Los rabinos y la memoria del templo: dominando los cambios litúrgicos

La misná se escribe hacia finales del II y
principios del III, cuando el movimiento rabínico iba adquiriendo fuerza y
liderazgo entre los numerosos grupos que configuraban el judaísmo. Este movimiento
también se percibe en la misná donde los rabinos se definen como las autoridades
legales, los juristas, los que interpretan los rituales cultuales
tradicionales. En esa linea los rabinos se creen los continuadores de los
miembros del Sanedrín o Gran Corte, la misma que juzgase a Jesús, otorgándole a
ésta última unas potestades jurídicas en el cumplimiento de la Ley y en la
praxis cultual del templo que estaban lejos de haber tenido (Avot 1-2; Pe´ah
2,6). Los rabinos, como corte, son los continuadores de la Gran Corte o
Sanedrín, término que ocupan para definirse en algunas ocasiones, dotados de la
potestad de dar o no muerte a los culpables de ciertos delitos. Pero más aún,
además de continuadores de la Gran Corte, los rabinos son los herederos, a
través de una serie de cortes, del mismo Moisés (Rosh Hashnah 2,9). Esta
autoridad jurídica de los rabinos en los asuntos cultuales, que tan
cuidadosamente proyectan al pasado, se manifiesta de diversas maneras. Una de
ellas es otorgándole a la Corte una autoridad sobre las sectas,
restringiéndolas o conteniéndolas. Por ejemplo, tres veces leemos en la Tosefta que sacerdotes saduceos se las
arreglan para celebrar de manera incorrecta (es decir no rabínica) el Día de la
Reconciliación (Yoma 1,8); el ritual
del vacuno rojo (Parah 3) y el ritual
de la aspersión de agua (Sukkah 3,16).  Como resultado, en dos ocasiones el sacerdote
mal habido muere en cuestión de días, y en la tercera, toda la nación se arrojó
contra él y dañaron el altar.

Otra manera que tiene la misná de otorgarle
poder a los rabinos es otorgándoles la potestad de producir cambios en la
liturgia anual cuando la situación lo requiere. Por ejemplo, leemos sobre el
Día del Perdón: Antiguamente todo aquel
que deseaba retirar las cenizas del altar podía hacerlo. Cuando eran muchos,
corrían, subían la rampa (del altar) y todo el que adelantaba a su compañero
cuatro codos, adquiría el derecho (de retirar las cenizas). Si llegaban dos al
mismo tiempo, el inspector decía: Alzad el dedo
[para hacer el recuento]. ¿Cuántos alzaban? Uno o dos, pero en el
Templo no se alzaba jamás el pulgar (2,1). Se cuenta que una vez quedaron dos
iguales al correr y subir la rampa, y uno de ellos empujó al compañero, que
cayó y se rompió una pierna. Cuando el tribunal se apercibió del peligro
a que estaban expuestos, dispuso que la limpieza del altar
[de las cenizas]
se hiciera por suertes. Se echaban allí a
cuatro (servicios) a suertes y ésta era la primera parte (2,2). 
Otro ejemplo similar en la misná lo
encontramos en la Sukkah 4,4 sobre la
Fiesta de los Tabernáculos: El precepto
de la palma, ¿cómo (se cumple)? Si el primer día de la fiesta caía en sábado,
llevaban sus palmas al monte del Templo; los servidores (del Templo) las
recogían y las colocaban ordenadas en el pórtico. Los ancianos, en cambio, las
colocaban en una cámara. Se les enseñaba a decir: “Quien quiera que coja mi
palma en sus manos, quede para él como regalo”. Por la mañana venían temprano y
los servidores (del templo) se las arrojaban delante de sus pies. Entonces
trataba cada cual de arrebatarla y se golpeaban mutuamente. Cuando el
tribunal
 apercibió el peligro a que
se exponían dispuso que cada cual cogiese (la palma) en su propia casa.
Para más detalles: Naftali
S. Cohn, The Memory of the Temple and the
Making of the Rabbis,
p. 41-55.

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.