Diteísmo en el Evangelio de Mateo

Hagamos el siguiente ejercicio. Si leemos los primeros versículos del Evangelio de Juan simplemente como si fuese un texto judío, ¿podríamos adivinar que se trata de un escrito cristiano? La verdad es que es un texto que hace mucho sentido sin necesidad de identificar al Logos con Cristo:

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.

Éste era en el principio con Dios.

Todas las cosas por él fueron hechas; y sin él nada de lo que es hecho, fué hecho.

El logos se puede reemplazar por la sabiduría (como los intercambia Filón de Alejandría o el mismo Juan), o por algún ángel o héroe prominente al modo del Jovén, Metatrón, Yahoel, y también tendría sentido. Sería un texto judío cercano a las tendencias diteístas o a la herejía de los dos poderes en el cielo. La idea que está en el fondo es la naturaleza absoluta de Dios que hace imposible su comunicación directa con el mundo material y mutable a no ser a través de un intermediario. De hecho esta herejía judía está a la base de la alta cristología joanica y que también vislumbramos, en un estadio más temprano eso sí, en el Evangelio de Mateo. Me gustaría citar algunos ejemplos.

Veamos el título reverencial de “Señor” en Mt 8, 2.6.8.21.25; 9,28; 14, 28.30;15,22.25.27; 16,22; 17,4.15; 18,21; 20,30.31.33; 26,22. En estos títulos no se reconoce explícitamente la divinidad de Jesús, pero se encamina a ello por cuanto una vez resucitado aparece el mismo título pero con artículo definido (el Señor) reconociendo que Jesús es Dios: “¿Dónde habéis puesto el cuerpo del Señor?” (28,6). Ahora bien, esto no significa que en Mateo encontremos ese progresivo desvelamiento de la identidad de Jesús como en Marcos. Ya en el primer capítulo se nos dice que Jesús es el “Emanuel”, el Dios con nosotros, (Mt 1,23), que acompañará a los discípulos no sólo a través de su ministerio público, sino que lo trascenderá con la promesa de “yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo (Mt 28,20). La escena de Jesús caminando sobre las aguas es otro ejemplo de la divinidad aplicada a Jesús en este Evangelio. Recordemos que sólo Dios podía controlar las aguas, representadas como un gran monstruo de las profundidades en los Salmos 65,7; 89,9 y especialmente en el Salmo 107,23-30:

“Se hicieron a la mar en sus navíos, comerciando por aguas caudalosas,
contemplaron las obras de Dios, sus maravillas en alta mar.
Él mandó alzarse un ventarrón borrascoso, que encrespaba las olas;
subían a los cielos, bajaban al abismo, su aliento se entrecortaba por el peligro;
danzaban y se tambaleaban como borrachos, pues su pericia se había desvanecido.
Pero clamaron al Señor en su angustia y los sacó de sus congojas.
Redujo la borrasca a susurro y enmudeció el oleaje del mar.
Se alegraron de aquella bonanza, y los condujo al puerto ansiado”.

Las referencias divinas de Jesús en este pasaje se traslucen aún más con su exclamación en medio del mar: “No temáis, soy yo”. Además, fijémonos que en Mateo no sólo no se produce entre los discípulos la confusión que contemplamos en Marcos (6, 50-52), sino que Pedro termina reconociéndolo como Hijo de Dios (Mt 14,33). Recordemos además, que el reconocimiento petrino se había completado cerca de Cesarea de Filipo cuando había señalado que “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo” (Mt 16,16). En Marcos Pedro había reconocido a Jesús sólo como “Tú eres el Cristo” (Mc 8,29) y el centurión a los pies de la cruz como “En verdad este hombre era Hijo de Dios”. En griego esta frase no incluye el artículo definido (como en Mateo), lo que implica que la filiación de Jesús no es única ni exclusiva. El binaterismo de Mateo no es el que encontramos en Juan, pero esta ciertamente de camino…si bien el desarrollo es cristiano, en el origen de esta idea encontramos raíces judías que tienen relación con la herejía que más tarde los rabinos definirían con los dos poderes en el cielo.

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.