Judas Tomás, el mellizo de Jesús (II)

La cruz es el símbolo cristiano más extendido de cuantos tenemos. La mayoría de nosotros lleva una medalla con una cruz o tiene un crucifijo cerca de su cama. La cruz es un símbolo que encierra un profundo significado: Jesús ha redimido al hombre a través de su sacrificio en la cruz haciéndolo, al mismo tiempo, testigo del amor decisivo del Dios Padre. Ya los evangelios canónicos dedican gran parte de sus obras a la pasión de Cristo. Del Evangelio de Marcos, por ejemplo, se dice que es un relato de la pasión con una larga introducción. Ahora bien, esto que parece tan evidente, ¿es verdad para todo el cristianismo primitivo? Pues la verdad es que no.

Uno de los evangelios no canónicos más tempranos que conocemos es el Evangelio de Tomás (120-140 d.c). Es distinto a los evangelios que conocemos porque es un conjunto de dichos que se atribuyen a Jesús. Es una obra que se compuso a lo menos en dos etapas. En la primera se han incorporado una serie de dichos de Jesús de carácter sapiencial (9, 20, 57, 63-65, 76, 96-98, 107, 109), algunos mandatos imperativos (5,6,14, 36,42, 95,110), ciertos apotegmas (26, 31, 32, 34, 35 45, 47, 86 ) y bienaventuranzas (54,58, 68,69). En la segunda se agregaron dichos que tienen que ver con la soledad, con el uno, con la unidad primordial, el fin coincidente con el principio y algunas conclusiones a los dichos sapienciales para orientar una lectura proto-gnóstica de la obra en general.

Para el cristianismo que se relaciona con esta obra la salvación no vendría a través de la cruz. De hecho la pasión de Jesús ni siquiera se menciona. La salvación se entiende como el retorno al estado original previo al pecado. A diferencia del cristianismo proto-ortodoxo en el Evangelio de Tomás no hay una ruptura o separación radical entre Dios y el hombre como consecuencia del pecado de Adán. De hecho, aunque el ser humano vive en el mundo de las tinieblas, es invitado a encontrar su verdadera identidad divina, esa que lo hace inmortal y que todavía subyace en él porque la desobediencia original sólo la ha velado. En ese sentido este cristianismo se nutre de ciertas interpretaciones de Génesis 1-3, como, por ejemplo, la de Filón de Alejandría. La condición primordial del hombre (Gn 2,25) es la del varón y la mujer desnudos en el paraíso y sin avergonzarse por ello. Después de la caída, sus ojos empezaron a mirar el mundo de otra manera, vieron que estaban desnudos y se hicieron vestidos (Gn 3,7). El dicho 37 anima a prescindir de nuestra realidad corporal o material, significada en los vestidos, para recobrar así la inocencia primera y poder contemplar a Jesús. Aunque títulos cristológicos como los de Salvador, Señor, Logos o Mesías no aparecen en el Evangelio de Tomás, Jesús es presentado como un ser íntimamente unido con Dios, como su agente en la creación, como revelador de sus misterios, como la luz divina que es cognoscible. Uno de los términos con que se refiere a Jesús es el Hijo del Viviente (37), al que puede contemplarse una vez que las personas vuelven al estado original previo al primer pecado presciendiendo de este mundo perecedero y material. Este título (Hijo del Viviente) aparece además en el dicho 52 al mencionar a los veinticuatro profetas de Israel que han hablado de Jesús. El dicho 59 y el dicho 111 señalan que quienes han visto al Hijo del Viviente no morirán, es decir han recobrado el estado original previo al pecado, la inmortalidad.

Por otra parte, en los dichos 61 y 99, Jesús llama a Dios su Padre. Ahora bien, lo distintivo de la Cristología de Tomás es precisamente que los cristianos que han conocido su verdadero origen, ese que no hemos perdido a pesar del pecado de Adán (dicho 3 y 50), descubren que también ellos son hijos del Viviente e hijos de Dios. En otras palabras, el cristiano se hace ¡igual que Jesús! Así, Jesús más que el salvador, es un modelo o doble celestial que nos muestra el camino de retorno a nuestra verdadera identidad. Estamos frente a una teología completamente distinta a la que conocemos a partir de nuestros evangelios. En ésta teología se parte del concepto del mellizo, es decir, una relación recíproca entre el cristiano y la luz divina o el Jesús viviente. Conocerse a sí mismo es conocer el doble divino y gracias a él conocer a Dios (idea seguramente de origen platónico: ver La República, libro X). Seguir a Jesús era conocerlo e integrarse en Él. Esta idea se expresa en un paradigma de salvación basado en la relación gemelar, como mellizos, entre Tomás y Jesús, que reproducen el cristiano y Jesús. De allí que en el enunciado del evangelio se nos diga que estas son las palabras secretas que pronunció Jesús el viviente y que Judás Tomás el mellizo consignó por escrito.

Ahora bien, estas tradiciones tomasianas todavía tendrían mucho que decir en la región siriaca…un cristianismo misterioso, místico, distinto al nuestro.

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.