Paraíso en San Efren el Sirio

En el cambio de era se desarrolló un rico entendimiento sobre el Jardín del Edén. La literatura rabínica y  la apócrifa (Enoc) ayudaron a entender el Paraíso como un símbolo que implica el principio y el final (escatología) del tiempo. Respecto a la ubicación del Paraíso, los LXX traduce el hebreo miqqedem  como «en el Este», mientras que la Peshitta y dos tradiciones targumicas (Palestina y Babilónica) adoptan una interpretación más temporal que espacial traduciendo «desde el inicio», esto es, lo perteneciente al tiempo primordial o sagrado. En el TgPsJ leemos: «Un Jardín fue plantado en el Edén por el justo por la Palabra del Señor antes de la creación del mundo, y Él hizo que Adán residiera allí una vez que fue creado». En todo caso, constatamos las tradiciones que apuntaban a la identidad entre el Paraíso primordial y escatológico donde finalmente, y después de la resurrección, se recobraría. Y este es el contexto apropiado para introducir a San Efren. De acuerdo a la tradición siriaca (La cueva de los tesoros, por ejemplo) nuestro autor ubica al Paraíso en una montaña. Por ejemplo, en Ez 28, 13-14 leemos: «Vivías en el Edén, en el jardín de Dios, sobre ti sólo había piedras preciosas: cornalina, topacio y diamante, crisólito, ónix y jaspe, zafiro, malaquita, esmeralda, con aros, pendientes labrados en oro, desde el día en que fuiste creado te puse de guardia, como un Querub, en la montaña santa de Dios: permanecías allí yendo y viniendo entre las piedras de fuego». El Sal 48, 1-2: «El Señor es grande y digno de alabanza, en la Ciudad de nuestro Dios. Su Santa Montaña, la altura más hermosa, es la alegría de toda la tierra. La «Montaña de Sión, la Morada de Dios, es la Ciudad del gran Rey».  La traducción siriaca de Gn 4,8  señala que Caín le dice a Abel, «vamos al Valle», lo que Efrén interpreta como una implicación que ambos se encontraban en un lugar más alto. Como en la Cueva de los tesoros, el paraíso se encontraba en una montaña y Adán y su descendencia fueron bajando poco a poco fuera de este lugar sagrado. En los Himnos del Paraíso Efrén dice que la montaña (Paraíso-templo) es circular (I.8) y estaba rodeado por el «gran mar» (II,6). El mar llegaba hasta las estribaciones (I,4) donde se encontraba una «barrera» o «defensa» vigilada por un Querubín con una espada que giraba (II, 7; IV, 1) (Gn 3,24).  Esta región demarca la extremidad más baja al Paraíso, ascendiendo medio camino se encuentra el árbol del conocimiento. Este lugar marca el límite hasta donde podían ascender Adán y Eva (III.3). De este modo este árbol es como la cortina del santuario que oculta el Santo de los santos, o árbol de la vida,  hacia donde la primera pareja estaba prohibido entrar (III, 2). Es allí, en la cima, en el árbol de la vida, donde reside la Divina Presencia o Shekina. El paraíso representa el templo y, a su sucesor, la Iglesia.  A pesar que el Paraíso nos lleva a un tiempo primordial y escatológico, en esta vida los santos ya anticipan las gracias:

«La asamblea de los santos;

tiene semejanza con el Paraíso;

allí, cada día,

se arranca Su fruto que da vida a todos» (VI, 8).

«Entre los santos, ninguno está desnudo,

y es que todos se han cubierto de gloria,

no hay ningún vestido en estas hojas

o que se esté en vergüenza,

porque ellos han encontrado, a través de nuestro Señor,

el vestido que pertenece a Adán y Eva» (VI, 9).

Con respecto al tiempo que va desde la muerte del individuo a la resurrección, y entrada al Paraíso, San Efrén lo explica echando mano del concepto del «Seol»: el sueño de la muerte en el Seol. En este sentido el juicio final coincide con la resurrección, cuando Jesús separé las ovejas de los corderos, a los de la derecha y la izquierda (Mt 25,33). Para más detalles: S. Brock, Hymns on Paradise, (New York, St Vladimir´s Seminary Press, 1990) 49-57.

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.