Diadoco: la divinización del hombre en términos adámicos

Diadoco fue un obispo de Fotice en Epirus en
el siglo V, discípulo de Evagrio y autor de las Máximas del conocimiento o Los cien capítulos. Es conocido como una
de las autoridades eclesiásticas ortodoxas que más popularizaron la espiritualidad
de los padres del desierto en el mundo bizantino.  Este autor describe la divinización del
sujeto en términos adámicos: Nosotros
somos imágenes de Dios a través del movimiento inteligente del alma que habita
en nuestro cuerpo. Sin embargo, a consecuencia del pecado de Adán, no sólo los
rasgos de la imagen y semejanza se contaminaron, sino que también nuestro
cuerpo fue cayendo poco a poco en la corrupción, entonces la Palabra de Dios se
encarnó y siendo Dios nos comunicó las aguas de la salvación a través del nacer
de nuevo del bautismo. Entonces nosotros somos regenerados a través del agua
por la acción del santo y dador de vida que es el Espíritu, para que seamos
puros en alma y cuerpo -al menos aquellos que van a Dios con toda su voluntad- porque
el Espíritu nos hace su morada y nos libera del pecado
(Capítulos sobre la
perfección espiritual 78).  
Otro aspecto interesante de Diadoco es la
influencia de Evagrio que se percibe en algunos de sus escritos. Recordemos que
para Evagrio es la mente la que, liberándose de las pasiones y deseos, tiene
que elevarse a Dios. La corporalidad no juega un papel importante para Evagrio
a pesar que es un personaje ortodoxo. Diadoco también escribe sobre la necesidad de elevarse sobre las pasiones a través de la oración de Jesús (en sus primeros estadios): Cuando el alma es agitada por la rabia, o se encuentra aproblemada por
la disipación, u oprimida por un pesado desaliento, no importa cuánta  violencia puede generar, la mente no puede
recogerse en el Señor Jesús…Pero si el alma se libera de las pasiones, entonces
posee la gracia verdadera sobre la que medita y clama al Señor Jesús, tal como
una madre le enseña a su pequeño hijo la palabra “Padre”, repitiéndola con él
hasta que, en vez del típico balbuceo del bebe, el infante aprende a llamar a
su Padre por su nombre incluso en sus sueños. Por esto el apóstol dice: De ese
modo el Espíritu nos viene a socorrer en nuestra debilidad.   Aunque no sabemos pedir como es debido, el
Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no se pueden expresar (Rm
8,26)
(Capítulos sobre la perfección espiritual, 61).

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.