¿Se pueden distinguir la magia, la religión y los milagros? (II)

¿Se puede distinguir claramente entre la religión y la magia como si fuesen fenómenos distintos? ¿No es más bien la relación entre ambas experiencias, en el mejor de los casos, ambigua? ¿No es acaso poco exacto desacreditar la magia en relación a la religión como si fuesen completamente distinguibles? La verdad es que la magia y la religión son dimensiones o acentos dentro de un continuo. Esto era aún más patente en el mundo greco-romano antiguo donde no se distinguía entre un encantamiento y una oración. Ambas se relacionaban, con mayor o menor intensidad, con la divinidad como con un patrón (relación patrón-cliente) al cual había que manipular o agradar para conseguir un fin. Ambas se relacionaban con la divinidad con mayor o menor reverencia o interés entendiendo que sus ofrendas recomponían un orden natural o cósmico roto. Por último, ambas se situaban, según el caso, más o menos cerca de alguna forma de culto oficial.

Afortunadamente contamos con muchos testimonios que nos hablan de cuán importante era la magia en la experiencia humana cotidiana y religiosa del hombre antiguo. Pápiros con encantamientos, amuletos, y numerosos relatos son voces que nos llegan de esas personas y grupos pidiendo protección a los dioses frente a los viajes o negocios nuevos; pidiendo justicia o venganza contra quien les había perjudicado; pidiendo un conocimiento especial sobre situaciones importantes; pidiendo adivinación sobre el futuro; pidiendo amor o control de tal o cual persona. En una instrucción dada en el oráculo de Delfos (PGM IV. 1121-24) se recomienda a una persona cantar una serie de himnos a Apolo, a modo de fórmulas mágicas, y luego: “La divinidad vendrá a ti, y la casa entera y el trípode se removerán delante de él. Entonces vendrá la completa adquisición del conocimiento de las cosas por venir con claras instrucciones como has querido. Entonces despídete de la divinidad con acción de gracias”. Otro aspecto interesante de la magia son las llamadas voces místicas que se encuentran en varios textos mágicos. Estas son una secuencia de sonidos sin sentido que constituyen un elemento importante en los conjuros mágicos. Un ejemplo de ello está en PGrM I 222-31: “Tomese la grasa o el ojo de una lechuza nocturna y aceite de bayas verdes, hágase una textura fina y cúbrase todo su cuerpo y váyase repitiendo estas palabras mientras se va girando hacia el sol: ´Yo te llamo por tu gran nombre, borque phoiur io zizia aparxeouch thythe lailam aaaaa iiii oooo ieo ieo ieo ieo ieo ieo ieo naunax aiai aeo aeo aeo ¨ Hágase de la mixtura un líquido y dígase sobre ésta: ¨Hacedme invisible, Señor del aire, aeo, oae eie eao, a los ojos de cada ser humano hasta la puesta de sol io phrix rizo eoa”.

El cristianismo primitivo nace de una matriz judía y griega que estaba, indudablemente, empapada de esta experiencia humana, sobre todo en las clases populares mayoritarias. La magia como experiencia religiosa, estaba tan relacionada con el mundo de los oráculos, la profecía, y la medicina, que era difícil poder distinguirlas. Por otra parte, en el mundo del Nuevo Testamento el límite entre la magia y los milagros es muy tenue. Por supuesto que este límite va a depender de cómo definamos los milagros, pero aún así una mirada desde la antropología apuntan a que tienen un significativo campo en común. Ambos son eventos extraordinarios que derivan de la respuesta de los dioses a ciertas rogativas humanas. Pero incluso esta definición en el mundo antiguo hace que la magia, la religión, la medicina, los milagros, y las adivinaciones se entendiesen como aspectos de un continuo que constituía la experiencia religiosa de muchas personas. Creo que este punto es importante al momento de estudiar los evangelios.

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.