El nous como medio para acceder a lo divino desde Filón a Clemente de Alejandría y Origenes

Ya en el Protreptikos de Clemente de Alejandría, Dios y sus representaciones/ estatuas son noeticos no estéticos (Prot 4.51.6 [ANF 2,186]). «Mientras que todo lo que ha llegado a ser tiene una sustancia, [los seres noéticos] tienen una forma diferente y un cuerpo diferente al de los cuerpos de este mundo … Monogenes es peculiarmente noéticos y posee su propia forma y sustancia, sumamente puros y absolutamente soberanos y disfruta del poder del Padre sin mediación» (Extr. Theod. 10.2-3 [SC23,78]). Clemente concibe una serie de grados en la materialidad de la realidad, desde los entes celestiales hacia abajo. Las estrellas, aunque inmateriales y sin forma comparadas con las realidades terrestres, igual tienen mesura y son sensibles desde la perspectiva del Hijo. Lo mismo se puede decir del Hijo desde la persectiva del Padre [Extr Theod. 11,3 (SC 23,82)]. Los ángeles, por otra parte,son espíritus noéticos  por naturaleza, aunque igual tienen un grado de materialidad, que el autor define como un cuerpo noético de fuego. Más aún, existe una luz de la cual los ángeles quieren ardientemente participar, una luz más pura que la de los mismos ángeles, una luz que Clemente llama «noética». Al mismo tiempo, Clemente define al Hijo como una luz aún más pura, una «luz inaccesible» (1Tim 6,16). Esta luz que es el Hijo se identifica con el «Poder de Dios» (1Cor 1,24) [Extr Theod. 12,2-3 (SC 23,83)]. Los siete Protoctists (las primeros siete seres celestiales creados) siempre contemplan el Rostro del Padre, que es el Hijo. De esta manera, el Hijo tieno una forma y un cuerpo que permite que los  Protoctists puedan verlo [Extr. Theod 10,6 (SC 23,80)]. No se trataría de un ojo sensible, sino de uno noético dado por el Padre [idem].

Origenes, a su vez, escribe: «Ahora, como hemos dicho árriba, la sustancia material posee una naturaleza que puede llevar todo tipo de transformaciones. Cuando ésta es reducida a los seres de abajo se forma en condiciones corporales más gruesas y solidas y sirve para distinguir  las especies visibles de este mundo en toda su variedad. Sin embargo cuando [la sustancia material] sirve a más perfectos y benditos seres, entonces brilla en el esplendor de los «cuerpos celestiales» y adorna ya sea a los «ángeles de Dios» o a los «hijos de la resurrección» con los vestidos de un «cuerpo espiritual». Todos estos seres realizan la diversa y variada condición de un mundo» [Princ. 2.2.2 (SC 252, 248)]. Al mismo tiempo, Origenes define a Dios ucupando el término bíblico Kavod para referirse a su Luz y Gloria. Así como el Padre es verdadera Luz y Gloria, el Hijo representa su esplendor en la forma de Dios [Princ. 1.2.7-8 (SC252, 124-128)]. De esta luz participan los ángeles,  las almas y las mentes de los vivos de acuerdo a su capacidad y honestidad [Princ. 1.1.1 (SC 252, 90-92)]. «Toda mente que comparta la luz intelectual debe ser indudablemente de una naturaleza con todas las demás mentes que comparten de manera similar en esta luz…Pero los poderes celestiales son incorruptibles e inmortales; indudablemente, por lo tanto, la sustancia del alma del hombre también será incorruptible e inmortal. Y no solo eso, sino que la naturaleza del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, a quien solo pertenece la luz intelectual en la cual la creación universal tiene una participación, es incorruptible y eterna, se deduce lógica y necesariamente que toda existencia que tenga un compartir en esa naturaleza eterna debe también permanecer para siempre incorruptible y eterno, para que la eternidad de la bondad divina pueda revelarse en este hecho adicional, que aquellos que obtienen sus bendiciones son eternos también. Sin embargo, al igual que en nuestros ejemplos, reconocimos cierta diversidad en la recepción de la luz, cuando describimos el poder individual de la vista como tenue o aficionada, así también debemos reconocer una diversidad de participación en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo , variando en proporción a la franqueza del alma y la capacidad de la mente» [Princ 4.49 (SC 268, 424-426)]. Para Origenes, por lo tanto, el visionario puede acceder a las realidades celestiales acutalizando sus facultades intelectuales o noéticas. Y es que las realidades inteligibles pueden ser percibidas a través de la intelección. El nous es llamado también «la visión del corazón» o «la percepción de la mente». «Es de esta manera que debe suponerse que Moisés vio a Dios, no mirándole con ojos de carne, sino al percibirlo intelectualmente con la visión del corazón y la percepción de la mente, e incluso esto en parte solamente» [Princ 2.4.3 (SC 252,286)]. Para más detalles: Dragos A. Giulea «The Noetic Turn in Jewish Thought» Journal for the Study of Judaism 42 (2011) 50-56.

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.