¿Se adoraban a los ángeles en el tiempo de Jesús?
Cuando hablamos de la herejía judía de
los dos poderes en el cielo (tal como la definirían los rabinos posteriormente)
es necesario preguntarse hasta qué punto existía en el tiempo de Jesús una
veneración por los ángeles. En otras palabras, ¿existía la veneración a otros
seres celestiales prominentes aparte del Único Dios de Israel? En otra entrada
abordábamos este tema específicamente en
el apócrifo José y Asenet. Otros textos apócrifos que apuntan en esta
dirección son el Apocalipsis de Zefonías donde,
como también hemos estudiado, el visionario cae rostro en tierra
delante de un gran ángel (más adelante sabemos que se trata de Eremiel)
que estaba delante mio con su rostro
brillando como los rayos del sol en su gloria. O pensemos en el Apocalipsis
de Juan donde el visionario también cae a sus pies en adoración delante de un
ángel quien se apresura en recordarle: “¡No
lo hagas! Soy siervo como tú y como tus hermanos que mantienen el testimonio de
Jesús. A Dios has de adorar –el testimonio de Jesús es el espíritu profético”. También en el NT es prominente el ejemplo de
la Carta a los Colosenses. Lo interesante en todos estos ejemplos es la reacción unánime de
prevenir alguna práctica que debió haber existido de exaltar y adorar a ángeles
prominentes en los cielos. En la
literatura rabínica vemos en MekhY bahodesh 6 que se prohíbe cualquier imagen (o adoración)
de los cuerpos celestiales como el Sol, la Luna, las estrellas, o los planetas.
Se sigue el mandato de Dt 4,19. Entonces se plantea la cuestión de los ángeles:
Pero ¿puede uno hacer alguna imagen de
los ángeles, los querubines, o los offannim? La respuesta es contundente: Las escrituras dicen: “De nada de lo que
está en los cielos” (Ex 20,4), debemos concluir que uno no deber hacer imagen
de ninguno de ellos. Para los rabinos, entonces, es importante incluir en la
prohibición explícita de Ex 20,4 a los ángeles porque mal que mal sabemos que
el arca de la alianza contenía la figura de dos querubines (1Rey 6,23ss) y que
las murallas y puertas del santuario estaban adornadas , entre otras, con la
figuras de estos (6,29ss). En la misma línea veos que la Tosefta específica que
quien degüella a un animal como
sacrificio al sol, la luna, los planetas, Miguel, el Gran Príncipe del
ejército, o a un pequeño gusano, esta es carne de sacrificio de muertos (tHul2,18).
En el Baraitha del Bavli se declaran como de los muertos los ofrecidos a las montañas, montes, mares, ríos,
desiertos, el sol, la luna, las estrellas, los planetas, Miguel, el Gran
Príncipe, o a un guzano pequeño (bHul 40ª).
Es interesante constatar que en estos ejemplos se subentiende la
existencia de personas que ofrecían sacrificios a un segundo poder en los
cielos, el ángel Miguel o al Gran Príncipe. Es de notar que de acuerdo a varias
fuentes, Miguel es el sumo sacerdote en los cielos que ofrece sacrificios
delante de Dios intercediendo por el pueblo, algo así como el rol de Jesús en
Hebreos. Para más detalles: Peter Schafer, The Jewish Jesus, p. 188-196.
los dos poderes en el cielo (tal como la definirían los rabinos posteriormente)
es necesario preguntarse hasta qué punto existía en el tiempo de Jesús una
veneración por los ángeles. En otras palabras, ¿existía la veneración a otros
seres celestiales prominentes aparte del Único Dios de Israel? En otra entrada
abordábamos este tema específicamente en
el apócrifo José y Asenet. Otros textos apócrifos que apuntan en esta
dirección son el Apocalipsis de Zefonías donde,
como también hemos estudiado, el visionario cae rostro en tierra
delante de un gran ángel (más adelante sabemos que se trata de Eremiel)
que estaba delante mio con su rostro
brillando como los rayos del sol en su gloria. O pensemos en el Apocalipsis
de Juan donde el visionario también cae a sus pies en adoración delante de un
ángel quien se apresura en recordarle: “¡No
lo hagas! Soy siervo como tú y como tus hermanos que mantienen el testimonio de
Jesús. A Dios has de adorar –el testimonio de Jesús es el espíritu profético”. También en el NT es prominente el ejemplo de
la Carta a los Colosenses. Lo interesante en todos estos ejemplos es la reacción unánime de
prevenir alguna práctica que debió haber existido de exaltar y adorar a ángeles
prominentes en los cielos. En la
literatura rabínica vemos en MekhY bahodesh 6 que se prohíbe cualquier imagen (o adoración)
de los cuerpos celestiales como el Sol, la Luna, las estrellas, o los planetas.
Se sigue el mandato de Dt 4,19. Entonces se plantea la cuestión de los ángeles:
Pero ¿puede uno hacer alguna imagen de
los ángeles, los querubines, o los offannim? La respuesta es contundente: Las escrituras dicen: “De nada de lo que
está en los cielos” (Ex 20,4), debemos concluir que uno no deber hacer imagen
de ninguno de ellos. Para los rabinos, entonces, es importante incluir en la
prohibición explícita de Ex 20,4 a los ángeles porque mal que mal sabemos que
el arca de la alianza contenía la figura de dos querubines (1Rey 6,23ss) y que
las murallas y puertas del santuario estaban adornadas , entre otras, con la
figuras de estos (6,29ss). En la misma línea veos que la Tosefta específica que
quien degüella a un animal como
sacrificio al sol, la luna, los planetas, Miguel, el Gran Príncipe del
ejército, o a un pequeño gusano, esta es carne de sacrificio de muertos (tHul2,18).
En el Baraitha del Bavli se declaran como de los muertos los ofrecidos a las montañas, montes, mares, ríos,
desiertos, el sol, la luna, las estrellas, los planetas, Miguel, el Gran
Príncipe, o a un guzano pequeño (bHul 40ª).
Es interesante constatar que en estos ejemplos se subentiende la
existencia de personas que ofrecían sacrificios a un segundo poder en los
cielos, el ángel Miguel o al Gran Príncipe. Es de notar que de acuerdo a varias
fuentes, Miguel es el sumo sacerdote en los cielos que ofrece sacrificios
delante de Dios intercediendo por el pueblo, algo así como el rol de Jesús en
Hebreos. Para más detalles: Peter Schafer, The Jewish Jesus, p. 188-196.