San Macario: la divinización y la naturaleza adámica
Las homilías
de San Macario de Egipto, maestro de Evagrio en el desierto de
Escete (Egipto), es un trabajo pseudográfico que le pertenece a otro monje cuya
identidad desconocemos pero que podemos situar al final del siglo IV. A pesar
de la clara influencia platónica, las raíces bíblicas son indudables. La
divinización de la persona, por ejemplo, es una idea de claras raíces bíblicas (y aquí ) que este autor traduce de manera maravillosa a partir de la
dinámica humillación-exaltación del
himno de los Filipenses con todos los ecos adámicos que el himno paulino tiene:
El inenarrable e incomprensible Dios se
ha humillado a sí mismo en su bondad; él se ha vestido a sí mismo con los
miembros de este cuerpo que nosotros vemos y ha abandonado su inaccesible
gloria; en su clemencia y en su amor por los hombres él se transformó a sí
mismo, se encarnó, se mezcló con los santos, píos, y fieles, y llegó a ser “un
espíritu” con ellos, de acuerdo a Pablo (1Cor 6,17)- alma en el alma y la
persona en la persona, de tal modo, que el ser viviente sea capaz de vivir para
siempre en frescura, experimente la vida inmortal, y participe en la gloria
incorruptible (Hom IV, 10; PG 34, 480 BC). Es interesante que este texto
entiende la divinización, o participación del creyente en Cristo, al modo de
recobrar la condición adámica perdida. Fijémonos en el siguiente texto que apunta en la misma dirección: Porque el hombre ha infringido el
mandamiento (Adán), el demonio ha
cubierto su alma con un velo pesado. Pero mirad, la gracia ha venido y ha
levantado todo el velo: desde ahora el alma purificada…con ojos purificados
contempla la gloria de la verdadera luz y el verdadero Sol de justicia brilla
en sus corazones (Hom XVII, 3). Los ecos paulinos son claros y por
supuesto que también, pero desde el futuro, la teología excelsa de Gregorio de
Palamas. Macario llega a decir: Los cristianos pertenecen a otro mundo,
ellos son hijos del Adán celestial, un nuevo pueblo, hijos del Espíritu Santo,
hermanos radiantes de Cristo, a semejanza del Padre: el espiritual y radiante
Adán (Hom XVI 8). Veamos un último texto donde la divinización se asimila con
la naturaleza adámica: La gloria que los
santos poseen en sus almas hoy, va (en el día de la resurrección) a vestir de
nuevo sus cuerpos desnudos (se restituye la naturaleza adámica) y los elevará hacia los cielos. Entonces
nuestros cuerpos y almas van a descansar eternamente con el Señor en el Reino.
Cuando Dios creo a Adán no le dio alas como a los pájaros, pero preparó para él
de antemano las alas del Espíritu Santo- las alas que Él deseaba darle en la
resurrección- para elevarlo y llevarlo donde sea que el Espíritu desease. Las
almas de los santos reciben estas alas incluso ahora cuando ellos se elevan a
través de los pensamientos celestiales (angelificación ). En efecto, los cristianos viven en un mundo
diferente: ellos tienen una mesa que sólo a ellos les pertenece, un deleite,
una comunión, una manera de pensar que es propia. Esto explica el por qué ellos
son los más fuertes entre los hombres. Ellos reciben su fuerza en el interior
de sus almas del Espíritu Santo. Este es el por qué en la resurrección sus cuerpos
también recibirán los bienes eternos del Espíritu y estarán unidos en la gloria
que incluso hoy sus almas experimentan y poseen (Hom V, 11).
de San Macario de Egipto, maestro de Evagrio en el desierto de
Escete (Egipto), es un trabajo pseudográfico que le pertenece a otro monje cuya
identidad desconocemos pero que podemos situar al final del siglo IV. A pesar
de la clara influencia platónica, las raíces bíblicas son indudables. La
divinización de la persona, por ejemplo, es una idea de claras raíces bíblicas (y aquí ) que este autor traduce de manera maravillosa a partir de la
dinámica humillación-exaltación del
himno de los Filipenses con todos los ecos adámicos que el himno paulino tiene:
El inenarrable e incomprensible Dios se
ha humillado a sí mismo en su bondad; él se ha vestido a sí mismo con los
miembros de este cuerpo que nosotros vemos y ha abandonado su inaccesible
gloria; en su clemencia y en su amor por los hombres él se transformó a sí
mismo, se encarnó, se mezcló con los santos, píos, y fieles, y llegó a ser “un
espíritu” con ellos, de acuerdo a Pablo (1Cor 6,17)- alma en el alma y la
persona en la persona, de tal modo, que el ser viviente sea capaz de vivir para
siempre en frescura, experimente la vida inmortal, y participe en la gloria
incorruptible (Hom IV, 10; PG 34, 480 BC). Es interesante que este texto
entiende la divinización, o participación del creyente en Cristo, al modo de
recobrar la condición adámica perdida. Fijémonos en el siguiente texto que apunta en la misma dirección: Porque el hombre ha infringido el
mandamiento (Adán), el demonio ha
cubierto su alma con un velo pesado. Pero mirad, la gracia ha venido y ha
levantado todo el velo: desde ahora el alma purificada…con ojos purificados
contempla la gloria de la verdadera luz y el verdadero Sol de justicia brilla
en sus corazones (Hom XVII, 3). Los ecos paulinos son claros y por
supuesto que también, pero desde el futuro, la teología excelsa de Gregorio de
Palamas. Macario llega a decir: Los cristianos pertenecen a otro mundo,
ellos son hijos del Adán celestial, un nuevo pueblo, hijos del Espíritu Santo,
hermanos radiantes de Cristo, a semejanza del Padre: el espiritual y radiante
Adán (Hom XVI 8). Veamos un último texto donde la divinización se asimila con
la naturaleza adámica: La gloria que los
santos poseen en sus almas hoy, va (en el día de la resurrección) a vestir de
nuevo sus cuerpos desnudos (se restituye la naturaleza adámica) y los elevará hacia los cielos. Entonces
nuestros cuerpos y almas van a descansar eternamente con el Señor en el Reino.
Cuando Dios creo a Adán no le dio alas como a los pájaros, pero preparó para él
de antemano las alas del Espíritu Santo- las alas que Él deseaba darle en la
resurrección- para elevarlo y llevarlo donde sea que el Espíritu desease. Las
almas de los santos reciben estas alas incluso ahora cuando ellos se elevan a
través de los pensamientos celestiales (angelificación ). En efecto, los cristianos viven en un mundo
diferente: ellos tienen una mesa que sólo a ellos les pertenece, un deleite,
una comunión, una manera de pensar que es propia. Esto explica el por qué ellos
son los más fuertes entre los hombres. Ellos reciben su fuerza en el interior
de sus almas del Espíritu Santo. Este es el por qué en la resurrección sus cuerpos
también recibirán los bienes eternos del Espíritu y estarán unidos en la gloria
que incluso hoy sus almas experimentan y poseen (Hom V, 11).