Apariciones de Jesús, Apariciones de la Gloria de Dios

Una de las preguntas que se plantea en el estudio del cristianismo primitivo es el cómo entender las apariciones de Jesús. ¿Son estas experiencias místicas de tipo subjetiva o apariciones concretas de carácter histórico? Es difícil de definir. Pablo transmite una vieja tradición según la cual Jesús resucitado “fue visto por Cefas, y después á los doce”, luego fue visto por más de quinientos hermanos, luego fue visto por Santiago y después por todos los apóstoles, y a él mismo (1Cor 15, 5-8). En 1Cor 9,1 el apóstol insiste preguntando: “¿A caso yo mismo no he visto a Jesús nuestro Señor? ”. No sabemos de qué naturaleza eran estas apariciones. De hecho la literatura cristiana primitiva no guarda ningún consenso al momento de hablar de éstas. A. DeConick hace este siguiente sumario de las apariciones de Jesús: se nos dice que en un primero momento no es reconocible (Jn 20,14; Lc 24,16); que no se distingue si es un fantasma o un espíritu (Lc 24,37); se le confunde con distintas personas: un jardinero (Jn 20,15), su hermano Judas Tomás (HchTm 11; 34; 39; 88), Pablo (HchPbl 21); aparece bajo distintas formas: como un anciano pastor de pelo gris (Pasión de Perpetua 4.8), como un cordero degollado (Ap 4,6-8), como un niño (HchJn 88; EvSalv 107,58-60; HchPed 20); es visto simultáneamente bajo dos formas distintas: como un hombre anciano de barbas y como un joven con una barba recién creciendo (HchJn 89; HchPed 21); es visto de diferentes formas de acuerdo a las capacidades de las personas: pequeños para los pequeños, un ángel para los ángeles, un hombre para los hombres, en gloria y grandeza para sus discípulos (EvFelipe 57,28-58; HchPed 20); su visión se asocia con un luz resplandeciente (Hch 9,3-9; 22,6-11; 26, 12-18; 2Cor 4,4-6; SabJc 91,10-16; ApJn 2,1-2; Carta de Pedro a Felipe 134,10; HchTom 27; HchPed 21); su cuerpo manifiesta una grandeza y gloria inigualables (Lc 24, 36-43; Jn 20, 19-20. 24-27; EvSalv 107, 12-23; SabJc 91,10-16; Hch Jn 90; EvPed10,39); es visto como un ángel inmenso cuya apariencia no puede ser descrita (SabJc 91,10-16); es un luminoso joven que llega a convertirse en un hombre viejo antes de ser reconocido en su triple forma de Padre, Madre, e Hijo (ApJn 2,1-15; HchTom 27); como el Hijo del Hombre vestido esplendorosamente, con sus cabellos blancos y ojos de fuego (Ap 1,12-19); en un momento es tan alto como los cielos, y al siguiente es un hombre pequeño (HchJn 90,7-11).

En todos estos casos es interesante constatar que las apariciones de Jesús se entendían como “visio dei”, tal como afirma Col 1,15 respecto a Jesús: “El cual es la imagen del Dios invisible”. Algo de lo mismo se desarrolla en el Evangelio de Juan donde el narrador relaciona la incredulidad de los judíos respecto a la identidad de Jesús con la visión del trono que tuvo Isaías (Is 6,1): “Por esto no podían creer, porque otra vez dijo Isaías: Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón; Porque no vean con los ojos, y entiendan de corazón, Y se conviertan, Y yo los sane. Estas cosas dijo Isaías cuando vió su gloria (la de Jesús), y habló de él” (Jn 12, 39-41). El Evangelio de Jn se inicia con la comunidad reconociendo que han contemplado la Gloria de Dios: “Y aquel Verbo fué hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14); “Á Dios nadie le vio jamás: el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le declaró” (Jn 1,18). El Padre está “en” Jesús y Jesús está “en” el Padre precisamente porque Jesús posee la Gloria de Dios. Esa Gloria se manifiesta sensiblemente en la persona de Jesús, sus signos, y en su crucifixión (Jn 1,14; 2,11; 11,40; 12,23.28; 13,32; 17, 1.4-5). Una vez que Jesús ha regresado a su Padre, la presencia de Jesús permanece a través de su Espíritu (Jn 14, 16.18.22-23; 1Jn 4,12-13) que hace al individuo un creyente (Jn 20,29-31). En Juan la fe reemplaza a toda experiencia visionaria o mística (Jn 20,29-31; 1Jn 4,15)

La relación de la Gloria y Dios parte de la premisa de Ex 33,20 donde Yavé le dice a Moisés: “Tú no puedes ver mi rostro porque los hombres no pueden verme y vivir”. Entonces la visión directa de Dios es reemplazada por la visión de su Gloria (manifestación sensible de Dios). Esta idea tendrá continuidad a lo largo de gran parte de las tradiciones místicas judías comenzando ya con Ez 1,26-28 donde el profeta tiene una visión de la Gloria del Señor en forma humana y entronizado en los cielos. Además de Ex 33,20 también encontramos una fuente importante en la idea de Jesús como Dios en la imagen del Ángel de Yavé quien según Ex 23,20-21 porta el nombre divino. Al igual que las tradiciones relacionadas con la Gloria, el ángel de Yavé podía actuar de manera intercambiable con Dios, con su poder, autoridad (Gn 16,7; Ex 3, 2-7) y juridicidad (Zac 3,1-7; Is 66, 15-16; Mal 3,1-5). Textos como 1Enoc 45,3; 55,4; 61,8;62,2; 69,29; TestAb 11,4; 12,5 (Rescención A); ApAb 11,3; Metatrón. Para más detalles: April DeConick, “Jesus Revealed: The Dynamics of Early Christian Mysticism”, en: With Letters of Light, Studies in the Dead Sea Scrolls, Early Jewish Apocalypticism, Magic, and Mysticism, (Ed. A. Orlov y D. Arbel), p. 308-311.

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.