La transformación del vidente en el Primer apocalipsis de Santiago
El Primer Apocalipsis de Santiago es una obra gnóstica que versa sobre diálogos de Jesús con Santiago, su hermano según el espíritu. No rechaza el parentesco familiar entre ambos, pero lo trasciende : tú no eres mi hermano de acuerdo con la materia, ni lo ignoro en lo que se refiere a ti, para que si te doy una indicación sepas y entiendas (24, 7). El dialogo se inicia con la docencia preparatoria anterior a los hechos de la pasión (24,10-30,13), para luego continuar con lo relacionado a la pasión y la resurrección (30,13-44, 10). En ambas partes se muestra la
salvación como el descubrimiento de la interioridad oculta presente en las palabras de Jesús y en el hecho del descenso y ascenso hacia el Padre desconocido del Salvador. En este contexto Dios es descrito como el que es (Ex 3,14), desconocido, innombrable, indecible, innumerable, inconmensurable: Nada era, salvo El que es. Es innominable e indecible. También yo soy innominable a partir del que es. Igual que se me ha dado un número de nombres, ambas cosas a partir del que es. Pero yo soy antes que tú. Ya que has preguntado sobre la feminidad. Existía la feminidad, pero no era anterior la feminidad…yo soy una imagen del que es. Sin embargo he manifestado su imagen para que los hijos del que es sepan lo que les es propio y lo que les es extraño (24, 10-25,10). La salvación supone superar el orden presente que se organiza temporal y espacialmente en 72 cielos producto de las hebdómadas imperfectas carentes del “sábado verdadero”. La semana de 6 días es la que, subordinada a los doce (signos del zodiaco y doce apostoles) da 72 (6×12). Si esta situación se supera espiritualmente, y se accede al sábado verdadero, la ilusión de lo infinito del cálculo cósmico llega a ser lo infinito espiritual: “Estos son los 72 cielos que son sus subordinados. Son las potencias del poder total de ellos. Y ellos se han establecido por sí mismos y son los que se han distribuido por doquier, estando bajo la autoridad de los doce arcontes. El poder inferior de ellos produjo para sí ángeles y ejércitos innumerables…Si quieres darles ahora un número, no lo podrás hasta que alejes de ti el razonamiento ciego, esta ligadura que te rodea de carne. Y entonces alcanzarás al que es. Y entonces no serás más Santiago, sino que será El que es” (26,18-27,10). El descenso de Jesús también tiene un sentido soteriológico. Este es descrito en un himno de Santiago a Jesús: Has venido con conocimiento para amonestar su olvido. Has venido con la memoria para increpar su ignorancia. Pero me he preocupado por ti, porque has descendido en un gran desconocimiento. Pero no has sido contaminado por nada en él. Porque has descendido en el olvido y conservaste la memoria. Caminaste en el barro y no se han manchado tus vestidos (28, 8-18). En el dialogo después de la Resurrección es interesante constatar la apatía de Jesús en contraste con las emociones de Santiago, quien tiene que hacer el camino que ha hecho su hermano espiritual hacia la ausencia de pasiones: Santiago, no te preocupes por mí ni por este pueblo. Yo soy el que estaba en mí. En ningún momento he sufrido en absoluto ni me he afligido. Y este pueblo no me ha hecho ningún daño….Ves cómo serás sobrio cuando me veas…Santiago, empero, era medroso y lloró. Y se afligió mucho. Y se sentaron los dos sobre una piedra. Jesús le dijo: Santiago, así sufrirás estos pesares, pero no estés triste. Porque la carne es apocada. Ella recibirá lo que para ella se ha establecida. Pero en lo que toca no estés temeroso ni tengas miedo (31, 15-32, 23). Es interesante constatar cómo un viaje celestial se manifiesta como redención a Santiago: Te revelaré tu redención. Si te ha aferrado y si has soportado estos sufrimientos, una muchedumbre se armará contra ti para prenderte. Particularmente, sin embargo, tres de ellos te prenderán, los que residen allí como recaudadores…atrapando a las almas como despojos. Cuando, por lo tanto, caigas en su poder, uno de ellos, el que es su vigilante, te dirá: “¿Quién eres tú o de dónde eres?”. Le responderás: “Soy un hijo y soy del Padre”. Te dirá: “¿Qué clase de hijo eres y a qué padre perteneces?”. Y le dirás: “Soy del Padre que es preexistente y un Hijo en el Preexistente”….Le dirás, “No son totalmente ajenas, sino que son de Achamot, que es la mujer. Y estas cosas las ha producido cuando hizo descender a esta generación que procede del Preexistente. No son, pues, cosas ajenas, sino que son nuestras. Son nuestras indudablemente, porque la que es su dueña pertenece al Preexistente. Pero son cosas ajenas en tanto que el Preexistente no ha tenido comunicación con ella cuando las produjo”. Cuando igualmente te diga: “¿A dónde irás?”, le dirás: “Al lugar desde dónde he venido, allí volveré”. Y si dices esto, evadirás sus ofensivas…Pero yo llamaré al conocimiento incorruptible que es Sabiduría, que existe en el Padre, que es la Madre de Achamot. Carece de padre Achamot y no tiene consorte masculino, sino que es una mujer que proviene de una Mujer. Os produjo sin varón, estando sola y en ignorancia de lo que vive por su Madre, ya que pensaba que existía ella sola. Pero yo clamaré a su Madre. Y entonces se tumbarán y censurarán a su raíz y a la generación de su madre. Tú, empero, ascenderás hacia lo que es de los tuyos…” (33, 1-35,25).
salvación como el descubrimiento de la interioridad oculta presente en las palabras de Jesús y en el hecho del descenso y ascenso hacia el Padre desconocido del Salvador. En este contexto Dios es descrito como el que es (Ex 3,14), desconocido, innombrable, indecible, innumerable, inconmensurable: Nada era, salvo El que es. Es innominable e indecible. También yo soy innominable a partir del que es. Igual que se me ha dado un número de nombres, ambas cosas a partir del que es. Pero yo soy antes que tú. Ya que has preguntado sobre la feminidad. Existía la feminidad, pero no era anterior la feminidad…yo soy una imagen del que es. Sin embargo he manifestado su imagen para que los hijos del que es sepan lo que les es propio y lo que les es extraño (24, 10-25,10). La salvación supone superar el orden presente que se organiza temporal y espacialmente en 72 cielos producto de las hebdómadas imperfectas carentes del “sábado verdadero”. La semana de 6 días es la que, subordinada a los doce (signos del zodiaco y doce apostoles) da 72 (6×12). Si esta situación se supera espiritualmente, y se accede al sábado verdadero, la ilusión de lo infinito del cálculo cósmico llega a ser lo infinito espiritual: “Estos son los 72 cielos que son sus subordinados. Son las potencias del poder total de ellos. Y ellos se han establecido por sí mismos y son los que se han distribuido por doquier, estando bajo la autoridad de los doce arcontes. El poder inferior de ellos produjo para sí ángeles y ejércitos innumerables…Si quieres darles ahora un número, no lo podrás hasta que alejes de ti el razonamiento ciego, esta ligadura que te rodea de carne. Y entonces alcanzarás al que es. Y entonces no serás más Santiago, sino que será El que es” (26,18-27,10). El descenso de Jesús también tiene un sentido soteriológico. Este es descrito en un himno de Santiago a Jesús: Has venido con conocimiento para amonestar su olvido. Has venido con la memoria para increpar su ignorancia. Pero me he preocupado por ti, porque has descendido en un gran desconocimiento. Pero no has sido contaminado por nada en él. Porque has descendido en el olvido y conservaste la memoria. Caminaste en el barro y no se han manchado tus vestidos (28, 8-18). En el dialogo después de la Resurrección es interesante constatar la apatía de Jesús en contraste con las emociones de Santiago, quien tiene que hacer el camino que ha hecho su hermano espiritual hacia la ausencia de pasiones: Santiago, no te preocupes por mí ni por este pueblo. Yo soy el que estaba en mí. En ningún momento he sufrido en absoluto ni me he afligido. Y este pueblo no me ha hecho ningún daño….Ves cómo serás sobrio cuando me veas…Santiago, empero, era medroso y lloró. Y se afligió mucho. Y se sentaron los dos sobre una piedra. Jesús le dijo: Santiago, así sufrirás estos pesares, pero no estés triste. Porque la carne es apocada. Ella recibirá lo que para ella se ha establecida. Pero en lo que toca no estés temeroso ni tengas miedo (31, 15-32, 23). Es interesante constatar cómo un viaje celestial se manifiesta como redención a Santiago: Te revelaré tu redención. Si te ha aferrado y si has soportado estos sufrimientos, una muchedumbre se armará contra ti para prenderte. Particularmente, sin embargo, tres de ellos te prenderán, los que residen allí como recaudadores…atrapando a las almas como despojos. Cuando, por lo tanto, caigas en su poder, uno de ellos, el que es su vigilante, te dirá: “¿Quién eres tú o de dónde eres?”. Le responderás: “Soy un hijo y soy del Padre”. Te dirá: “¿Qué clase de hijo eres y a qué padre perteneces?”. Y le dirás: “Soy del Padre que es preexistente y un Hijo en el Preexistente”….Le dirás, “No son totalmente ajenas, sino que son de Achamot, que es la mujer. Y estas cosas las ha producido cuando hizo descender a esta generación que procede del Preexistente. No son, pues, cosas ajenas, sino que son nuestras. Son nuestras indudablemente, porque la que es su dueña pertenece al Preexistente. Pero son cosas ajenas en tanto que el Preexistente no ha tenido comunicación con ella cuando las produjo”. Cuando igualmente te diga: “¿A dónde irás?”, le dirás: “Al lugar desde dónde he venido, allí volveré”. Y si dices esto, evadirás sus ofensivas…Pero yo llamaré al conocimiento incorruptible que es Sabiduría, que existe en el Padre, que es la Madre de Achamot. Carece de padre Achamot y no tiene consorte masculino, sino que es una mujer que proviene de una Mujer. Os produjo sin varón, estando sola y en ignorancia de lo que vive por su Madre, ya que pensaba que existía ella sola. Pero yo clamaré a su Madre. Y entonces se tumbarán y censurarán a su raíz y a la generación de su madre. Tú, empero, ascenderás hacia lo que es de los tuyos…” (33, 1-35,25).