La ascensión de Jesús en Orígenes: ¿cuerpo o alma?

Ya desde muy temprano la ascensión corporal de Jesús a los cielos en Hch 1,9 o Jn 20,17 presentó problemas principalmente porque tales descripciones eran muy difíciles de entender en un contexto griego. Había que encontrar otra forma de explicar la ascensión «corporal» de Jesús. Una fórmula que se hiciese cargo de manera más clara de las implicaciones antropológicas y cosmológicas del tema. Para los gnósticos, por ejemplo, era simplemente aberrante pensar en una ascensión corporal a los cielos. Y no tanto por una «imposibilidad» física de tal acontecimiento, sino por las implicancias soteriológicas del mismo. Y es que para ellos la realidad corporal o material no es sino expresión del error de una de las emanaciones del Uno o Dios. El mundo que nos rodea, con toda su corruptibilidad, precariedad, mortalidad, y sufrimiento no es sino la manifestación de un estado caído desde la Existencia. En este contexto la salvación implica el reconocer nuestro origen espiritual, del cual un halo espiritual todavía sobrevive en nosotros, y negar toda pertenencia al mundo material. La importancia de Jesús radicaba en el «mensaje» que portaba desde las esferas celestiales «recordándole» a los elegidos su origen y destino en el eón del Padre. Así las cosas, el que Jesús, mensajero de los eones superiores regrese a su «hogar» de manera corporal…simplemente aberrante.

Orígenes artícula la ascensión de Jesús acudiendo lenguaje neoplatónico de la época y tratando de corregir dos errores que le parecían fundamentales al momento de analizar las diferentes propuestas gnósticas: la idea del origen del mal en un eón defectuoso de la divinidad y la idea del mundo material como intrinsicamente malo. Para el neoplatonismo el mundo en el que nos desenvolvemos, multiple y cambiante, es el producto natural de las emanaciones de la divinidad que es el Ser puro en su perfecta simplicidad. El hombre, por su parte, es un microcosmos expresión del cosmos: así, desde la exterioridad a la interior se puede distinguir la corporalidad, el alma, y el nous o mente. Es en el nous donde el encuentro con la divinidad se produce. Orígenes va a corregir o adaptar algunas intuiciones neoplatónicas al lenguaje cristiano (o se podría decir, va a corregir algunas ideas cristianas al lenguaje neoplatónico). El mundo corporal en el que vivimos es el resultado del quiebre de un orden primigenio perfecto, en el que las almas pre-existentes de cada uno de nosotros estaban absortas en la contemplación de Dios. Sin embargo, apatándose de Dios, en diferentes grados, las almas fueron adoptando la diversidad de los seres materiales: algunos con un cuerpo muy sútil, como los ángeles, otros con más grosos, como los animales u hombres de acuerdo a la seriedad de su apartarse de la contemplación. El mundo material y corporal no hay que entenderlo como una deficiencia, sino como un medio establecido por la bondad de Dios para que sirva como una «escuela» para la reforma de las almas. Estas han de retomar el camino de regreso al orden primigenio de la contemplación pura de Dios. Esa contemplación ya comienza en la vida del hombre a través de la indiferencia al mundo material y la elevación del nous o mente a las realidades celestes. En este contexto Jesús se presenta a través de una cristológia que distingue varias dimensiones soteriológicas. Cristo es el Logos de Dios, su imagen perfecta, Aquel que es mediador entre los hombres y el Padre. Este Logos se encarnó en Cristo. La naturaleza divina del Logos se manifiesta a través de Cristo. Ahora bien, Orígenes entendía muy bien que la salvación de la humanidad pasa necesariamente por el hecho que Dios la asuma completamente. Como más adelante se repetirá como un eslogán, «solo aquello que se asume puede ser redimido». Era necesario que la divinidad asuma un alma humana. Pues bien, Jesús es la encarnación de la única alma que no cayó desde la contemplación primigenia sino que siguió estando unida a Dios a través del Logos. Es decir, Cristo como Logos encarnado tuvo una alma humana, pero una muy especial, la de Jesús, aquella única alma que se mantuvo fiel a la contemplación divina y que decidió de manera voluntaria ser el alma humana del Logos en la encarnación para así llamar a los hombres a elevarse a los cielos. Esta visión cristológica hace imperativo la necesidad de la muerte y la crucifixión como medio de salvación del hombre…siempre que entendamos que el que sufre y salva a través de la muerte es Jesús (la comunicación de idiomas entre la naturaleza divina y humana de Cristo, si bien presente, no está del todo desarrollada en Orígenes). Como sea, la ascensión de Cristo a los cielos ha de entenderse como la dinámica inversa a su encarnación…De este modo, el que asciende no es el cuerpo de Jesús, sino alma. Del mismo modo, el hombre sólo puede unirse con Dios a través de su mente o nous que comparte la naturaleza divina a través del Logos.  Para más detalles: D. Farrow, Ascesion Theology, (T&T Clark, London, 2011)16-21

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.