¿Qué tiene que ver el pecado con la impureza? Mt 15,10-20
El argumento de Jesús en Mt 15, 11 dice así: No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre, sino lo que sale de la boca del hombre es lo que lo contamina. Luego explicará que lo que sale de la boca brota del corazón, como las malas intenciones, asesinatos, adulterios, fornicación, etc. Termina diciendo: Esto es lo que hace impuro al hombre y no el comer sin lavarse las manos (Mt, 15,20). Aunque no lo declara abiertamente, el Evangelio de Mateo, siguiendo a Mc 7,19, insinua que todos los alimentos son puros, y al mismo tiempo que la tradición farisaica de lavarse las manos no tiene sentido. El problema no está en que la comunidad cristiana haya derogado esas prácticas legales (escritas y orales), sino en cómo fundamenta el paso que está dando al señalar que para los fariseos pecado-impureza son analogables.
La expresión hebrea tohoRAH (pureza) y tumAH (impureza) son términos técnicos que no tienen una connotación moral positiva o negativa. La pureza dice relación con la división entre la esfera humana y la divina, entre la esfera de la santidad del Templo y la realidad cotidiana, no en relación con lo bueno o lo malo moralmente hablando. Es como vemos en la fotos: los musulmanes antes de entrar a la mezquita a orar, se purifican o lavan partes del cuerpo para poder prepararse a entrar en la presencia de lo Santo. En otras palabras, los fariseos nunca argumentarían que alguien que no siguiese estas leyes estuviese pecando. La pureza no tiene que ver con pecado en el judaísmo farisaico (sí lo podríamos discutir en algunos casos para los esenios). Desde el punto de vista bíblico toda persona se ubica en una situación de pureza o impureza, o lo que es lo mismo, en una situación apta o no para estar delante de la santidad de Dios en el Templo (Lev11,47). Existen reglas de pureza que conciernen a los hombres, otras a las mujeres, la mayoría a ambos; gran parte dice relación con la experiencia cotidiana de la vida. Estas reglas, más que restringir el acceso a la experiencia religiosa, la prepara haciendo al hombre y a la mujer aptos para, pasando de la realidad humana, entrar en la esfera divina. La mujer que ha dado a luz va a ofrecer sacrificios a Jerusalén no porque crea que ha pecado o se sienta culpable de su impureza, sino porque quiere celebrar una experiencia femenina única. O cuando José de Arimatea en Lc 23,53 toma el cuerpo de Jesús de la cruz para enterrarlo queda impuro por el contacto con el cadáver, pero nadie le podría reprochar que hubiese pecado. Lo mismo podríamos decir de Jesús, quien muy probablemente, participó del entierro de su padre José, quedando incapacitado para participar temporalmente del Templo. Nadie diría que Jesús hizo algo injusto.