Moisés en el Sinaí de acuerdo a los Padres de la Iglesia

El apofatismo (o teología negativa) está muy extendido entre los padres de la Iglesia. Así, por ejemplo, Clemente de Alejandría en Stromata V,2 (P.G. IX, 109ª) dice que podemos acceder a Dios no en lo que Éste es, sino en lo que no es. Es interesante que esta misma idea se desarrolla utilizando las figuras de Moisés y San Pablo. El primero cuando entra a la nube oscura de lo inaccesible; el segundo, a través de las palabras inefables que escucha cuando asciende al tercer cielo o paraíso (Strom. V, 12 116-124). San Gregorio de Nisa en su Vida de Moisés  (P.G. XLIV, 297-430) habla de la ascensión al Sinaí, más allá de la nube oscura de la incomprensibilidad, como una manera de contemplación de Moisés superior al primer encuentro a través de la zarza ardiendo. En la zarza Moisés contempló a Dios a través de la luz; en el Sinaí, entró en la oscuridad dejando atrás todo lo que puede ser visto o conocido. El ascenso ha llegado ser infinito, un deseo insaciable. «Yo estaba corriendo» dice San Gregorio «para aferrarme a Dios, y así subí al monte, aparté la cortina de la nube, y me alejé de la materia y de las cosas materiales, y hasta donde pude me retiré dentro de mí. Y luego cuando levanté la vista, apenas vi las partes traseras de Dios; aunque fui protegido por la Roca, la Palabra que se hizo carne para nosotros. Y cuando miré un poco más de cerca, vi, no la primera naturaleza sin mezclar, conocida por sí misma, quiero decir a la Trinidad; no lo que permanece dentro del primer velo, y está oculto por los querubines; pero solo esa naturaleza, que llega hasta nosotros. Y eso, hasta donde puedo aprender, es la majestad, o como lo llama el santo David, la gloria, que se manifiesta entre las criaturas» (Oratio XXVIII,3// P.G. XXXVI, 29AB). Otro texto similar es el siguiente, de nuevo a través de la experiencia de Moisés: «Dios me ordena entrar dentro de la nube y conversar con Él; si alguno es Aarón, que suba conmigo y que se quede cerca, listo si debe ser así, para permanecer fuera de la nube. Pero si alguno es un Nadad o un Abihu, o del orden de los ancianos, que suba de verdad, pero que se mantenga alejado … Pero si alguno es de la multitud, que no es digno de esta altura de contemplación, si es totalmente impuro, no se acerque en absoluto, porque sería peligroso para él; pero si por lo menos se purifica temporalmente, que permanezca debajo y escuche la voz sola, y la trompeta, las palabras de piedad, y que vea el monte humeante y aligerado … Pero si alguno es un malvado y salvaje bestia, y completamente incapaz de asimilar el tema de la contemplación y la teología, no lo deje acecharse hiriente y malignamente en su guarida entre los bosques, para agarrar algún dogma o decir por una repentina primavera … pero déjelo pararse lejos de y retirarse del monte, o será apedreado» (Oratio XXVIII, 2//P.G. XXXVI, 28 AC). De una manera análoga San Juan Damasceno expresa: «Dios, entonces, es infinito e incomprensible, y todo aquello que es comprensible sobre Él es Su infinitud y su incomprensibilidad. Todo lo que podemos decir de manera no comparable respecto a Dios no muestra Su naturaleza, sino que las cosas relacionadas con su naturaleza (ta. peri. th.n fu,sin) […] Dios no pertenece a la clase de cosas que existen: esto no significa que Dios no tenga existencia, sino que Él está sobre todas las cosas existentes, y más aún sobre la existencia en sí mismo. Porque si todas las formas de conocimiento tienen que ver con las cosas que existen, aquello que está sobre todo conocimiento debe con certeza estar sobre toda esencia (u`pe.r ouvsi,an); y, todo aquello que está sobre la esencia estará también sobre el conocimiento» (De fide ortodoxa I, 4// P.G. XCIV, 800 BA).

Tanto San Gregorio de Niza y San Juan Damasceno interpretan el texto del Ex como una aproximación a la teología negativa. Quizás el exponente de estas ideas más influyentes sea Dioniso el Areopagita. Para él, lo fundamental es reconocer la naturaleza incognoscible de Dios que nos conduce a la total ignorancia. Es a través de la ignorancia o «falta de conocimiento» (avgnwsi,a) que la persona puede conocer a Dios que está más allá de todo conocimiento posible. Es necesario renunciar a los sentidos y a todos los trabajos de la razón, todo lo que pueda ser aprehendido a través de los sentidos y el entendimiento, de tal modo que alcancemos la ignorancia y seamos unidos con Él que trasciende todo ser y todo conocimiento. Para tal efecto, una purificación «ka.qaraij» es necesaria, al modo como Moisés se purificó antes de subir al Sinaí (Teología Mística I, 4//P.G. III, 1000). De este modo, Dios se presenta como objeto ya que nos es una cuestión de conocimiento, sino de unión.  El apofatismo, entonces, es una unión con Dios quien permanece incomprensible para nosotros (Teología Mística I, 1000-1001). El Dios de Dionisio es incomprensible por naturaleza, es el Dios de los salmos: «quien hizo de la oscuridad su lugar secreto» (Sal 18,11). En su tratado Sobre los Nombres Divinos Dioniso considera lo inadecuado que es aplicarle a Dios el nombre «Uno» porque la misma revelación de la Trinidad nos enseña que Dios no es uno, no es múltiple, y supera esa antinomia siendo incognoscible en aquello que Él es (Sobre los Nombres Divinos XIII, 3 // P.G. III, 981ª). Es interesante señalar que para San Basilio no sólo la esencia divina puede ser expresada en conceptos, sino que también las esencias de las cosas creadas. En todas las cosas, al ser creadas por Dios, queda un residuo irracional que escapa al análisis de los conceptos (Adversus Eunomium I, i, c.6// P.G. XXIX, 521-524. Para más detalles: Vladimir Lossky, The Mystical Theology of the Eastern Church, (New York: St. Vladimir´s Seminary Press, 1976) 23-42.

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.