Gregorio de Palamas: Revelación y Divinización

Hoy en día el creer en Dios se entiende como algo que se te da o no, algo que no depende de ti,  algo que adquiriste de tus padres, algo que puedes perder o recuperar según las circunstancias. Antes de la Ilustración esto no era así. El mundo sensible sólo era un reflejo de un mundo espiritual más eximio. Si uno reflexionaba adecuadamente sobre el mundo natural la inteligencia te conducía a Dios.  Para San Gregorio de Palamas, monje y teólogo ortodoxo, Dios le dio al hombre el mundo sensible que es una especie de reflexión del mundo que está más allá, y así es un medio que conduce al hombre a su creador (Homilia 3, PG 151, 36B). Esta idea tiene una clara raíz griega…y también judía. Una de las premisas teológicas de que Pablo da por sentada en sus iglesias, y por lo tanto no se
distrae en explicar, es la presencia de Dios en el cosmos. Dios es reconocible a través de la creación del mundo (Rom
1, 20). Estas ideas  están presentes en
diversas fuentes sapienciales (Sab 2,23; 7,26), 
en Filón, y en fuentes paganas especialmente estoicas.  A pesar  de que Pablo reconoce la existencia de
un mundo celestial inmensamente superior, nunca niega de la bondad de este
mundo (1Cor 11,7; 10,26; Rom 8, 19-23; 14,14).  La creación se convierte así en un medio natural de la revelación divina. 
Para Palamas la creación no es el único medio para acceder a Dios. También lo es una ley moral inherente al
hombre, y que el monje define como un juez infalible y un maestro infalible
(Homilia 3, PG 151, 36B). Para Palamas, por lo tanto, el hombre no tiene excusa
en relación al conocimiento de la existencia de Dios. 
Ahora bien, eso no
significa desconocer que sobre cualquier revelación natural se eleva una
revelación inmensamente superior, con la cual ninguna otra se puede comparar.
En el centro de esta se encuentra la encarnación. Esta revelación es inmensamente superior porque no sólo afirma la existencia de un ser superior, sino que manifiesta el por qué el hombre vive, sufre, y se alegra en esta vida. La revelación divina en la encarnación habla no solamente de quién o cómo es Dios, sino del sentido de la existencia humana: la divinización. Dejemos hablar al monje: El Hijo de
Dios se hizo hombre para mostrarnos hasta qué alturas él nos puede conducir;
para advertirnos de la auto-exaltación del pensar que por nosotros mismos
podemos asegurarnos la revocación de nuestra caída; para unirnos, con el
verdadero mediador, con Él quien es divino y humano, y así desgarrar aspectos
de nuestra naturaleza caída; para romper las cadenas del pecado; para purificar
la contaminación que el pecado introdujo en nuestra carne; para demostrar el
amor de Dios por nosotros; para hacer claro para nosotros la profundidad del
mal en el que hemos caído, y que sólo la encarnación de Dios puede rescatarnos;
para ser un ejemplo para nosotros de humildad y remedio para el orgullo de
nuestro orgullo en la carne y en la pasión; para mostrarnos  como nuestra naturaleza al ser creada por
Dios es buena; para ser el inaugurador y la garantía de la resurrección y la
vida eterna, destruyendo la angustia; para hacer a los hombres hijos de Dios y
participes de la inmortalidad divina, desde que El llego a ser Hijo del hombre
y tomó para si la mortalidad; para mostrar como la naturaleza humana fue creada
a imagen de Dios por sobre toda otra creatura, porque es tan similar a Dios que
puede hacerse una hipostasis con El; para honrar incluso su carne mortal, de
tal modo que los espíritus orgullosos no pueden pensarse superiores al hombre,
y no pueden pensarse a sí mismos divinos porque son incorpóreos e innata
inmortalidad; para unir lo que está separado por naturaleza, la humanidad y
Dios, desde que Él llegó a ser mediador de la naturaleza divina y humana (
Homilía
16, PG 151, 201D-204B). 

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.