La transformación del creyente según San Pablo

A través de las experiencias visionarias (como 2Cor 12) y una vida en el Espíritu, Pablo inicia una transformación que le conduciría a lo largo de un proceso vital hasta su propia resurrección. Esta última, como culmen de su metamorfosis iniciada en esta vida, se describe en Flp 3,21 al modo de la transformación del mismo Cristo: “(Jesús) transformará el cuerpo de nuestra bajeza, para ser semejante al cuerpo de su gloria por la operación con la cual puede también sujetar á sí todas las cosas”. Esta etapa final de algún modo ya ha comenzado cuando Pablo describe que “las cosas que para mí eran ganancias, las reputado pérdidas por amor de Cristo. Y ciertamente, aun reputo todas las cosas pérdida por el eminente conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, para ganar á Cristo” (Flp 3,7-8). Existe en esta transformación un elemento cognitivo que se conjuga con el ir siendo “encontrado en” Cristo, ir conociéndolo más y más, y el aprehender el “poder de su resurrección” (Flp 3,9-10). Estos mismos elementos cognitivos y visionarios encontramos en 2Cor 3-4 que también se refiere a la transformación de Pablo y los creyentes. Por ejemplo, en 2 Cor 4,6 Pablo dice que “Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”; o fijémonos en 3,18, cuando dice que “todos nosotros, mirando á cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma semejanza, como por el Espíritu del Señor”.


Esta paulatina transformación del creyente no es sólo espiritual, sino que también corporal. Como veíamos en Flp 3,21 Pablo habla de dos tipos de cuerpos, el de nuestra bajeza y el de la gloria de Cristo (resucitado), suponiendo que nuestra metamorfosis corporal ya se inició. Esto mismo leemos en la expresión “de gloria en gloria” de 2Cor 3,18 significando que el mismo Espíritu que operó en la resurrección de Jesús (1Cor 15,35-49) es el agente que va transformando también físicamente un cuerpo por el otro.

Hasta ahora todo lo que hemos visto puede coincidir relativamente bien con otras experiencias religiosas contemporáneas que conocemos a través de la literatura del Qumran (pensemos en los Cánticos del sacrificio sabático), enoquica (pensemos en la transformación especialmente en el 2 y 3 Enoc), y otros textos apócrifos. Ahora bien, lo que parece una original aportación cristiana es la relación que se hace entre este proceso transformativo y el sufrimiento (de Jesús y el creyente). Esta idea se expresa, por ejemplo, en 2Cor 4,10 donde Pablo se refiere a sí mismo como “llevando siempre por todas partes la muerte de Jesús en el cuerpo”; o pensemos también en Flp 3,10 donde se habla de “la participación de sus padecimientos, en conformidad a su muerte”. Pero, ¿qué significa todo esto? Lo más probable es que Pablo se refiera a que está dejando gradualmente atrás un cuerpo de carne y sangre que está físicamente atrofiado y muerto, por uno nuevo, alimentado por el Espíritu, que se manifiesta en el cuerpo glorioso de Cristo. De allí que escriba en 2Cor 4,16- 17: “aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior empero se renueva de día en día. Porque lo que al presente es momentáneo y leve de nuestra tribulación, nos obra un sobremanera alto y eterno peso de gloria”. Estos versículos nos dan una clave interpretativa a los mismos testimonios de Pablo respecto a sus sufrimientos (2Cor 4,7-15; Flp 3,8-12) en la esperanza de resucitar y participar del cuerpo glorioso (2Cor 4,17-5,10; Rm 8,9-13). Y es que Dios ha condenado el pecado (causa de nuestra muerte, y por tanto de nuestro cuerpo decadente) a través de los sufrimientos y muerte de Jesús. De hecho el Bautismo en Rm 6,6 se interpreta como el morir junto con Cristo en los siguientes términos: “nuestro viejo hombre juntamente fué crucificado con él, para que el cuerpo del pecado sea deshecho, á fin de que no sirvamos más al pecado”. En otras palabras, el creyente teniendo a Cristo comienza a sufrir una transformación en el sentido que sus cuerpos van muriendo al modo del de Jesús (a través de lo cual Dios condenó el pecado) y van adquiriendo un nuevo cuerpo glorioso (o resucitado). Esto es lo que leemos en Rm 8,10: “Empero si Cristo está en vosotros, el cuerpo á la verdad está muerto á causa del pecado; mas el espíritu vive á causa de la justicia”. O de nuevo, citemos a 2Cor 4,16: “antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior empero se renueva de día en día”. Para más detalles: Metamorphoses p.136-146.

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.