La primera pareja, las relaciones sexuales y el templo de Jerusalén

Una de las
aproximaciones a la relación entre el Templo de Jerusalén y el Jardín del Edén
es a través de la idea bíblica de la pureza sexual. Una vez que Adán conoce a
Eva y exclama su satisfacción (Gn 2,23) el texto concluye con una fórmula
matrimonial: el hombre dejará a su padre
y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne
(Gn 2,24).
Sin embargo, inmediatamente se agrega que ambos estaban desnudos y no se
avergonzaban
(Gn 2,25), lo que significa que todavía guardaban un estado de
inmadurez sexual. La unión coital no se podía aún realizar. Esto sólo cambiará
cuando ambos pequen, descubran su desnudez, y se avergüencen de ella.  En otras palabras, Adán y Eva fueron creados
para llegar a ser una sola carne, sin
embargo la actualización de dicho objetivo sólo es posibilitado por el pecado
humano. ¿Es acaso la sexualidad algo negativo para este relato del Gn? La
respuesta es un negativa categórica pero con matices. Para entender el asunto
vamos al apócrifo judío de los Jubileos, el
cual, además de responder a esta pregunta nos llevará al Templo de Jerusalén.
En este libro se constata lo mismo que en el Gn: no es bueno que el hombre esté sólo. A continuación se narra la
creación de los animales y el cómo Adán va poniéndoles nombres uno a uno
(2,19). Sin embargo, al ver a los animales emparejados, incluso procreándose,
de acuerdo a algunas fuentes, hace que Adán se sienta aún más sólo. Esto
explica su felicidad cuando finalmente le es dada la mujer: Al fin, hueso de mis huesos, y carne de mi
carne
(2, 23). Lo interesante es que en el mismo versículo se nos dice que Adán conoció a Eva, lo que implica que
tuvieron relaciones sexuales de inmediato…pero fuera del Jardín del Edén. Efectivamente, Adán tuvo que esperar 40
días después de las relaciones sexuales con Eva antes de poder  entrar en el Jardín del Edén. ¿Por qué?
Porque este es el tiempo requerido por la Torah desde la última relación sexual
del sujeto para la purificación requerida para entrar en el Templo de Jerusalén
(Lv 15). En Jubileos se equipara el
Templo de Jerusalén con el Jardín del Edén. Para entrar en ellos el hombre
(Adán) tiene que estar purificado. Entendámoslo bien, según la tradición
judeo-cristiana el hombre fue creado sólo un poco inferior a los ángeles. Esto
es, una parte animal y una parte divina. En el Genesis Rabbah 8,11 leemos: Dios
creo a Adán con cuatro atributos de los ángeles y cuatro atributos de los
animales. Como los animales, el hombre come, se procrea, excreta, y muere. Como
los ángeles, el hombre puede estar de pie, hablar, entender, y ver con los dos
ojos al frente del rostro.
Es a partir de aquí que podemos entender que la
Biblia exija una purificación determinada cuando el hombre se aproxima al orden
de lo divino, esto es al templo. En otras palabras, el hombre ha de acentuar su
carácter angelical para acercarse a Dios purificándose de todos los fluidos
corporales (el dar a luz, la menstruación y la eyaculación, por ejemplo) y
enfermedades físicas (lepra, por ejemplo) que eran considerados impuros en la
Ley Mosaica. Esta dinámica está presente no sólo en relación al templo o al
Jardín del Edén (de acuerdo a Jubileos o Qumrán), sino que también en el
momento culmen de la experiencia religiosa judía: la epifanía divina en el
Sinaí.  De aquí que Dios advierta en la
base del monte y antes de dar la Torah: Estad
preparados para el tercer día; no os acerquéis a mujer
(Ex 19,15).
Concluyamos, de nuevo, la sexualidad no es mala…la tradición judía la entiende
como un don de Dios, pero del cual tenemos que prescindir temporalmente si queremos acceder al ámbito sagrado y distinto de
lo divino, esto es el templo, verdadero Jardín del Edén, donde recobramos
nuestra identidad divina perdida por el pecado. Gary Anderson, The Genesis of Perfection, p. 43-55.

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.