Sofonías, Eremiel, Metatrón y otros menjunjes
Otra de las características que me llama la atención de este apocalipsis es la aparente ausencia de motivos vinculados al templo de Jerusalén. Aún así hay algunos que vale la pena mencionar. Primero, se percibe una crítica al sacerdocio del templo. Efectivamente, uno de los grupos que Sofonías encuentra en los infiernos son “los tres hijos de Joatán, el sacerdote, los que no guardaron los mandamientos de su padre ni cumplieron los preceptos del Señor” (3,4). Estos sacerdotes infieles que servían en el templo antes de su destrucción y el consecuente exilio a Babilonia representan la actual generación que sirve en el templo de Jerusalén. En contraposición, Sofonías describe su transformación en los cielos en términos angelicales y sacerdotales: “Yo mismo me puse una vestidura de ángel, y vi a todos aquellos ángeles que rezaban. Yo mismo comencé a rezar a la vez junto a ellos, y conocía la lengua en la que hablaban conmigo (8,3-4).
Segundo, aunque no hay una descripción del templo celestial, sí la hay de la Jerusalén celestial al modo del libro del Apocalipsis. Ambas imágenes están muy relacionadas. El vidente narra la visión en los siguientes términos: “Miré delante de mí y unas puertas. Entonces, cuando me acerqué a ellas, observé que eran de bronce. Las tocó el ángel y se abrieron ante él. Entré con él; encontré toda la plaza ante ellas como una bella ciudad, y me adentré en medio de ella” (5,1-3).
Por último, otro motivo que vale la pena mencionar es un paralelo interesante con la tradición enoquica y la literatura de Hejalot. En un momento de tribulación el vidente implora a Dios, entonces (y con sus propias palabras) “me levanté, me puse en pie y vi un gran ángel que estaba de pie delante de mí. Su rostro resplandecía como los rayos del sol en su gloria, siendo su rostro como el del que es perfecto en su gloria. Estaba ceñido como si llevara un cinturón de oro sobre su pecho; y sus pies eran como el bronce que se estaba fundiendo en el fuego” (6, 11-12). De más está decir que este ángel se identifica con el rostro y con la gloria divina, lo mismo que Metatrón. Sus rasgos sumo sacerdotales también sobresalen en ambos. El paralelo con Metatrón va más allá porque Sofonías, al igual que el vidente en el 3Enoc, confundirá a este ángel con Dios. Por supuesto que tal error puede acarrear desastrosas consecuencias: “Cuando lo vi, me alegré, pues pensaba que el Señor todopoderoso había venido a visitarme. Caí sobre mi rostro y lo adoré. Me dijo: “Pon tu atención en él; no me adores a mí. Yo no soy el Señor todopoderoso, sino que soy el gran ángel Eremiel que está sobre el abismo y los infiernos, aquel en cuya mano todas las almas están retenidas desde la terminación del diluvio que sobrevino a la tierra hasta el día de hoy” (6,13-15). Eremiel tiene, por lo tanto, potestad de juzgar, lo mismo que Enoc transformado en el hijo del hombre en el 1Enoc.