La experiencia de un mes en Japón

Siempre me he sentido atraído por la espiritualidad de
oriente, especialmente  del Japón. La
importancia que se le da al cuerpo, la disciplina, la simplicidad. En el verano
del 2015 tuve la oportunidad de ir Japón a hacer un retiro por un mes con el P.
Kakichi Kadowaki sj. En el aeropuerto en Tokio me encontré con Pedro Vidal, un
español que lleva grupos zen cristianos, y nos fuimos a la estación de trenes
desde donde emprendimos el viaje hasta la casa de retiro. Ésta era sencilla,
pero lo suficientemente espaciosa y cómoda para el mes que teníamos por
delante. A la mañana siguiente ya estábamos inmersos en la desafiante
disciplina zen.
El régimen diario era bastante estricto, muy parecido a la
experiencia del noviciado,  con un
horario bien establecido, mucha meditación, ejercicios físicos, y trabajos
manuales. Comenzábamos el día a las cinco de la mañana con algunos ejercicios
preliminares que hacíamos cada vez que nos sentábamos a meditar. Y de allí
empezábamos una serie de meditaciones que se extendían por todo el día, alguna
veces sentados en un salón acomodado para tal finalidad, otras, en frente a una
pequeña laguna en un bosque muy bonito. Sólo el trabajo manual interrumpía
nuestras meditaciones, preocupándonos de las cosas prácticas de la casa. La
comida era sencilla, pero muy buena. Básicamente era comida vegetariana, aunque
algunas veces también comimos algo de carne. La comida japonesa es realmente
buena, es un arte en el combinar los sabores. También teníamos un par de horas
libres al día, que ocupábamos leyendo o bien paseando por los alrededores de
casa. La naturaleza era realmente sobrecogedora, con unos bosques tupidos y
llenos de vida. Del mes que compartimos, el tiempo más intenso fue cuando
coincidimos con un grupo zen de japoneses. Nunca había visto un grupo tan
dedicado a la meditación. Realmente sobrecogedor. A veces, después de tantas
horas sentado en la misma posición, me dolían las piernas. La presencia de este
grupo de japoneses tan entregados era un estimulante para perseverar y
entregarme en la medida de mis posibilidades.
El P. Kakichi Kadowaki sj fue un maestro y un compañero
ejemplar. Su vida entera ha sido un viaje a las raíces de las tradiciones
cristianas y zen para hacerlas dialogar en la práctica de la oración y en una
propuesta filosófica-espiritual. Su amor, orgullo y profundo conocimiento de la
cultura japonesa era admirable. El P. Kadowaki es un japonés de tomo y lomo.
Profundo conocedor de la práctica zen de la línea Rinzai  que ha practicado con dedicación con maestros
de renombre en el Japón. Además de la práctica, Kadowaki ha estudiado con éxito
autores de filosofía japonesa 
contemporáneos de difícil comprensión para los propios japoneses.  Esto junto con su formación occidental,
doctor en filosofía de la Gregoriana y profesor de la Universidad Santa Sofía,
hacen que en él converjan elementos únicos en un diálogo interreligioso
profundo, que va a la raíz, y que rara vez encontramos hoy en un mundo que se
mueven más sobre las superficialidades. Me impresionó también su profundo amor
por las sagradas escrituras. Yo por formación soy teólogo bíblico, y he de reconocer
que durante este mes intuí una manera de aproximarme a la biblia que fue única.
Yo la definiría como una exegesis corporal de la biblia, posibilitada
principalmente por una sensibilidad que sólo las culturas orientales nos pueden
proporcionar.  Yo estuve sólo un mes, es
muy poco tiempo, pero sí intuí una manera de acercarse al texto sagrado de una forma
tremendamente profunda y simple donde el cuerpo juega un papel mediador
fundamental.
         Esta
aproximación corporal a la Biblia se relaciona de manera extraordinaria con la
meditación zen propuesta. A través de una meditación directa, simple y concreta
el ejercitante concentra su atención en la manera cómo el aliento de vida va
llenando el cuerpo entero, y en especial, la zona bajo el abdomen. La inspiración,
así, adquiere una directa correspondencia con la experiencia bíblica de un Dios
que nos da a cada momento nueva vida. El Padre-Madre nos vivifica a través de
su aliento como lo hizo con el cuerpo sin vida de Adán (Gn 2,7). El Dios nos da
a cada momento nueva vida, al modo como resucitó a Jesús. En este sentido, la
experiencia del aliento de vida se ilumina con la del Espíritu de una manera
muy concreta e interconectada. Somos, cada uno y todos, templos del Espíritu de
Dios que nos dona a cada momento el aliento de vida (Ef 2,21-22). El carácter
donativo de esta vida se refuerza con la experiencia zen de ir muriendo en cada
exhalación. El cuerpo, sin el aliento de vida, no es sino polvo que regresa a
la tierra desde donde fue tomado (Gn 3,19). Es la experiencia que el zen define
como la “gran muerte”,   esa que Jesús ejemplificó de tantas maneras
muriendo constantemente a sí mismo. De esta manera, el zen y el cristianismo
dialogaron de una manera simple y muy potente, cada día, cada instante,
sentados en la meditación, en mi caso durante un mes. En esta experiencia la
postura corporal es muy importante. Para el zen el cuerpo entero a través de
una postura corporal adecuada ya es meditación. Y es que posibilita este ritmo
vital que va desde la muerte a la vida, siempre como experiencias de total
entrega y dependencia a Dios.
El P. Kadowaki fue un gran maestro, un hombre que se dio por
entero para que cada uno de nosotros nos diésemos por entero. Un hombre de una
gran experiencia zen y cristiana. Tenía gran cuidado en la técnica, en la
posición corporal, y en la raíz, simple a la vez  que eficaz, de la meditación zen con
elementos cristianos. Un hombre cien por ciento japones, zen y cristiano…un
Jesuita de profundo dialogo.
Es difícil trasmitir lo que significó esta experiencia en mi
vida de Jesuita. Creo que al final tuvo mucho de lo que fue mi mes de
ejercicios en la Tercera Probación, el caer en la cuenta que todo es don de
Dios. Sin embargo, la manera de aproximarse a esta verdad fue distinta. Fue
japonesa…fue zen. Es una sensibilidad completamente diferente. Lamentablemente
un mes es muy poco tiempo para haber podido penetrar completamente en un mundo
tan desconocido para mí. Lo que sí pude intuir  es que el zen es tremendamente simple y muy
concreto. Y quizás eso es lo que lo hace tan eficaz. Es como ir a la raíz misma
de la cotidianidad para descubrir de qué manera tan misteriosa estamos todos
tan interconectados. Para sentir que cada soplo de vida es dado.  Es de tontos tratar de ponerle palabras a algo
que es tan simple, cotidiano, y al mismo tiempo tan profundo y evidente. Mejor
desisto. Sólo le agradezco a Dios por el don de haber vivido esta experiencia
del Japón…el Japón increíble del P. Arrupe.

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.