El ascenso del alma en la tradición mitraitica

El Discurso verdadero de Celso (170 d.c) nos abre una ventana interesante a la experiencia religiosa de los mitraístas en el mundo greco-romano. Este será parte del campo donde los gnósticos serán especialmente fructíferos. Al igual que en los mitos gnósticos, los mitraítas creen en el descenso del Logos-Mitra a la tierra, donde nacerá en una gruta que representa el cosmos, para luego de cumplir su misión regresar a sus dominios celestiales acompañado por el sol (el cristianismo bebe de la misma experiencia). A partir de esta historia se interpreta la suerte de las almas como un descenso (encarnación) desde las esferas celestiales y posterior ascenso (liberación), cuando muere, al lugar de origen. Siguiendo a Platón, los mitraístas, entendían al alma como un hálito que tiende naturalmente a subir hacia su destino original, pero que igualmente se puede condensar, cuando se entrega a las pasiones (lo hombres vulgares), haciéndose demasiado pesada para subir a las estrellas y quedando relegada a la atmosfera terráquea donde puebla con los espíritus. El mito mitraico también entendió que el alma cuando va subiendo por las esferas celestiales va enfrentándose con un arconte o gobernador en la puerta de cada esfera planetaria. Lo mismo que los ángeles en la literatura de Hejalot, estos arcontes tienen como misión estorbar la ascensión del alma en cuestión. Y es que el arconte reconoce al alma como una enemiga que posee una chispa del espíritu divino (desde donde procede) que le es hostil. Ahora bien, si el alma conoce los sellos y fórmulas mágicas adecuadas podrá ir venciendo en cada puerta al gobernador en cuestión.

El ascenso del alma supone que ésta descendió o se encarnó anteriormente. Durante el descenso, los mismos arcontes que la enfrentarán después de la muerte, la revisten de pasiones: Saturno de topor, Marte de ira y ardor guerrero, Venus de concupiscencia, Jupiter de lujuria, el sol de capacidades intelectuales, la luna de energía vital, etc. (In Aen. VI 414). Al final, el alma se asemeja a una cebolla cubierta de capas ( lo mismo que el cosmos pero en un orden contrario) de las que tendrá que desvestirse una vez emprenda el camino de regreso. Celso lo presenta de la siguiente manera: “Es también esto lo que deja entender la doctrina de los persas y la iniciación de Mitra observada entre ellos. En ella hay una figura que representa las dos órbitas celestes, la una es la fija (la de las estrellas fijas o zodiacal), la otra es la correspondiente a los planetas, y el tránsito del alma a través de ellas. Ésta es la figura: una escala de siete puertas, sobre la cual está la octava. La primera de las puertas es de plomo, la segunda de estaño, la tercera de bronce, la cuarta de hierro, la quinta de una aleación, la sexta de plata, la séptima de oro. Adjudican la primera a Cronos (Saturno), simbolizando mediante el plomo la lentitud de este astro; la segunda a Afrodita (Venus), comparando con ella el brillo y la blandura del estaño; la tercera, hecha de bronce y sólida, a Zeus (Júpiter); la cuarta a Hermes (Mercurio), ya que el hierro, al igual que Hermes, resiste todo trabajo, es útil al comercio y de gran duración; la quinta, de Ares (Marte), proviene de una aleación desigual y variada; la sexta de plata y la séptima de oro, a Selene (Luna) y a Helios (Sol), respectivamente, ya que imitan sus colores” (VI, 22, 3-20).

Otro texto interesante respecto al descenso-ascenso del alma lo encontramos en el Poimandres, libro atribuido a Hermes Tismegistos: “Y de esta manera se lanza el hombre desde este momento (tras la disolución del cuerpo material) hacia lo alto a través del armazón de las esferas, y en el primer círculo abandona la capacidad de crecer y decrecer, en el segundo las arterías de la maldad , espíritu de engaño que en adelante carece ya de efecto, en el tercero la ilusión del deseo para lo sucesivo inoperante, en el cuarto la ostentación del mando desprovista de sus miras ambiciosas, en el quinto la audacia impía y la temeridad presuntuosa, en el sexto los apetitos ilícitos que produce la riqueza, en lo sucesivo inoperante, y en el séptimo la mentira que prepara las trampas. Y entonces, despojado de lo que había producido la naturaleza de las esferas, entra en la naturaleza ordoádica (de la esfera de las estrellas fijas), sin poseer otra cosa que su propia potencia…Éste es el fin bienaventurado que aguarda a los que poseen el conocimiento: llegar a ser Dios” (Poim. 25,26). Plara más detalles: I. Gómez de Llaño, El círculo de la sabiduría, p.126-129

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.