Sacrificios diarios en el Templo (III Parte)

Estamos llegando al final del sacrificio matutino. Cuando los sacerdotes se reunían de
nuevo echaban suertes por tercera vez. Esta vez se determinaba quién oficiaría
el ofrecimiento del incienso, el más aceptable de los sacrificios ante los ojos
de Dios. Detalles del altar del incienso y de la liturgia que se ofrecía en
éste se encuentra en Ex 30,1-10: 

El altar
del incienso lo harás de madera de acacia, de cincuenta centímetros de
largo por cincuenta de ancho; será cuadrado y tendrá un metro de alto. De él
arrancarán unos salientes.  Revestirás de oro de ley la parte
superior, todos sus lados y los salientes; alrededor le pondrás un listón de
oro.  Bajo el listón, en los rebordes de los dos lados opuestos,
pondrás dos anillas de oro; por ellas se meterán los travesaños para
transportar el altar.  Harás los travesaños de madera de acacia,
revestidos de oro.  Colocarás el altar delante de la cortina que tapa
el arca de la alianza y delante de la tapa que cubre el arca de la alianza,
donde me encontraré contigo.

 »Aarón quemará sobre él el incienso del sahumerio por la mañana, cuando
prepare las lámparas,  y lo mismo al atardecer, cuando las encienda.
Será el incienso perpetuo que ofrecen de generación en generación en presencia
del Señor.  No ofrecerán sobre el altar otro incienso, ni holocaustos,
ni ofrendas, ni derramarán sobre él libación alguna.

  »Una vez al año Aarón hará el rito de expiación untando con la
sangre de la víctima expiatoria los salientes del altar; una vez al año a lo
largo de las generaciones.

   »El altar está consagrado al Señor.

La situación era la siguiente. Había
un  sacerdote elegido (echando las
suertes por cuarta vez) para subir las partes del sacrificio hacia el altar de
fuego por la rampa, una vez arriba  dejaba sobre éste la
carne y roseaba el altar con la libación. Entonces preparaba los vasos para el
servicio del incienso tomando una cuchara de oro para capacidad de 3 kavim, un vaso pequeño lleno hasta el
borde con incienso y colocado dentro de otro vaso más grande para prevenir que
éste se derrame. Este era el momento cuando el sacerdote designado para reunir
el carbón del altar interior traía la pala de plata a la cumbre del altar
exterior donde podía conseguir y juntar más carbón. Luego descendía por la
rampa con el carbón y lo ponía dentro de una pala de oro que se llevaba al
santuario para el servicio del incienso. El sacerdote elegido para oficiar la
liturgia del incienso avanzaba por el santuario junto con este sacerdote que
lleva la pala de oro hacia el altar del incienso, sin embargo, antes de llegar,
entre el salón y el altar, tomando un vaso llamado megrepha lo tiraba al suelo produciendo un gran ruido. Este era la
señal esperada por los sacerdotes que estaban fuera para comprender que sus
colegas estaban a punto de postrarse en tierra delante de la divina presencia y
hacían lo mismo. También este ruido avisaba a los levitas quienes entraban en
la corte cantando y quedándose en pie en la plataforma. Por último, también la
asamblea se alertaba con este ruido, se separaban de los sacerdotes y se
quedaban junto a la puerta situada en el este. Luego de todo este barullo el
sacerdote que oficiaría el servicio del incienso y el que le seguía con la pala
de oro, continuaban su camino subiendo los doce escalones que los conducían al
Santuario. Ya en el altar del incienso, el sacerdote que llevaba la pala y que
había entrado primero distribuía los carbones sobre el altar de tal manera que
el incienso ardiese bien.  El sacerdote
que atendería el servicio, entonces, hacía su aparición en el Santuario junto a
un asistente. Removía el vaso pequeño contenido en el más grande, y que tenía
el incienso, y se lo daba al asistente. Éste ponía algo de este incienso en las
palmas del sacerdote que precedía, quien, a su vez, con extremo cuidado, las
ponía sobre los carbones ardientes. Cuando la sala estaba llena de incienso se
postraba y abandonaba el Santuario.
Una vez terminada el servicio
matutino, los sacerdotes reunían los vasos y utensilios utilizados , luego
mirando a la asamblea extendían sus manos y recitaban la oración sacerdotal (Nm
6,24-26): 
 El Señor te bendiga y te guarde,
 el Señor te muestre su rostro radiante y tenga piedad de ti,
 el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz.
 Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.
Para más detalles. Chaim Richman, The HolyTemple of Jerusalem, p. 19-29.

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.