El nous y la transformación de la persona en el 2Enoc

En varias entradas hemos visto el carácter adámico de Enoc (y aquí). De ahí que se le describa en la introducción del apócrifo eslavo como varón sabio y gran artifice. Es un hombre cuya inteligencia no se ha visto atrofiada. Esto hace que pueda ver la vida superior y fuera testigo ocular del reino sapientísimo, grande, inescrutable e inmutable de Dios omnipotente. Además de los distintos órdenes y formaciones de los ejércitos incorpóreos; del entramado inefable de la gran multitud de elementos; del aspecto multiforme y del canto inenarrable del ejército de los querubines, así como de la luz inconmensurable. A tal punto llega el conocimiento de Enoc que los secretos de la naturaleza, como manifestación de la existencia, poder y acción de Dios, les son revelados. Y me enseñaron el cómputo de la trayectoria del sol y las puertas por donde entra y sale (6,17)…Otro cómputo referente a la luna me mostraron aquellos varones: todas sus trayectorias y circunvoluciones, así como las doce puertas grandes y eternas del lado oriental, por la que entra y sale la luna en el tiempo habitual (6,18). Dios se hace presente en la naturaleza conduciendola a través de ángeles: Hay ángeles al frente de los tiempos y de los años, ángeles que están sobre los ríos y el mar, y ángeles  que tienen a su cargo los frutos de la tierra y el conjunto de plantas que sirven  de alimento a cualquiera de los animales (8,4).

El conocimiento del verdadero Dios y de su manera de actuar es fundamental para verlo y ser finalmente transformado: Y vi al Señor cara a cara: su faz irradiaba poder y gloria, era admirable y terrible e inspiraba a la vez temor y pavor (9,10). Entonces Dios le dice a los ángeles que acompañan a Enoc: Acércate y despoja a Henoc de sus vestiduras terrenales, úngelo con mi buen aceite y vístelo con los vestidos de mi gloria (9,20). Y me miré a mí mismo y comprobé que era como uno de sus gloriosos, sin que se pudiera notar diferencia alguna en el aspecto (9,23).

La transformación de Enoc no hace sino incrementar su conocimiento. Así, Dios exclama, «Saca los libros de mis archivos, entrega una pluma a Henoc y dictale los libros». Vrevoil se dio prisa y me trajo los libros- excelentes por la mirra- y me entregó de su propia mano la pluma de taquígrafo. Luego fue recitando todas las obras del cielo, de la tierra y de todos los elementos, su desplazamiento y sus trayectorias, así como su manera de tronar  según los signos del zodíaco (10,2-4). Todo este conocimiento tiene como objetivo mostrar que no hay más Dios que el Dios de Israel. Y ahora Henoc, cuanto acabo de decirte, todo lo que tú has comprendido y visto tanto en los cielos como en la tierra y todo lo que tú ha anotado en tus libros, todo ello concebí crearlo por mi Sabiduría y lo he llevado a cabo desde el fundamento más alto hasta el más bajo y hasta fin (11, 82). Entrégales los libros de tu puño y letra y que ellos los lean y me reconozcan como Creador del universo, y entiendan que no hay otro creador fuera de mí, y transmitan los libros escritos por ti de hijos a hijos, de generación a generación y de parientes a parientes (11, 91–92). Esta experiencia es la del mismo Henoc quien señala: «Si eleváis vuestra vista al cielo, allí está el Señor, pues él ha hecho los cielos. Si dirigís vuestra mirada hacia la tierra, allí está el Señor, pues él ha sido quien le ha dado su fundamento y quien ha colocado sobre ella toda su creación. Si consideráis la profundidad del mar y lo que está por debajo de la tierra, allí está el Señor, porque él ha creado el universo. No adoréis las obras del hombre ni las de Dios, dejando a un lado al Señor de toda la creación, pues ninguna acción podrá ocultarse a la faz del Señor» (17, 13-16)

Este conocimiento revelado y que se hace posible por una inteligencia incorruptible hace que Enoc advierta a los suyos precisamente por el pecado que es consecuencia de un nous corrupto:  «No os apartéis del Señor ni adoréis a dioses vanos, dioses que no han creado los cielos y la tierra ni ninguna de las otras criaturas, pues tanto ellos como quienes los adoran han de perecer» (2,5). Más adelante Dios declarará: «Conocida como me es la malicia de los hombres…han sembrado semillas hueras, han adorado a dioses vanos y han rechazado mi soberanía, quedando toda la tierra manchada de injusticias, injurias, adulterios e idolatría» (11,95). Finalmente un último ejemplo de las consecuencias de la idolatría: «Y para colmo han abandonado a su Creador, adorando a dioses fatuos, al firmamento  de los cielos, a la andadura de la tierra y a las olas del mar. El adversario se engreirá y gozará en sus hazañas para mayor quebranto mío. Toda la tierra trastornará su orden, y todo árbol y todo fruto permutará sus simientes en espera del tiempo de la catástrofe» (22, 12-14)

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.