordero. Lo que estaría detrás sería la promesa de Dt 6,8 y
el nombre divino que lleva el sumo sacerdote en la corona que lleva. Este
nombre resguardará a los fieles en los momentos definitivos de los últimos
días. Así, Dios encomienda a sus ángeles: “No hagáis daño a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta
que no sellemos en la frente a los siervos de nuestro Dios
(Ap.7,3);
Pero les prohibieron hacer daño a la hierba de la
tierra o al verde o a los árboles. Sólo les permitieron hacer daño a los
hombres que no llevaban en la frente el sello de Dios
(Ap.9,4);
Vi al Cordero que estaba en el monte Sión y con
él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban su nombre y el nombre del Padre
grabado en la frente
” (Ap.14,1).
La
transformación sacerdotal guarda estrecha relación con la angelical. Sabemos
que en el templo celestial son los ángeles quienes presiden la liturgia eterna.
Los creyentes están llamados a unírseles a través de su propia transfiguración
angelical. Esta transfiguración se manifiesta en la denominación que se hace
del creyente como “los santos” (Ap. 5,8; 8,3; , 11,8), propia de los ángeles.
También leemos en Ap. 15,2-4 como al modo de los ángeles los creyentes adoran a
Dios en el firmamento, debajo del trono de Dios: “Vi una especie de mar transparente (Ex 24,9;Ez 1,24)  veteado de fuego. Los que habían vencido a la
fiera, a su imagen y al número de su nombre estaban junto al mar transparente
con las cítaras de Dios.
15,3: Cantan el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el
cántico del Cordero: Grandes y admirables son tus obras, Señor Dios
Todopoderoso; justos y acertados tus caminos, Rey de las naciones.
 15,4: ¿Quién no te respetará, Señor, quién no
dará gloria a tu nombre? Tú sólo eres santo, y todas las naciones vendrán a
adorarte en tu presencia, porque se han revelado tus decisiones
”.
Existe,
por último, otra característica en este proceso transformativo de la comunidad
creyente. Al modo de los Cánticos del
sacrificio sabático
(4Q 403 1i), de la literatura deutero paulina (Ef
2,20-22),  y de la posterior literatura de Hejalot
(ver también 1Pe 2,5-10),  la comunidad
se convierte en el nuevo templo personificando elementos estructurales del
edificio. Leemos en Ap 3,12: “ Al vencedor lo haré columna en el templo de mi
Dios
(1Re 7,21; Is 22,15) y
no volverá a salir; en ella grabaré el nombre de mi Dios y el nombre de la
ciudad de mi Dios, de la nueva Jerusalén que baja del cielo desde mi Dios, y mi
nombre nuevo
”.  Esta transformación está ligada con otro
motivo dominante de la temprana mística judía. El creyente vuelve al paraíso,
superando la transgresión de Adán, convirtiéndose en un segundo Adán,
reflejando de nuevo la gloria de Dios. Esta imagen se refleja en la fuente de
aguas vivas que, al modo del paraíso (Gn 2, 10-14; Sal 46,5; Ez 47,1-12;
Joel  4,18; Zac 13,1; 14,6), emerge del
templo celestial. Leemos: “porque
el Cordero que está en el trono los apacentará y los guiará a fuentes de agua
viva
(Ap.
7,17); “Yo [soy] el alfa y la
omega, el principio y el fin. Al sediento le daré a beber de balde del
manantial de la vida
” (Ap. 21,6); “Me mostró un río de agua viva, brillante como
cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero. 
 22,2: En medio de la plaza y en los márgenes del
río crece el árbol de la vida, que da fruto doce veces: cada mes una cosecha, y
sus hojas son medicinales para las naciones

(Ap. 22,1-2). Para más
detalles: Elgvin, Torleif, “From the Earthly to the Heavenly Temple: Lines from
the Bible and Qumran to Hebrews and Revelation”, en: The World of Jesus and the Church and the Early Church, Hendrickson
Publisher, 2011, p. 23-36

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.