Jesús como novio de su Iglesia en Sn Juan (bodas de Caná y la samaritana)

Desde una perspectiva veterotestamentaria, Dios se presenta como el novio del pueblo de Israel. La unión definitiva entre el novio y su prometida se realizará al final de los tiempos que vendrían a ser como una boda divina. En palabras de Os 2,14-15: «Pero he aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y le hablaré a su corazón. Y le daré sus viñas desde allí…y allí cantará como en los tiempos de su juventud, y como en el día de su subida de la tierra de Egipto». Es interesante que la mención a la «subida desde Egipto» haría mención a la Alianza entre Dios y su pueblo, hecho que también tendría una referencia nupcial. Lo mismo encontraremos en los siguientes ejemplos, donde la Alianza mosaica también se entiende en términos maritales. Así, otro texto interesante es Jr 2,1-2: «El Señor me dirigió la palabra: —Ve, grita, que lo oiga Jerusalén: Así dice el Señor: Recuerdo tu cariño de joven, tu amor de novia, cuando me seguías por el desierto, por tierra sin cultivar». Otro ejemplo es Ez 16,8: «Pasando de nuevo a tu lado, te vi en la edad del amor; extendí sobre ti mi manto para cubrir tu desnudez; me comprometí con juramento, hice alianza contigo –oráculo del Señor– y fuiste mía». De ahí que en el Melkita del Ex 19,17 leemos: «El Señor vino desde el Sinaí a recibir a Israel como el novio viene a encontrar a su novia».  Todos estos textos se refuerzan con la idea tan extendida en el A.T. en relación al pecado como una infidelidad de la novia en contra del novio (Ex 32, 1-2. 4-6; Os 1,2-3; Is 1,4.21; Jr 2,32; 3,20; Ez 16, 15-22.32). La reconciliación entre Dios y su pueblo, el perdón de los pecados, implica, entonces, la unión definitiva entre el novio (Dios) y su novia (el pueblo de Israel), lo que llevará a realisar una nueva Alianza. Tal como leemos en Os 2,15-20: «Aquel día –oráculo del Señor–   me llamarás Esposo mío,   ya no me llamarás ídolo mío. Le apartaré de la boca los nombres de los baales y sus nombres no serán invocados. Aquel día haré en su favor una alianza con los animales salvajes, con las aves del cielo y los reptiles de la tierra. Arco y espada y armas romperé en el país, y los haré dormir tranquilos». Otros textos al respecto: Is 54, 5-8.10; Jr 31,31-32.34; Ez 16,60. 62-63. Este matrimonio «se realizará en los días del Mesías, como está dicho: «Porque tu Creador es tu marido» [Is 54,5]» (ExRabbah 15,31).

Quizás un libro donde el tema del amor entre Israel y Dios esté más patente es el Cant. Tal como R. Akiva señalaba: «De todas las edades ninguno es comparado con el dia en que el Cantar de los cantares fue dado a Israel; porque todos los escritos son santos, pero el Cantar de los cantares es el Snto de los santos» (Yadayim 3:4). Comparemos el lenguaje de Dt 6, 4-5 [Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas]; Sal 118, 24 [Éste es el día en que actuó el Señor: ¡vamos a festejarlo y a celebrarlo!]; Sal 23,1-2 [El Señor es mi pastor, nada me falta.
En verdes praderas me hace reposar,me conduce a fuentes tranquilas]; Ex 6,7 [Los adoptaré como mi pueblo y seré su Dios]…con el lenguaje del Can 1,7; 3,1-4 [Canción sin rival, de Salomón. ¡Béseme con besos de su boca! ¡Son tus amores mejores que el vino!, ¡Qué exquisito el olor de tus perfumes; aroma que se expande es tu nombre, por eso se enamoran de ti las doncellas! Llévame contigo, ¡corramos!, ¡introdúceme, oh rey, en la alcoba; disfrutemos y gocemos juntos, saboreemos tus amores embriagadores! ¡Con razón de ti se enamoran!], 1,7 [Dime, amado mío, dónde pastoreas, dónde recuestas tu rebaño al mediodía, para que no vaya como una prostituta tras los rebaños de tus compañeros] 6,3 [Mi amado es mío, y yo suya, ¡se deleita entre las rosas!]. Hay textos que además de comparar la relación entre el Amado y su amada con Dios e Israel, hay relaciones con Dios y el Templo de Jerusalén o Israel: Can 4,1-4: «¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa eres! ¡Palomas son tus ojos tras el velo! Tus cabellos, como un rebaño de cabras, que desciende por la sierra de Galaad. Tus dientes, cual rebaño de ovejas trasquiladas, que suben del baño; todas ellas gemelas, ninguna solitaria. Tus labios, cinta escarlata, y tu habla, fascinante. Dos cortes de granada, tus mejillas tras el velo. Tu cuello, cual la torre de David, edificada con sillares: mil escudos penden de ella, todos escudos de valientes». Veamos por ejemplo: 2Cro 3,14; 1Re 7,2; 2Cro 3,15-16; Zac 13,1; 14,8.

Este es el contexto de fondo para estudiar la figura de Jesús como novio. Veamos Jn 3,28-29 cuando el Bautista señala: « Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado por delante de él.
Quien se lleva a la novia es el novio. El amigo del novio que está escuchando se alegra de oír la voz del novio. Por eso mi gozo es perfecto». El amigo del novio se regocija al modo de Jr 33,10-11; 14-17: «…todavía se escuchará la voz alegre y la voz gozosa, la voz del novio y la voz de la novia; la voz de los que cantan al entrar con acción de gracias en el templo…Miren que llegan días —oráculo del Señor— en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora suscitaré a David un retoño legítimo que hará justicia y derecho en la tierra…». Juan al ser el amigo del novio hace alusión a tradiciones judías (Misná, Sanedrin 3,5) donde el amigo o shoshbin hace de ministro público para la boda. Este es el amigo o el mejor hombre del novio (DtRab 3,16) quien además llea la novia al novio cuando el tiempo de la boda ha llegado. Y ese es precisamente el rol del Bautista, llevar a la novia, Israel, a su novio, el Mesías Jesús.

Otra escena importante es el primer signo de Jesús en las Bodas de Caná 2,1-11. El que no haya vino en la boda (2,3) es un desastre. La bodas en el antiguo Israel duraban 7 días (Gn 29,22.27; Jue 14,17) y el vino era un elemento muy importante (Sal 104, 15). La petición de María tiene ecos de Is 24,7.9.11:

«Languidece el vino nuevo,
desfallece la vid,
gimen los corazones alegres;
cesa el alborozo de los tamboriles,
se acaba el bullicio
de los que se divierten,
cesa el alborozo de las cítaras.
Ya no beben vino entre canciones
y el licor es amargo para el que lo bebe.
La ciudad, desolada, se derrumba,
están cerradas
las entradas de las casas;
hay lamentos por las calles
porque no hay vino,
se apagaron las fiestas,
se desterró el alborozo del país».

La respuesta de Jesús también se hace eco, esta vez de Is 25, 6-8, esto es, el banquete mesiánico, donde se revierte la maldición de la muerte, consecuencia de la desobediencia del primer matrimonio, Adán y Eva:

«El Señor Todopoderoso
ofrece a todos los pueblos,
en este monte,
un festín de manjares suculentos,
un festín de vinos añejados,
manjares deliciosos,
vinos generosos.
Arrancará en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos,
el paño que tapa a todas las naciones;
y aniquilará la muerte para siempre.
El Señor enjugará las lágrimas
de todos los rostros
y alejará de la tierra entera
la humillación de su pueblo
–lo ha dicho el Señor–»

Algo parecido encontramos en NmRab: «En el porvenir el Santo, bendito sea, va a preparar un banquete para los justos en el Jardín del Edén…El Santo, bendito sea, va a dar de beber el vino que está preparados en los viñedos desde los seis días de la creación» (13,2). Entonces, Jesús está proveyendo el vino, y así mostrándose como el Mesías. La sobreabundancia de este vino (Jn 2,6) es también un signo mesiánico: «Aquel día levantaré la choza caída de David, repararé sus boquetes, levantaré sus ruinas hasta reconstruirla como era en tiempos antiguos; para que conquisten el resto de Edom y todos los pueblos que llevaron mi Nombre —oráculo del Señor, que lo cumplirá—. Miren que llegan días —oráculo del Señor— en los que el que ara seguirá de cerca al que cosecha y el que pisa uvas al sembrador; fluirá licor por los montes y destilarán todas las colinas». Ver también Joel 3,18 y 2Baruc 29,1-2.

Algunos podrán que decir que Jesús no es el novio porque después de todo él es sólo un invitado (2,19). Sin embargo, el único que provee el vino, y que por lo tanto actua al modo del novio, es Jesús.  Ahora bien, si Jesús es el novio, ¿quién es la novia? En términos generales, la novia de Jesús es la misma que del Padre, esto es, el nuevo Israel. En ese sentido, en Jn 3,28-29, el Bautista está preparando la novia para Jesús: «Ustedes son testigos de que dije: Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado por delante de él.  Quien se lleva a la novia es el novio. El amigo del novio que está escuchando se alegra de oír la voz del novio. Por eso mi gozo es perfecto». El nuevo Israel se relaciona con un nuevo Templo o una Nueva Jerusalén representados al modo de una novia, por ejemplo en  Jr 31,4: «te reconstruiré y quedarás construida, capital de Israel; de nuevo saldrás enjoyada a bailar alegremente con panderetas». Hay que notar que además del pueblo de Israel o de Jerusalén, en Jn también aparecen figuras femeninas que representan a la novia. Es el caso de la mujer samaritana en el pozo de Jacob (Jn 4,3-26). En el tiempo de Jesús los jóvenes iban a buscar potenciales novias en los lugares donde éstas socializaban, como es el caso de los pozos locales. Este es el lugar donde Moisés conoce a su mujer en Ex 2,15-17.21. Este es también el lugar donde el siervo de Abraham conoce a la futura mujer de Isaac, Rebeca, en Gn 24,14-16. Este es el lugar donde Jacob conoce a su futura mujer, Raquel en Gn 29, 1-9. Es interesante constatar que así como Moisés, Abraham y Jacob son extrangeros en la tierra donde conocen a sus mujeres, así Jesús se encuentra en tierras extrañas, Samaría. Y los paralelos van más allá: así como el siervo de Abraham le pide a Rebeca aguar para beber (Gn 24,14-21), Jesús le pide lo mismo a la samaritana (Jn 4,7). Así como Jacob conoce a Raquel a medio día (Gn 29,7), Jesús conoce a la samaritana a la hora sexta, esto es, a medio día (Jn 4,6). Lo interesante es que la mujer en el caso de Jn se trata de una samaritana y no una judía. Más aún, se trata de una mujer con cinco maridos a su haber: «Tienes razón al decir que no tienes marido; porque has tenido cinco hombres, y el que tienes ahora tampoco es tu marido. En eso has dicho la verdad» (Jn 4,18). Estar divorciada cinco veces implica que sus maridos han encontrado algo inapropiado o ha sido adultera (de acuerdo a la interpretación rabínica) en multiples ocaciones (Dt 24, 1-4). No es la novia más indicada. Más aún si pensamos que en a actualidad convive con un hombre sin estar casada. En otras palabra, la samaritana representa al pueblo que ha pecado. Esta relación entre Jesús, como novio, y una pecadora como novia, es parte de la actividad profética del primero. Ya lo habíamos visto en el caso de Os 1, 2-3: «Dijo el Señor a Oseas:   —Ve, toma por esposa a una prostituta y ten hijos bastardos, porque el país está prostituido, alejado del Señor.  Fue y tomó a Gomer, hija de Diblaín, que concibió y dio a luz un hijo» (ver también Is 8,1-4). La samaritana no es sólo símbolo del pueblo pecador, sino también del idolatra tal como lo leemos en 2Re 17, 28-31: « Uno de los sacerdotes deportados de Samaría fue entonces a establecerse en Betel, y les enseñó cómo había que dar culto al Señor. Pero todos aquellos pueblos se fueron haciendo sus dioses [o baals, que en cananeo significa «marido»], y cada uno en la ciudad donde vivía los puso en los santuarios de los lugares altos que habían construido los de Samaría. Los de Babilonia hicieron a Sucot—Benot; los de Cutá, a Nergal; los de Jamat, a Asima; los de Avá, a Nibjás y Tartac; los de Sefarvain sacrificaban a sus hijos en la hoguera en honor de sus dioses Adramélec y Anamélec».  En esta lista de dioses dos son femeninos, lo que da un número de cinco dioses o maridos masculinos, tal como es el caso de la samaritana de Jn. El mismo Josefo enfatiza el número cinco para referirse al culto de los samaritanos (Ant 9,14.3). En todo caso, de acuerdo a 2Re 17,32-34.41 el sexto de los dioses que los samaritanos adoraban era Yavé. Este sería el sexto hombre que tiene la samaritana, que no es su marido, de ahí que Jesús le diga: «porque has tenido cinco hombres, y el que tienes ahora tampoco es tu marido» (Jn 4,18). Yavé no es el verdadero marido de los samaritanos porque el Judaísmo samaritano se ha contaminado con la adoración de dioses falsos. Como sea la mujer samaritana corre a decirle a su gente que ha encontrado al mesías (Jn 4,25-26; 28-30; 39-42), lo mismo que Zifora y sus hermanas van a casa de su padre pagano, Jetro, para contarles sobre Moisés y éste se queda con ellos (Ex 2,19-21); lo mismo que Raquel corre a casa para contarles a su padre y a su familia sobre Jacob (Gn 29,12). Ahora bien, el nucleo de la relación entre Jesús, el novio, y la samaritana se encuentra en las aguas vivas: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva» (Jn 4,10-15). Lo primero que debemos entender es que en el tiempo de Jesús, el novio manifestaba su intención de casarse con la novia haciéndole un presente especial. Así el siervo de Abraham le regala a la futura novia de Isaac un anillo de oro y ods brasaletes (Gn 24,22-27). Jesús, por su parte, le ofrece a la samaritana agua viva. La novia parece estar familiarizada con ciertas tradiciones que atribuían al pozo de Jacob cualidades milagrosas, como el ser una fuente de aguas vivas que fluían por 20 años (TgPseudoJonathan de Gn 29,10-11). «Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es profundo, ¿dónde vas a conseguir agua viva? ¿Eres, acaso, más poderoso que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del que bebían él, sus hijos y sus rebaños?» (Jn 4, 11-12). Este presente representa el ritual del agua en el Templo: « Para el hombre impuro tomarán un poco de ceniza de la víctima quemada y echarán agua de manantial en un vaso sobre la ceniza [del sacrificio]. Un hombre puro tomará un hisopo, lo mojará en el agua y rociará la tienda, los utensilios, todas las personas que estén allí y al que haya tocado huesos, o un cadáver, o un muerto, o una sepultura. El hombre puro rociará al impuro los días tercero y séptimo. El séptimo día quedará libre de su pecado, lavará sus vestidos, se bañará y a la tarde quedará puro.  El hombre impuro que no se haya purificado será excluido de la asamblea, por haber contaminado el santuario del Señor. No ha sido rociado con agua de purificación: él sigue impuro» (Nm 19,17-20). La razón de esta purificación es el que el benificiario pueda entrar en el Templo para adorar a Dios (Nm 19,20). Las aguas vivas, por último, también representan el baño ritual que el novio debía tomar antes de la boda. «Eres un jardín con cerrojo, hermana y novia mía; eres un manantial con cerrojo, una fuente sellada…¡Fuente de los jardines, manantial de aguas vivas que fluyen del Líbano!» (Cant 4,12.15). «Lávala, ungela, ponla a punto y baila antes que ella, hasta que entre en la casa de su marido» (Abot de Rabi Natan 41).  Ver también José y Aseneth 14,12-17. Así tenemos que estas aguas vivas son aguas milagrosas, más potentes que las de Jacob, un agua que purificará a la novia de sus pecados pasados y la preparará para la fiesta de bodas eternas (o vida eterna)Para más detalles: Jesus, the Bridegroom, Brant Pitre, 7-46. 55-75

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.