La condición prístina de Adán: Sus enormes dimensiones físicas como expresión de la gloria de Dios

1. ¿PUEDEN LOS MONJES REPRESENTARSE FISICAMENTE A DIOS?

En el primer párrafo del libro I de De Trinitate (DeTrin) San Agustín advierte que su pluma está atenta contra las calumnias, entre otros, de aquellos que aplican a las substancias incorpóreas y espirituales las nociones adquiridas mediante la experiencia de los sentidos. Desde esta perspectiva el predicar de Dios cualidades físicas es del todo absurdo. Y es que quien afirma que Dios es blanco o sonrosado, se equivoca puesto que estos accidentes se encuentran en el cuerpo (I, 1)1. Es verdad que el santo reconoce que las Sagradas Escrituras ocupan expresiones del mundo corpóreo para hablar de Dios, pero siempre para elevar, en gradación suave, el entendimiento humano a las alturas sublimes de los misterios divinos (I, 2). Estas alturas eximias dicen relación con el hecho de que para aproximarse a la substancia inconmutable de Dios es menester purificar la mente de toda idea corpórea de la divinidad (I, 3).

Ahora bien, no sólo San Agustín se muestra reacio ante cualquier especulación en relación a la corporalidad de Dios. Antes que él, Evagrio Póntico, un monje bizantino que se recluyó en Egipto y que tuvo gran influencia en el monacato oriental y occidental, expresa su oposición respecto al imaginarse la gloria de Dios de manera sensible. Hablando sobre la oración el monje señala que no es adecuado bajo ninguna circunstancia representarse cualquier imagen de la divinidad. No imagines la divinidad en ti cuando oras –dice- ni dejes que tu inteligencia acepte la impresión de una forma cualquiera; mantente inmaterial y tú comprenderás2. Evagrio advierte a los monjes contra las asechanzas de los adversarios (demonios) que a través de formas, desconocidas y extrañas, los pueden llevar durante la oración a la presunción de localizar en ella a Dios y hacerle tomar por divinidad el objeto cuantitativo repentinamente aparecido ante sus ojos. Y es que para el maestro, la divinidad no tiene forma ni cantidad.

Tanto San Agustin como Evagrio siguen antiguas opiniones presentes, por ejemplo, en Filón de Alejandría quien afirmaba que Dios no tiene nada en común con cosa alguna de las creadas, y es que Éste está más allá de todas ellas, a tal punto que aún el entendimiento más sutil y rápido se queda muy corto en la aprehensión de Él y reconoce su fracaso (De Somn. 1, 184). Jn, de manera sucinta, dice lo mismo cuando declara que nadie, jamás, ha visto a Dios, salvo el unigénito que lo ha dado a conocer (Jn 1,18). Algo parecido encontramos en la tradición sinóptica (Mt 11, 27/ Lc 10,22) y en la deuteropaulina (1Tm 6,16). En el apócrifo eslavo Apocalipsis de Abraham (ApAbr)3 (I d.c.) el patriarca es conducido a lo más alto de los cielos por el ángel Yahoel. Una vez delante del Trono de Dios, Abraham lo describe en términos impresionantes, sin embargo, nada nos dice sobre la apariencia de Dios. La imagen divina se esconde, sólo escuchamos su voz cuando se dirige a Abraham. En la literatura rabínica encontramos la conocida sentencia que se refiere a Dios como quien ve todo y no es visto (tHag. 5b, 32). En todos estos ejemplos, el común denominador es el reconocer que Dios es superior a todo lo que el hombre pueda decir o predicar de Él.

Volviendo a las afirmaciones de San Agustín y Evagrio Pontico, Hieromonk A. Golitzin tiene razón cuando afirma que detrás de ellas pareciera aflorar una polémica contra los visionarios, judíos o cristianos, de la mercabá o carro de Dios4. Estos místicos afirmaban que podían ascender a través de visiones hasta el trono de Dios para contemplar su gloria y recibir revelaciones especiales. Y es que la opinión y énfasis de Sn Agustín, Evagrio Pontico, Filón de Alejandría y los demás autores están lejos de ser mayoritarias en su tiempo. Muchos monjes cristianos orientaban sus prácticas espirituales precisamente en alcanzar visiones de la gloria de Dios, ya sea a través de Cristo, su trono, su corte celestial, e incluso su propio cuerpo. H. A. Golitzin5 propone varios ejemplos en el contexto monacal cristiano ortodoxo. El primero es sobre la visión del monje Pacomio quien fue testigo de cómo la muralla este de su monasterio se convirtió toda en oro, refulgiendo la imagen del Señor, llevando una corona en extremo gloriosa y delante de éste dos augustos arcángeles contemplándolo (Bohairic Vida 73). En otra visión, el Señor Jesús, descrito como aquel de rostro inefable, es introducido por un ángel que lo acompañaba como el joven (νεωτερος-νεανισκος), el mismo nombre con el que es conocido el ángel Metatrón en el 3En (Paraleipomena 18)6. En la misma obra, el Bohairic Vida, es el monje Teodoro quien, conducido por un ángel, asciende a la iglesia para contemplar allí al Señor. Donde se encontraban los pies del Señor aparecía algo como un zafiro brillante y de su rostro emanaba una gran luz que destellaba ininterrumpidamente y que hacía imposible mirarlo de frente (Bohairic Vida 184). Todos estos ejemplos tienen una denominación común. El Señor Jesús, como expresión de la gloria divina, tiene una dimensión física o corporal que es posible contemplar durante momentos de éxtasis religiosa7. Pero no solamente entre los monjes cristianos encontramos este tipo de visiones corporales de la divinidad. También en la literatura de las Hejalot8 encontramos ejemplos de místicos judíos que contemplan corporalmente a Dios. En las Hejalot Rabbati 9 el ángel Anafiel y los 63 guardias de las entradas de los siete palacios celestiales animan a R. Ismael diciéndole: ¡Entrad y ved al Rey en su belleza (Is 33,17). Tú no serás destruido, tu no serás consumido por el fuego (§248/G4 2b). A continuación aparece un himno de alabanza al Dios-Rey donde, entre otros versículos, podemos leer: Con Su adorno El brilla desde las alturas. Por Su belleza las profundidades fueron consumidas por el fuego; por Su forma las nubes celestiales fueron salpicadas. Su forma salva a las formas majestuosas; Su corona desmenuza a los imperecederos; Sus vestidos hacen desaparecer a los poderosos (§ 253/262).

Así, lo que tenemos son opiniones distintas que son difíciles de reconciliar. ¿Se puede o no representar corporalmente a la divinidad en la oración? La corporalidad divina (o de su gloria) es una de las disyuntivas más interesantes en el temprano misticismo judío y cristiano. ¿Hasta qué punto podemos hablar de Dios (o de su gloria) desde un punto de vista corporal? ¿No es cualquier descripción física de Dios o de Cristo resucitado una manera de limitar su grandeza? Y lo que más nos interesa, ¿cómo es que todo esto se puede relacionar con Adán? En el presente capítulo comenzaremos abordando varias tradiciones judías que representaban a Dios físicamente. Son corrientes que influyeron poderosamente en ciertos movimientos judíos místicos, entre otros, a la mencionada literatura de las Hejalot. Una vez que hemos abordado este asunto pasaremos a la pregunta que más nos importa. ¿Si Adán fue creado a imagen y semejanza de Dios, entonces es que su tamaño era también impresionante? En otras palabras, ¿qué relación tiene la capacidad adámica de reflejar la gloria divina con sus dimensiones corporales? Cuando respondamos esta pregunta podremos reflexionar sobre el regresar al Jardín del Edén como símbolo de salvación desde el punto de vista de las dimensiones físicas de Adán. Comencemos entonces nuestro recorrido.

2. LAS ENORMES DIMENSIONES DE DIOS EN LA LITERATURA BÍBLICA Y RABÍNICA

Antes de estudiar algunos textos bíblicos y rabínicos que versan sobre la inmensa corporalidad de Dios, vale la pena que volvamos a recapitular lo que hasta ahora hemos estudiado para no perder el hilo conductor. En el primer capítulo de este libro nos detuvimos a analizar el significado de la imagen y semejanza de Dios según la cual el primer hombre fue creado. El relato del Génesis enfatiza que la potestad humana (o más específicamente del pueblo de Israel) de regir la tierra y la cualidad sacerdotal son los significados originales más importante del haber sido creado a imagen y semejanza de Dios (כִּדְמוּתֵ֑נוּ בְּצַלְמֵ֖נוּ) (Gn 1,26). Así como Dios gobierna el cosmos en general, y se ubica en la cima jerárquica; el hombre, como un rey, dirige el mundo y se ubica por sobre los seres vivos. Además, el hombre sirve como sacerdote en el cosmos, desde una perspectiva general, y en el templo de Jerusalén, desde una particular. Finalmente, el hombre se va haciendo a la imagen de Dios cuando accede al conocimiento del bien y el mal, a los dolores y las alegrías de la vida, en definitiva cuando accede a un mundo mucho más rico y sutil de experiencias y responsabilidades. Eso significa dejar el mundo idílico del Jardín del Edén y hacerse cargo de una vida adulta.

Esta idea primigenia del haber sido creado a imagen y semejanza de Dios se enriquece de sobremanera a partir de nuevas interpretaciones influidas por el pensamiento persa y griego. La imagen y semejanza se explicaría más como el participar de un modo eximio de ciertas cualidades esencialmente divinas. Esta tendencia se hace evidente un poco antes del cambio de era cuando a través de varios textos se explicita hasta qué modo Adán reflejaba la gloria divina a través de su luminosidad y de sus vestidos. Este es también el caso de la envergadura del primer hombre, expresión de la gloria inconmensurable de Dios. La luminosidad, los vestidos, y el tamaño de Adán no son sino símbolos que expresan su capacidad de reflejar la gloria de Dios.

Ahora bien, en esta sección nos interesa subrayar algunas tradiciones que aludían a la corporalidad de Dios. Y los ejemplos bíblicos y rabínicos no son escasos10. Ya hemos visto como en Gn 1,26-27 Dios habla con la corte celestial para crear al hombre a su imagen y semejanza. En Gn 9,13 Dios dice que ha puesto su arco en los cielos, de lo cual se sigue que tiene flechas y espadas tal como lo confirma Dt 32,41-42. Y es que después de todo, para algunas corrientes bíblicas, el Señor es un guerrero (Ex 15,3). Por otra parte, en Is 48, 13 se nos dice que su mano fundó la tierra, y que su derecha midió los cielos. También su poder corporal se manifiesta cuando escribe la Tora con su dedo (Dt 9,10). Además en otros textos se nos habla de los pies de Dios (Ex 24,10); de cómo se pone de pie delante de Moisés (Ex 17,6); de cómo se sienta en los cielos (Sal 2,4) o sobre su Trono (Is 66,1). Dios tiene rostro (Dt 3,17), ojos (Prov 15,3), nariz (Nm 11,33), espaldas (Ex 33,20). Dios visita al enfermo y entierra al muerto (GnR 8,13). Adorna el pelo de Eva antes de presentarla a Adán (Ber. 61ª). Una corporalidad que, sin embargo, es inmensa lo que hace que Isaías hable que el cielo es el Trono de Dios y la tierra estrado de sus pies (Is 66,1). Es por esta misma razón, también, que explicando Is 6,3 el Tanj (Naso 6) señale que Dios está en todas partes, llenando todas las esferas celestiales y terrestres. Este gigantesco aspecto (esta vez como una nube de gloria) es el que llena todo el tabernáculo haciendo imposible que Moisés quepa (Ex 40,34-35). Por último, un texto fundamental en la temprana mística judía es Ez 1, 26 donde en la visión del trono de Dios se vislumbra una figura, como de un hombre sentado en él.

Las tradiciones antropomórficas sobre Dios se siguieron desarrollando en el Talmud donde, por ejemplo, en Sanh. 38b (siglo III) se nos narra una curiosa historia donde los ángeles tratan de argumentar por qué crear al hombre sería un error. La reacción de Dios no se deja esperar, y con un dedo consume a los ángeles con fuego. En Mek sobre Ex 12,2 se nos dice que Dios le explicó a Moisés, apuntándole con el dedo, tres cosas que le era difícil de entender: el uso del calendario lunar, la impureza (Lev 11,29), y el modelo del candelabro (Nm 8,4). En el MHG sobre Gn 6,15 se nos dice que Dios tiene cinco dedos en su mano derecha y que cada uno de estos guarda un gran misterio11. De acuerdo a tHag 12,b, y comentando a Dt 33,27, Dios carga con su brazo derecho los cielos y con el izquierdo la tierra. En el mismo texto se afirma que con su brazo izquierdo lleva 18.000 mundos que rodean al nuestro, mientras que con el derecho, 120.000 mundos del Mundo venidero. Además de su fuerza, su visión escapa a toda concepción humana. Y es que con un ojo Dios puede ver de un extremo a otro del universo, mientras que con el otro desde el pasado al futuro. Mencionemos también al LvR (4,8) donde se nos dice que así como el alma humana cubre todo el cuerpo, Dios cubre todo el mundo.

Todos estos ejemplos, entre otros, nos ilustran hasta qué punto la corporalidad divina no es sino un medio para expresar su grandeza, poder y gloria. Las enormes dimensiones físicas de Dios no son sino un ejercicio que pone al hombre delante de un misterio que lo sobrepasa de una manera indescriptible. Esta intuición se vio particularmente desarrollada en algunos textos místicos judíos posteriores que forman parte de la literatura Hejalot (algunos fragmentos de las Hejalot Rabbati (HejRabb), Hejalot Zutarti (HejZut) y algunos fragmentos en el Mercabá Rabba (MerRab) y en Manuscrito Munich)12. Se trata de los textos del Siúr Qoma (Medida de la figura divina) que describen precisamente las cualidades corporales de Dios. El volumen divino imposible de medir desde la perspectiva humana no es sino manifestación de su gloria.

3. LAS ENORMES DIMENSIONES DE DIOS EN EL SIÚR QOMA

Para J. Dan los textos del Siúr Qoma se desarrollan a partir de una exégesis alegórica al Cant, especialmente de 5, 11-16. De acuerdo a esta premisa cuando en este libro se describe al novio, lo que se está haciendo es una descripción de Dios mismo. Cuando la novia del Cantar dice que las mejillas de su amado son como balsameras, o que sus brazos son como rollos de oro, o bien que sus piernas son como columnas de mármol, no está haciendo otra cosa que describir a Dios mismo. R. Aquiba asume que cuando la novia canta “y el rey me llevó a sus habitaciones” a lo que se refiere es a la ascensión del visionario a los aposentos celestiales para unirse mística o eróticamente con Dios13. Esto hace que este rabino afirmase en el siglo II que el Cant era el más santo de los libros inspirados, ya que su autor no sería Salomón, sino el mismo Dios (CantR 1,11). Aún más, el mismo rabí compara el Cantar de los Cantares con el Santo de los Santos del Templo de Jerusalén. Así, prohíbe a cualquier hombre disputar sobre este libro santo si tiene las manos impuras. Y es que si todas las escrituras son santas, argumenta, el Cantar de los cantares lo es de manera eximia, al modo del Santo de los santos14.

A partir de estas premisas los autores de Siúr Qoma describen las características físicas de Dios, poniendo especial atención a las medidas de Éste15. Cada órgano es descrito con detalle, dándoles medidas numéricas extraordinarias, y salvando la inimaginable trascendencia del creador. La obsesión por medir a Dios, por lo tanto, no es sino un medio para expresar la inmensidad de su gloria. Rabí Aquiba señala que si bien Dios es como nosotros, lo es de manera mucho más grande, especialmente si consideramos su gloria que se nos esconde16. En el MerkRab se señala que las parasangas de Su pie llena el mundo entero como esta dicho: “El cielo es mi trono y la tierra el estrado de mis pies” (Is 66,1). La altura de Su planta es tres mil miríadas de parasangas. Desde la planta de Su pie y ascendiendo hacia Su tobillo hay doce mil miríadas de parasangas. Su planta derecha es llamada PRMWSYH ATYRKNY y la izquierda GTMS (§ 695)17. Más aún, un texto tomado de las HejRabb18 (§167) específica que desde la bola del ojo derecho a la del ojo izquierdo hay 236 miles de miríadas de parasangas. La anchura de su ojo derecho es 3 miríadas y tres mil de parasangas y lo mismo para su ojo izquierdo. La anchura desde Su brazo derecho a su brazo izquierdo setenta y siete miríadas de parasangas. Todas estas estas revelaciones nos habilitan para entender el Cantar de los Cantares cuando a el místico (la amada) se le pregunta sobre qué clase de amado (Dios) es el suyo (5,9). De más está decir que estas mediciones y características físicas son humanamente inimaginables. Como hemos dicho, el sentido de ellas no es otro sino ser un medio para expresar la inmensa gloria de Dios que el hombre no alcanza a imaginar.

Este trasfondo es el indicado para estudiar otro tipo de textos, judíos y cristianos, que hablan del tamaño de Adán cuando éste fue creado. Como sabemos, el primer hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios. De este modo, el tamaño de Adán debió haber sido inmenso. Y esta misma infinidad adámica no es otra cosa sino su capacidad de reflejar la gloria divina. A continuación estudiaremos algunos ejemplos que nos permitirán entender el enorme tamaño de Adán.

4. LAS DIMENSIONES FÍSICAS DE ADÁN: REFLEJANDO Y PERDIENDO LA GLORIA DIVINA

Reflejar la gloria divina, esto es haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, significa en el caso de Adán poseer dimensiones enormes. A pesar de que el libro del Gn nada dice al respecto, son variadas las fuentes judías, rabínicas y apócrifas que mencionan el tamaño del primer hombre previo al pecado. Por ejemplo, Filón de Alejandría habla de que los primeros hombres estaban dotados de un cuerpo muy grande y las magnitudes de un gigante (QG 1.32). El ApAbr 23,3 describe a Adán como un varón muy grande de talla y tremendo de corpulencia, de un aspecto incomparable, y de Eva dice que se asemejaba al hombre en aspecto y talla. Las enormes proporciones de Adán también están atestiguadas en el 2En donde se dice que su nombre se construye a partir de las cuatro esquinas del mundo: Oriente, Occidente, Norte y Sur (11,63). La misma idea de Adán cubriendo todos los puntos cardinales aparece en el GnR VIII, 1, donde, aludiendo al Sal 139,16, se explica que Adán, creado como una masa inanimada, se extendía de un confín del mundo al otro. En el mismo texto otros rabinos argumentan a través del Sal 139,8 que Adán llenaba todo el mundo, desde el oriente hasta el poniente; y a partir de Dt 4,32, de norte a sur. En el mismo sentido, en el PRE 11 se nos explica que Adán fue adornado con la imagen divina, siendo su altura de oeste a este. Es por esto que cuando todas las creaturas le contemplaron le temieron pensando que era su Creador y llegaron a postrarse delante de él. Los ejemplos abundan, en el Tanj (Bereshit 28) se nos dice que Adán era tan largo que la mano de Dios descansaba sobre él constantemente y donde quiera que Éste mirase se encontraba con Adán. Este mito del Adán gigante aparece también en tHag 12ª donde se describe su estatura como la distancia entre el cielo y la tierra y su tamaño suficiente como para cubrir del este al oeste, o del norte al sur. La fuerza y el poder de Adán eran equiparables solo a las de Dios. En el mismo escrito los ojos de Adán eran como soles y la brillantez de su rostro inalterable19. Un último texto pertinente son las Crónicas Jerahmeel (CrJerah 6-12) donde Dios crea al hombre con el polvo de las cuatro esquinas de la tierra. Más adelante, cuando Adán se mantuvo de pie, su altura se extendía de este a oeste. Al igual que el PRE 11, cuando todas las creaturas le contemplaron, le temieron pensando que era su Creador y se postraron delante de él. Entre otros muchos ejemplos, lo que estos textos judíos explicitan es que la semejanza divina en Adán, a través de su enorme tamaño, no es sino una forma de referirse a la gloria de Dios que el primer hombre reflejaba.

La tragedia sucede cuando esta misma cualidad sobrenatural de la primera pareja se pierde como consecuencia de la desobediencia. En un conocido midrás, presente en varios textos (bSanh 38b; tHag 12,a; Ber 8,1; 12,6; 14,8; 19,8; 24,2), después de mencionar las enormes medidas de Adán se dice que cuando él pecó el Santo, bendito sea, extendió su mano sobre él y lo redujo, como está escrito: “Me estrechas por detrás y por delante, apoyas sobre mí tu palma” (Sal 139,5). Esto significa que una vez que Adán perdió la semejanza divina, su tamaño se vio reducido impidiéndole reflejar la gloria de Dios. De hecho esto explica por qué se pudo esconder entre los árboles una vez que escuchó a Dios aproximarse. Y es que su tamaño se había disminuido a cien codos (BR 12.6; 19.8; BaR 13.2; PK 1,1b; PR 15, 68b)20. Nuestra estatura actual es un opaco reflejo de la adámica previa a la desobediencia, y desde este punto de vista, apenas si reflejamos la gloria divina a través de nuestro cuerpo. Desde el momento que Adán perdió la comunión íntima con Dios, nuestro cuerpo, pequeño y mucho más débil, es incapaz de plasmar la gloria de Dios.

Ahora bien, el análisis de distintos textos nos ha hecho vislumbrar la existencia de un mito judío y cristiano que entiende la salvación a través de una de imágene poética y hermosa: el volver al Jardín del Edén. De acuerdo a esta historia, el Jardín del Edén se define como el lugar al que verdaderamente pertenece el hombre. El lugar que éste añora como si de un espejismo se tratase. La salvación como el volver al Jardín del Edén no es otra cosa que el recuperar la condición prístina con la que el ser humano fue creado. La salvación sería el realizar la vocación humana fundamental, el reflejar la gloria divina. Sabiendo que el final de la historia se toca con el principio, esto es, la apocalíptica coincide con el Génesis, vale la pena explorar hasta qué punto los textos apocalípticos, canónicos o no, describen a los justos como gigantes.

En realidad, pocos son los textos que describen al justo resucitado poseyendo enormes dimensiones. Comunes son las imágenes de los resucitados resplandeciendo como ángeles, ataviados de vestidos celestes, sentados en tronos para juzgar y reinar a semejanza de Dios. Un ejemplo, sin embargo, del enorme tamaño recobrado lo encontramos en el Testamento de Abraham (TestAbr) donde se describe a Adán al final de los tiempos como un hombre de aspecto terrorífico, semejante al del Soberano (Dios), sentado en un trono dorado frente a dos puertas (una que conduce al paraíso y otra a los infiernos). Esto significa que Adán ha vuelto a recobrar la imagen perdida, esa que lo hacía semejante a Dios en el paraíso. La envergadura del primer hombre vuelve a ser inmensa. Sin embargo, más que Adán son Enoc y Jesús los personajes adámicos que más desarrollan esta cualidad de recobrar las dimensiones enormes del primer hombre para así reflejar la gloria de Dios. Enoc, en la tradición judía, y Jesús, en la cristiana, se presentan como segundos adanes que rectifican la suerte del primero. En esta dinámica el volumen físico de ambos vuelve a ser un elemento importante al momento de reflejar la gloria divina. Estos son los ejemplos paradigmáticos del segundo Adán que ha adquirido un tamaño enorme como en el principios de los tiempos.

5. CONCLUSIONES

De acuerdo a algunas tradiciones judías y cristianas cercanas al cambio de era, Adán, al ser creado a imagen y semejanza de Dios, era capaz de reflejar la gloria divina. Algunas de las imágenes que se usaban para expresar esta sugerente intuición teológica eran los vestidos, la luminosidad y el tamaño del primer hombre. Respecto a esta última característica, hemos dicho que las dimensiones de Adán eran impresionantes. Esto tiene sentido cuando pensamos que, para algunas corrientes de pensamiento judío, Dios podía ser representado corporalmente. Estas ideas acerca de la corporalidad divina estaban en el centro del debate entre escuelas místicas como veíamos en el primer apartado de este capítulo. En el caso de describir físicamente a Dios, se hacía de manera superlativa, de tal modo que el hombre no lo pudiera ni siquiera imaginar, salvando así la trascendencia, el honor y la gloria de Dios. Adán, por lo tanto, al ser creado a semejanza de Dios podía reflejar estas cualidades divinas. La grandeza de Adán no era otra cosa sino expresión de la gloria de Dios.

De acuerdo a esta historia, desde la desobediencia de Adán, el cuerpo humano se redujo dejando de reflejar la imagen divina. Así como la luz del mundo es como tinieblas en relación a la luz primordial, también el tamaño del hombre no es sino un reflejo opaco de la grandeza pérdida. El ser humano es tan pequeño que su cuerpo ya no transparenta la dignidad de Dios. Y el hombre ni si quiera se da cuenta de esta tremenda pérdida. Es el costo de estar en el exilio. La salvación, sin embargo, de acuerdo a algunas tradiciones, es el regresar al Jardín del Edén. Volver a casa, al lugar de la comunión con Dios, a donde realmente el hombre pertenece. La salvación sería el reencontrarse con la identidad que el ser humano dejó atrás. Dentro de los símbolos que ocupan los diferentes textos (especialmente apocalípticos) para hablar de esta imagen divina recobrada no es recurrente encontrar referencias a las dimensiones enormes del justo. Sí se habla de sus vestidos, de su luminosidad, de su facultad para regir y juzgar a los pueblos. Ahora bien, esto no quiere decir que el símbolo de su magnitud no esté presente. Sí lo está, especialmente en el caso de dos figuras paradigmáticas, Enoc-Metatrón y Jesús. El primero responde a tradiciones más bien marginales o esotéricas del Judaísmo; el segundo, la figura que define al cristianismo. Este será precisamente lo que estudiaremos en el siguiente capítulo.

LA SALVACIÓN COMO REGRESO AL JARDÍN DEL EDÉN: EL TAMAÑO DEL PRIMER HOMBRE

1. LAS ENORMES DIMENSIONES DEL CUERPO DE CRISTO

En 2Clem de San Clemente21, una homilía cristiana de mediados del siglo II, se hace una serie de interesantes afirmaciones en relación a la Iglesia. En primer lugar se habla de una Iglesia espiritual fundada antes del sol y la luna (XIV, 1). La idea de una Iglesia espiritual pre-existente está también presente en el Pastor de Hermas (Herm)22 donde se la presenta como una anciana porque fue creada antes de todas las cosas (Vis. II, 4, 1). Algo similar nos dice la cita anterior de 2Clem en relación a Cristo: siendo primero espíritu, se hizo carne para llamar a los cristianos (IX, 1-5). Por lo tanto, la Iglesia como Cristo, son espirituales y existían antes de la creación, para, en los últimos días, encarnarse para la salvación de los hombres. Ahora bien, estos dos seres espirituales aparentemente independientes se unirán formando un solo cuerpo. En efecto, una vez que Jesús ha ascendido a los cielos, la Iglesia se entenderá, siguiendo a Ef 1, 22-23, como el cuerpo de Cristo. Esta identidad entre la Iglesia y Cristo se realiza, según esta homilía, desde el momento que Cristo redime a los creyentes. Para justificar esta unión entre Cristo y la Iglesia el autor de la 2Clem alude al Gn 1,27 donde se afirma que Dios creó al hombre varón y hembra. En ese sentido el varón es Cristo; la hembra la Iglesia (XIV). Ambos están destinados a unirse en un encuentro amoroso que guarda similitudes con las parejas o syzigias gnósticas. Por último, es importante constatar que esta unión entre Cristo y la Iglesia se plantea con otra analogía en la homilía cuando se nos dice que la Iglesia es la carne y Cristo es el Espíritu (XII, 4). Cualquiera que sea la analogía utilizada lo fundamental es constatar esa temprana identificación entre Cristo y la Iglesia.

San Agustín estaría de acuerdo con estas ideas, sin embargo, las corregiría en algunos aspectos. La identificación del cuerpo de Cristo se daría con una Iglesia entendida no sólo como un conjunto de comunidades creyentes, sino que también, y en un sentido místico, con todos los santos que han de nacer y creer en Cristo desde el mismo Abel hasta el fin de los tiempos (Salm. 90 serm. 2.1, Patrologia Latina 37:1159). San Agustín, lo mismo que el autor de la homilía en cuestión, también hablará de la unión entre la Iglesia y Cristo señalando que esta fusión es tan intensa que la primera se transforma en el segundo. La plenitud de Cristo, dirá el doctor de la Iglesia, se da en la unión entre la cabeza (el mismo Cristo) y sus miembros (los creyentes) (In Jo. ev. 21,8: PL 35,1568). De nuevo San Agustín es un referente indicado cuando reflexionamos sobre la imagen de la unión entre Cristo y la Iglesia basada en la carne y el espíritu. En Serm. 267. 4 (Patrologia Latina 38:1231) afirma que el alma es al cuerpo lo que el Espíritu Santo es al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. En todos estos ejemplos se enfatiza, por una parte, la unión íntima entre Cristo y las comunidades creyentes, y por otra, la doble realidad espiritual (pre-existente) y corporal de la Iglesia como cuerpo de Cristo.

A partir de esta identificación entre Cristo y la Iglesia se plantean una serie de cuestiones cristológicas interesantes respecto a la existencia corporal (comunidades de creyentes) y espiritual (santos fallecidos y por nacer) de Cristo. Una de ellas, que generalmente se pasa por alto, es el constatar la extraordinaria envergadura de Cristo. El cuerpo de Cristo se extiende no sólo desde un extremo del mundo al otro, en tanto en cuanto existan comunidades cristianas, sino que también se dilata temporalmente desde antes de la creación hasta su plenitud al final de los tiempos. El cuerpo de Cristo adquiere así una realidad cósmica que implica una dimensión enorme tanto física como espiritual. ¿Cómo podemos entender cabalmente esta dimensión gigantesca de Cristo? En el capítulo anterior vimos que el tamaño del primer hombre era descomunal no sólo porque fue creado a semejanza de un Dios inmenso sino también porque así podía reflejar la gloria divina. El impresionante aspecto físico del primer hombre, que se perdió a consecuencia del pecado, no es sino la expresión de la pérdida de la capacidad de reflejar la gloria de Dios. Esta afirmación no es menor, porque si entendemos la salvación como el volver a la condición prístina que el hombre perdió después del Jardín del Edén, entonces el hombre volverá a adoptar un tamaño descomunal al modo divino. Esto es lo que precisamente vemos cuando nos detenemos en dos figuras paradigmáticas que representan el segundo Adán: Metatrón y Jesús.

La primera reflexión cristiana entendió a Cristo resucitado como el segundo Adán que viene a recapitular la historia humana llevando a plenitud lo que el primero no pudo a causa de su desobediencia. ¿De qué manera el aspecto del primer Adán se relaciona con el segundo? ¿Por qué es tan importante hablar de las dimensiones corporales del primer y segundo Adán? Esto en cuanto a los textos cristianos ortodoxos, porque en algunos textos cristianos gnósticos también la dimensión unitiva entre el Cristo y la Iglesia espiritual habla de dimensiones cósmicas de las que vale la pena hablar. Comenzaremos, sin embargo, con otra figura adámica que ya nos es familiar y que es parte de una antigua, aunque marginal, tradición judía. Se trata de la imagen de Enoc-Metatrón.

2. LAS DIMENSIONES FÍSICAS DE METATRÓN COMO SEGUNDO ADÁN

En el capítulo tercero introdujimos a Enoc (Gn 5,19-24), el legendario personaje antediluviano que representa, al modo adámico, a la humanidad perfecta. A través de un cuerpo literario no menor (1, 2 y 3 libro de Enoc) sabemos que fue un sujeto escogido entre todos los hombres de la tierra para estar cerca de Dios (2En 16, 6). Esta intimidad se expresaba en el hecho que caminaba con Dios (Gn 5,22) en los cielos a donde fue arrebatado de manera definitiva cuando tenía 365 años. El modo en que Enoc asciende a los cielos varía de acuerdo a las fuentes. Así, por ejemplo, en el Libro de los vigilantes, nuestro personaje, apremiado por elementos como las estrellas, los relámpagos y el viento (1En 14,8), asciende a los cielos representado como un edificio dividido en tres partes al modo del templo de Jerusalén (1En 14,9-21). En tradiciones posteriores, como en el 2En, son dos ángeles de estatura descomunal y rostro como sol refulgente quienes invitan al héroe a ascender a los cielos que son descritos a través de siete esferas cuya correspondencia con el templo de Jerusalén no es clara. Estas y otras tradiciones coinciden en que al final del camino, y en lo más alto del cosmos, el héroe se encuentra frente a la presencia divina que es representada de manera sublime. Es en este momento cuando Enoc se transforma en un sublime ser celestial.

En 2En la condición mortal del protagonista se verá transfigurada cuando el arcángel Miguel, además de vestirlo de nuevo, lo unja con un aceite de aspecto más resplandeciente que el de una gran luminaria, con un ungüento que parecía como rocío bienhechor y con un perfume como la mirra. En ese momento Enoc comprueba que se ha convertido en uno de los ángeles gloriosos de Dios (      ) (2 En 9, 22-23). El culmen, sin embargo, de estas tradiciones en relación a la transformación física de Enoc la encontramos en la más tardía obra del 3En. En este relato se describe la transformación del héroe en el ángel Metatrón, el príncipe de la presencia, un ángel de un tamaño enorme llamado a atender al modo sumo sacerdotal el trono de gloria (3En 15,1). De este modo, se nos cuenta como las carnes de Enoc se transformaron en llamas, sus tendones en fuego llameante, sus huesos en brasas ardientes, sus ojos en antorchas de fuego, sus cabellos en llamas, sus miembros en alas, y todo su cuerpo en fuego encendido (3En 15, 1).

Así, tenemos a Enoc-Metatrón transfigurado en un ser celestial y resplandeciendo la gloria divina al modo de Adán antes de la desobediencia. Además de estos, hay otros rasgos adámicos en Metatrón sobre los cuales vale la pena detenerse. El primero de ellos ya lo estudiamos en el primer capítulo. Se trata del apodo “el Joven” con el cual es conocido Metatrón en los cielos. La razón de este sobrenombre, decíamos, radica en que Metatrón es Enoc, el hijo de Jared, es decir el más nuevo entre los seres angelicales (3En 4,1-10). La semejanza con Adán radica en que este último también fue creado después que los ángeles. Segundo, la semejanza entre Dios y Metatrón (como lo fue en algún momento la de Adán con la divinidad) llega a tal punto que en 3Enoc se le conoce como el Yavé menor porque porta el nombre divino. Tercero, a Enoc, como el nuevo Adán, le es dado un trono similar al divino, hecho de gloria, sobre el cual se extendió una cortina de esplendor y brillante apariencia. Es desde este trono desde donde Metatrón juzgará al mundo. Esto no es de extrañar si consideramos que la naturaleza real de Enoc tiene raíces muy antiguas que se retrotraen al siglo I en el Libro de las Similitudes (1En 31,71), donde Enoc se convierte en el Hijo del Hombre, también un ser celestial impresionante (no ya en Metatrón), que se sienta en el trono de Dios para el día del juicio (1En 62,5; 69,29).

Por último, mencionemos una última semejanza que para en el contexto de este capítulo es especialmente relevante. Enoc-Metatrón, al igual que Adán, tiene un tamaño descomunal. De partida, tiene setenta y dos alas, cada una de ellas como el contenido del mundo. Sus ojos son 365.000. Su porte es lo que mide el mundo a lo ancho y a lo largo, y refleja el esplendor, brillo, hermosura y belleza que se encuentra en el universo (3En 9, 1-5). Y es que cuando Dios puso su mano sobre él, creció y aumentó de tamaño hasta medir lo que mide el mundo a lo ancho y largo (9,2). Esto es lo contrario de lo que sufrió Adán después de su pecado de acuerdo a bSanh 38b; tHag 12,a; BerR 8,1; 12,6; 14,8; 19,8; 24,2. En otras palabras, Enoc vuelve a actualizar una de las características adámicas previas al pecado: a través de su envergadura es capaz de reflejar la gloria de Dios.

Y si bien en estos aspectos Enoc y Adán son similares, existe otro donde son radicalmente distintos. Así, donde fracasó Adán, Enoc-Metatron, el ángel eximio de grandes proporciones, tiene éxito. Esto es muy claro cuando vemos cómo todos los seres angelicales que sirven ante el trono de la gloria temblaban y temían cuando veían a Metatrón, cayendo sobre sus rostros al no poder soportar tanta majestad, gloria y belleza (3En 14,1-5). Recordemos que de acuerdo a variadas fuentes (VidAd 13,1-14,3 [vers.Lat.]EvBart 4,53-54; CueTesSir III, 1-7, etc.), el rechazo de algunos ángeles de adorar a Adán fue precisamente la causa del mal en el cosmos. Enoc-Metatrón recapitula la historia. La retrotrae al inicio enmendando el error inicial. Restaura el orden primigenio.

Enoc-Metatrón, sin embargo, es una figura marginal dentro de las corrientes judías del alto medioevo. El segundo Adán por antonomasia no es otro sino Jesús, la figura central del cristianismo y de muchas escuelas gnósticas. Durante su vida, Jesús, transparentó la condición humana ideal (sin pecado), y a partir de su resurrección, se sentó a la derecha del Padre para reflejar la gloria divina. A continuación estudiaremos cómo el tamaño del Cristo resucitado es un elemento fundamental cuando hablamos de manifestar el honor, el poder y la dignidad de Dios. Las dimensiones físicas y espirituales de Jesús nos llevan a una reflexión sobre las propias comunidades de creyentes que constituyen el cuerpo de Cristo. El tamaño de este y su naturaleza física y espiritual son fundamentales en la experiencia cristiana y de algunas tradiciones gnósticas. Encaminémonos, entonces, en esta dirección comenzando con el análisis de la magnitud del cuerpo de Cristo en algunos textos cristianos, especialmente en San Pablo.

3. LAS DIMENSIONES FÍSICAS DE JESÚS COMO SEGUNDO ADÁN

Los testimonios explícitos sobre el tamaño de Jesús resucitado (segundo Adán) no son abundantes. De mediados del siglo segundo tenemos el Evangelio de Pedro (EvPe)23 donde se describe el momento de la resurrección de Jesús. Las enormes dimensiones de Jesús en este texto tienen que ver con la naturaleza adámica previa al pecado. Jesús se presenta, entonces, como el segundo Adán. Al igual que el primero, ambos reflejan la gloria divina a través de su estatura gigantesca. El contexto no puede ser más dramático. Una gran multitud de Jerusalén y sus alrededores habían venido para ver el sepulcro sellado (9, 34) y resguardado por los soldados que las autoridades judías habían puesto de dos en dos para evitar cualquier intento de robo del cuerpo (VIII, 30). Entonces, durante la noche que precedía al domingo, se escuchó una gran voz desde cielo el cual se abrió en dos desde donde aparecieron dos varones de un gran resplandor acercándose al sepulcro (IX, 36). En ese momento, la enorme piedra que cubría la sepultura se corrió por sí sola y los hombres pudieron entrar. Tras la consternación que esta escena produce a la guardia que custodiaba el lugar, se ve salir de la tumba a tres hombres, dos de los cuales servían de apoyo a un tercero, y una cruz que iban en pos de ellos. Y la cabeza de los dos (primeros) llegaba hasta el cielo, mientras que la del que era conducido por ellos sobrepasaba los cielos.

Otro testimonio temprano respecto a las enormes dimensiones de Cristo la encontramos en Herm donde se le describe como el hombre glorioso y de alta talla rodeado de seis ángeles a su derecha e izquierda (Comp. IX, 12, 7-8). En el EvFlp, obra cristiana-gnóstica, se nos cuenta que cuando Jesús resucitado se reveló gloriosamente a sus discípulos […] no era pequeño; se hizo grande, y tras haber hecho grandes a los discípulos ellos pudieron verlo en su grandeza (58, 1-12). En el DSal 42 se le dice a María que cuando ésta tenga la visión del eterno existente, entonces será grande. En los Hechos de Juan (HchJn)24 90 se describe a Jesús transfigurado, entre otras características, como alguien cuya cabeza alcanzaba los cielos. Estas afirmaciones respecto a las enormes dimensiones de Jesús, sin embargo, podrían tener raíces más antiguas. Si San Pablo tanto enfatizó la cristología adámica, ¿es posible encontrar en sus cartas alguna relación entre Jesús como nuevo Adán y su enorme tamaño? En definitiva, ¿qué importancia tiene en el epistolario paulino el porte de Jesús cuando hablamos que Éste como segundo Adán puede reflejar la gloria de Dios? Estas preguntas no son nada triviales si consideramos que una de las definiciones paulinas para hablar de la Iglesia es precisamente el cuerpo de Cristo.

Comencemos recordando lo que dijimos en el capítulo tercero sobre la predicación del apóstol. Vimos que ésta versaba sobre el misterio de Dios (Rm16, 25-26) que le fue comunicado a través de visiones y revelaciones (2Cor 12,1ss; Gal 1,11-12) por el mismo Jesucristo resucitado (Rm 1,5; 15,15; 1Cor 1,17; 3,10; 9,1; 15,8.15; Gal 1,8.9.12; Flp 3,8). Este misterio se homologa, con el misterio (Rm16, 25-26), la sabiduría (1Cor 2,7-8) y la justicia de Dios (Rm 1, 16-17; 3,21-26). Pablo se siente, por lo tanto, portador de un misterio, una sabiduría y una justicia divina que constituyen su evangelio y que tiene que comunicar. El contenido de este misterio, explicábamos, consiste en que Jesús resucitado es el primogénito de muchos hermanos que han sido escogidos de antemano para reproducir su imagen (Rm 8,29). En 1Cor 15,49 el apóstol reconoce que así como hemos llevado la imagen (εἰκόνα) del hombre terrestre (entendiendo la del primer Adán después del pecado), llevaremos también la imagen (εἰκόνα) del celeste (entendiendo la del Segundo Adán). El creyente está siendo progresivamente glorificado en Cristo, esto es, se va haciendo a su imagen. Ahora bien, ¿es que acaso este llevar la imagen de Cristo tiene algo que ver con las enormes dimensiones de Cristo resucitado? Efectivamente, en cuanto miembro del cuerpo de Cristo el creyente también va reflejando la gloria divina que se ejemplifica en el gran tamaño de éste.

En las cartas paulinas son varias las expresiones para hablar de la Iglesia como cuerpo de Cristo. Se habla de que así como es el pan que los creyentes parten en la eucaristía, así es la participación en el cuerpo de cristo (κοινωνία τοῦ σώματος τοῦ Χριστοῦ) (1Cor 10,16); tal como el cuerpo es uno sólo y tiene muchos miembros, así también es Cristo (πάντα δὲ τὰ μέλη τοῦ σώματος πολλὰ ὄντα ἕν ἐστιν σῶμα, οὕτως καὶ ὁ Χριστός) (1Cor 12,12); vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno un miembro (ὑμεῖς δέ ἐστε σῶμα Χριστου) (1Cor 12,27); todos somos un cuerpo en Cristo (ἓν σῶμά ἐσμεν ἐν Χριστω) (Rm 12,5)25. A pesar que esta imagen no está del todo pulida y no es uniforme en las cartas paulinas, hay aspectos que son evidentes. El más claro tiene relación con el cuerpo como imagen de la unidad vital de la Iglesia a pesar de la diversidad de sus miembros. Esto es especialmente cierto cuando pensamos en comunidades donde florecían una rica variedad de carismas. Textos como Rm 12,4-8 y 1Cor 122, 4-27 (y dentro de las deutoropaulinas, Ef 4,7-16) tienen en común la constatación de una pluralidad de carismas entendidos como expresiones concretas y espontaneas de la gracia de Dios (Rm 12,4-6) o manifestaciones del Espíritu (1Cor 12,7). A pesar de la gran variedad de carismas (la profecía, la enseñanza, la glosolalia, el discernimiento etc.), muchas veces interdependientes (por ejemplo la profecía y la exhortación; la glosolalia y la interpretación), la unidad entre los integrantes de la comunidad y entre las comunidades se basa en el hecho que cada miembro es parte del cuerpo de Cristo. En otras palabras, el cuerpo de Cristo está compuesto de diferentes miembros, cada uno una expresión diversa de la gracia concreta de Dios, pero siempre formando una misma totalidad corporal y espiritual. En definitiva, el Cristo resucitado es uno, corporal y espiritualmente hablando, sin importar la diversidad de sus miembros. Desde el punto de vista corporal la unidad de Cristo se refleja a través de la imagen sacramental del pan partido, analógicamente identificado con su cuerpo, que siendo uno es al mismo tiempo compartido en distintas comunidades (1Cor 10,16-17; 11,24-29). Desde el punto de vista espiritual la unidad de Cristo se refleja a través de los diversos carismas o manifestaciones del Espíritu (ἡ φανέρωσις τοῦ πνεύματος) (1Cor 12,7), que siendo variados, tienen origen en un mismo Espíritu, el de Cristo26.

Al mismo tiempo, Cristo, como el último Adán, es el progenitor de una nueva raza a través de la donación del Espíritu que da vida (ὁ ἔσχατος Ἀδὰμ εἰς πνεῦμα ζῳοποιοῦν) (1Cor 15,45). Esta afirmación adquiere pleno sentido cuando constatamos que el primer hombre no sólo es de la tierra (1Cor 15, 47) porque fue formado del polvo (Gn 2,7), sino porque después de su desobediencia fue condenado a morir, esto es a volver al polvo (Gn 3,19). El segundo Adán, en cambio, a través del poder de su resurrección no conoció corrupción material, más aún, se convirtió en espíritu que da vida (εἰς πνεῦμα ζῳοποιοῦν (1Cor 15,45) inaugurando una nueva generación humana que se va haciendo a su semejanza y que constituye su cuerpo.

La idea de los creyentes configurando el cuerpo de Cristo también tiene implicancias éticas. Un buen ejemplo de ello lo encontramos en 1Cor 6, 15 donde el término “cuerpos” en plural (σώματα) se refiere a una realidad individual y colectiva, a la comunidad compuesta de diferentes miembros (1Cor 12,12.14. 26-27). Es por lo mismo que Pablo pregunta retóricamente en el mismo versículo: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Tomaré, acaso, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? ¡De ningún modo! Para Pablo, lo que yo haga con mi cuerpo tiene repercusiones en toda la comunidad que también es definida como el templo de Dios (1Cor 6,19). Lo que está detrás de esta sentencia es Gn 2,24, pero entendido no sólo desde una perspectiva individualista, sino también comunitaria. Lo que yo haga, como miembro de un cuerpo mayor, afecta a la comunidad entera. Este planteamiento también está presente en el severo castigo propuesto para el hombre que se acostaba con la mujer de su padre: entregad a ese tal a Satanás para la destrucción de la carne (εἰς ὄλεθρον τῆς σαρκός ), a fin de que el espíritu (τὸ πνεῦμα) sea salvo en el día del Señor Jesús (1Cor 5,5). La inmoralidad de la persona en cuestión atañe al cuerpo y al espíritu del individuo y de la comunidad en su totalidad. Lo que está en juego no sólo es el concepto de salvación, sino que también el de la Santidad que define al cuerpo (o al templo) de Cristo. La Santidad implica pureza, la separación de lo profano para hacerse apto a lo divino. De ahí entendemos una frase como la de 1Cor 6,13 donde se dice que el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo. El resultado de esta unión entre el creyente y el Señor es una fusión en un solo espíritu (ὁ δὲ κολλώμενος τῷ κυρίῳ ἓν πνεῦμά ἐστιν (1Cor 6,17)27.

El cuerpo de Cristo, entonces, es la manifestación de la unidad de las comunidades que se extendían desde Palestina hasta Roma, de este a oeste del mundo conocido. Esta representación mística supone la concepción de un Cristo resucitado de gran volumen, al modo adámico, actuando de manera eficaz a través de sus miembros, o lo que es lo mismo, a través de los cristianos poseídos por carismas. Las dimensiones místicas de Cristo no pueden subvalorarse pues representan la realización concreta de la imagen de Dios en la figura del segundo Adán. La unión de las iglesias con Cristo es tan íntima que configuran un mismo cuerpo físico y espiritual. Esta idea de la unidad ente los creyentes y Cristo configurando un enorme cuerpo también estará presente en otras corrientes posteriores, entre ellas, las del gnosticismo valentiniano.

4. CONCLUSIONES

Hemos estudiado que para algunas tradiciones judías y cristianas Adán es descrito poseyendo una altura y anchura realmente considerable. Y no podía ser de otra manera si tenemos en cuenta que para algunas corrientes, especialmente de carácter místico, Dios era descrito físicamente de una manera superlativa. Las grandes dimensiones de Dios, simplemente imposibles de imaginar, no son sino una manera de hablar de su gloria. Y si Adán fue creado a imagen y semejanza de Dios, entonces, es natural que también haya tenido una envergadura enorme a través de la cual reflejaba la gloria divina. Todo esto, sin embargo, se perdió cuando Adán fue expulsado del Jardín del Edén. El esplendor de sus medidas se redujo para quedar restringido a un cuerpo pequeño como el que el hombre posee hoy. Es lo mismo que aconteció con otros símbolos que nos hablan también de esa capacidad adámica de evidenciar la gloria de Dios, como los vestidos y la luminosidad. Para el mito que subyace detrás de estos textos, la vocación humana no es otra sino la de evidenciar la semejanza divina. Brillar como Dios, iluminar como Dios, ser enormes como Dios. Desde que el hombre salió del Jardín del Edén perdió esas cualidades que no eran sino expresiones de la comunión con la divinidad.

De acuerdo a esta historia, la salvación no es otra cosa sino el regresar al Jardín del Edén. El hombre se encamina hacia allá en medio de tantos sufrimientos y alegrías, problemas y satisfacciones. Como desde el origen de los tiempos la verdadera identidad humana llama al hombre a realizarla. En lo que respecta al tamaño de Adán, en el judaísmo y el cristianismo este se realiza a través de la figura de un segundo Adán que viene a recapitular la historia. En el judaísmo es Enoc-Metatrón quien encarna de nuevo las dimensiones adámicas para servir delante de Dios. En el cristianismo es Jesús que, de acuerdo a algunas fuentes, una vez resucitado adquiere las dimensiones de Adán. El caso paulino es especialmente interesante porque a través de una mirada mística habla de la identificación entre los creyentes en las distintas partes del mundo conocido y el cuerpo de Cristo, haciendo de este último una figura de enormes dimensiones. En ambos casos, el volumen no es sino signo de esa facultad maravillosa que significa el reflejar la gloria Divina, su santidad, honor y poder. Esta idea paulina perduró en el catolicismo a través de la idea de la Iglesia como el cuerpo místico de Cristo.

Ahora bien, hasta ahora hemos estudiado la capacidad de reflejar la gloria de Dios (vestidos, luz, tamaño) como parte de la semejanza del primer hombre y que estamos llamados a recobrar al regresar al Jardín del Edén. Sin embargo, y de acuerdo a distintas fuentes, la capacidad de manifestar la gloria de Dios no es lo único que el hombre dejó atrás cuando abandonó el Jardín del Edén. Hay otros símbolos que hablan también de los temores y anhelos humanos más arraigados que se hicieron presentes una vez que Adán dejó atrás el Jardín del Edén. El temor a la muerte y el anhelo de vivir para siempre junto a los seres queridos es una de estas dimensiones. Esta verdad antropológica universal queda en evidencia cuando la persona pierde a alguien querido. La muerte de alguien cercano nos paraliza a todos. No hay realidad humana que nos deje más a la interperie que la muerte de un pariente o amigo. Nos habla de nuestra propia fragilidad, incluido los éxitos y logros que con tanto empeño atesoramos. ¿Qué dice el mito de Adán al respecto? ¿Es que acaso éste fue inmortal alguna vez? ¿Cómo fue que la muerte se hizo presente en la creación de Dios? Para acercarnos a esta temática estudiaremos, en primer lugar, el texto del Gn, para luego analizar las diversas interpretaciones judías, cristianas ortodoxas y gnósticas.

1 San Agustín, “Tratado sobre la Santísima Trinidad”, en: Obras de San Agustín, Vol. V (BAC, Madrid, 1948) 129-131.

2 La filocalia de la oración de Jesús (Sígueme, Salamanca, 2002) 67.

3 El Apocalipsis de Abraham es un apócrifo conservado en eslavo eclesiástico, que es el resultado de la fusión de dos textos distintos y de agregados cristianos,seguramente traducción de un original griego, que a su vez fue la reelaboración de un texto semítico del siglo I-II. Hoy conocemos más o menos 20 manuscritos de este texto en eslavo eclesiástico copiados hacia el XVI y XVII. Para más detalles: Apocalipsis de Abrahán, S.ALVARADO (Trad.)en: A. Díez Macho y A. Piñero, (Eds.), Apócrifos del Antiguo Testamento Vol. VI, (Cristiandad, Madrid, 2009)64-106.

4 H.A. Golitzin, «“The Demons Suggest an Illusion of God´s Glory in a Form”: Controversy over the Divine Body and Vision of Glory in Some Late Fourth, Early Fith Century Monastic Literature», en: Scrinium Vol. III (Byzantinorossica, Saint Petersburgo, 2007) 71.

5 H.A. Goltzin, “«The Demons»”, 59.

6 H.A. Golitzin, “«The Demons»”, 60.

7 Esta idea del cuerpo de Cristo reflejando la gloria divina se encuentra explícitamente mencionada en Col (2,6-20). Vale la pena detenerse en este texto para entender hasta qué punto estamos frente a un tema controvertido desde el inicio del cristianismo. Algunos de los oponentes del autor de esta carta aparecen en Col 2, 18, un versículo de difícil traducción, que es clave para entender el relato: Que nadie los prive del premio, bajo pretexto de humildad (εν ταπεινοφροσυνη) y del culto de los ángeles (θρησκεια των αγγελων) que entrando a los cielos han visto (α εορακεν εμβατευων), siendo arrogantes en el orgullo de su mentalidad carnal. T. Eskola relaciona el término ταπεινοφροσυνη con Herm 10 donde se dice que toda oración ha de acompañarse con humildad y que el creyente ha de ayunar para obtener del Señor lo que se está pidiendo. Los términos “ayunar” y “humildad” aparecen en paralelo. La pregunta que surge, entonces, es la siguiente: ¿cómo se relacionan el ayunar y la humildad? Recordemos que el ayunar, y otras rigurosidades físicas, tienen relación con el prepararse adecuadamente (humildad) para recibir las revelaciones (Apocalipsis de Ezra 1,3-5; Testamento de Isaac 4,1ss; Apocalipsis de Abraham 9; Ascensión de Isías 2,7-11). Es por esto que ταπεινοφροσυνη se relaciona más abajo en la Carta con el desprecio del cuerpo (2,23) en orden a recibir revelaciones de Dios. Por lo tanto, el bajo pretexto de humildad de Col 2,18 se refiere a algunos contrincantes del autor de Colosenses que ayunaban para recibir revelaciones bajo una apariencia de humildad o una humildad que no mira el bien del prójimo. De inmediato pensamos en tantos visionarios judíos y cristianos de la mercabá que decían ascender a los cielos, después de largos ayunos y a través de complicadas oraciones, para contemplar el trono de Dios, al Señor de la gloria y recibir revelaciones. Segundo, y siguiendo a T. Eskola, la expresión ἃ ἑόρακεν (lo que se ha visto) se puede entender como una cláusula que modifica a la expresión θρησκείᾳ (culto), convirtiendo a τῶν ἀγγέλων en un genitivo subjetivo (Col 2,18). Esto quiere decir que el contenido de lo que se ha contemplado es el culto de los ángeles en el cielo al modo de los visionarios del Qumrán o de la mercabá. Fijémonos también en ἐμβατεύων (entrando) que, de acuerdo a las inscripciones griegas de Apolo en el santuario de Claros, implicaría un entrar a los misterios o a los cielos. De nuevo, los falsos maestros de la Carta son aquellos que alardean de haber ayunado para haberse unido al culto de los ángeles en las alturas. Lo que el autor de la Carta está defendiendo es que todo lo que puede ser significativo en los cielos ya ha sido revelado en Cristo. El objetivo del creyente no es ya unirse a la liturgia celestial o tener un contacto especial con los ángeles. Y es que no hay más que un mediador entre los hombres y Dios: Jesús exaltado. Ningún ángel, por grande que sea, cumple ya ese rol. En este sentido el autor de Colosenses estaría de acuerdo con Sn. Agustín o Evagrio Pontico en sus afanes de combatir cualquier visión sensible del templo celestial y de la gloria de Dios. Ahora bien, la cuestión no es tan simple porque al mismo tiempo que se predica la exclusividad de la mediación de Cristo no se excluye la idea de que Jesús, exaltado en los cielos y sentado a la derecha de Dios (Col 3,1), tenga una corporalidad determinada. Y es que es en el Cristo exaltado donde habita corporalmente (σωματικῶς) toda la plenitud de la divinidad (Col 2,9). El uso del griego σωματικῶς no deja lugar a dudas que se está refiriendo al aspecto corporal (Lc 3,22; 1Tm 4,8). Además fijémonos que el verbo habitar (κατοικεῖ) (Col 2,9), para referirse a la plenitud de la divinidad que reside en Cristo, se encuentra en presente. No está refiriéndose a la experiencia de la vida terrena de Jesús. Más bien está aludiendo a la corporalidad actual del Cristo celestial que tiene dimensiones universales. La universalidad del cuerpo de Cristo implica su soberanía sobre toda poder y autoridad (2,10). De esta universalidad participa también el creyente. Tal como Cristo fue enterrado y resucitó a una nueva existencia celestial, así los creyentes pueden ser resucitados con él para compartir su gloria en el tiempo presente (Col 2,12; 3,1). La muerte de Jesús marca el momento del fin de su existencia del cuerpo de carne (Col 1,22), y el inicio de su gloria divina en forma física en los cielos. Esta es la imagen visible del Dios invisible y de la cual las comunidades cristianas participan incorporándose a la cabeza que es Cristo. En este texto, entonces, estaría en concordancia con muchas de las creencias de los monjes del desierto y de los visionarios judíos que relacionaban la gloria divina con extraordinarias medidas corporales. Para más detalles: T. ESKOLA, Messiah and the Throne: Jewish Merkabah Mycticism and Early Christian Exaltation Discourse, (Mohr Siebeck, Tübingen, 2001) 187-196.

8 La literatura de Hejalot refleja la corriente visionaria judía que se desarrolla desde el siglo II al siglo X. Contiene narraciones sobre viajes celestiales a través de “salas” o “palacios” hasta llegar al Trono de Gloria, fórmulas taumatúrgicas para apoderarse del conocimiento angelical, y revelaciones especiales. Entre los tratados que componen esta literatura mencionemos las Hejalot Zutarti (palacios menores), Hejalot Rabbati (palacios mayores) Masajet Hejalot (tratado de Hejalot), Séfer Hejalot (libro de Hejalot) etc.

9 J. R. Davila, Hekhalot Literature in Translation, Major Texts of Merkavah Mysticism, (Brill, Leiden, 2013) 131-136.

10 En el Nuevo Testamento también encontramos alusiones a la corporalidad divina para expresar su poder y fuerza. Entre las sentencias que los exégetas suelen interpretar como provenientes del Jesús histórico está Lc 11, 20 donde se dice que éste expulsa a los demonios con el dedo de Dios. Mc 12,36, aunque posiblemente posterior, señala que Dios invita al Mesías a sentarse a su derecha. A pesar de estos y otros ejemplos menores (y muchos en las parábolas), podemos decir que las imágenes antropomórficas de Dios son bastantes recurrentes.

11 Así a través del dedo pequeño Dios le señaló a Noé qué tenía que hacer (Gn 6,15); con el segundo dedo, el que está junto al pequeño, derrotó a los magos del faraón (Ex 8,19); con el tercero, el del medio, escribió las tablas de la Ley (Ex 31,18); con el cuarto le señaló a Moisés qué tenía que hacer el pueblo para salvar sus almas (Ex 3013); con toda la mano provocará la ruina a los hijos de Esaú y destruirá a los hijos de Ismael (Mic 5,9).

12 P. Schäfer, The Origins of Jewish Mysticism, Princeton University Press, Princeton, 2009, 306-307.

13 J. Dan, “The Religious Experience of the Merkavah”, en: A. GREEN, (Ed.), Jewish Spirituality, from Bible through the Middle Age (Papermarker, Nueva York, 1986) 294.

14 J.H. Laenen, La mística judía, una introducción, (Trotta, Madrid, 2006) 44-45.

15Para V.D. Arbel es cierta literatura religiosa de Oriente Medio la que explica el surgimiento de Siúr Qoma. Como ejemplo pone la descripción del dios Marduk en el Enuma Elish como una divinidad de forma humana, con enormes dimensiones, y con una esencia fogosa. Así por ejemplo, este dios tenía cuatro ojos y cuatro orejas capaces de percibir todo, y cuando sus labios se movían lanzaban fuego. Era el más alto de todos los dioses, su figura era insuperable. Además de Marduk, esta autora menciona a Ninurta, otro dios cuyo rostro era como el sol, y cada miembro de su cara como un dios determinado. Para más detalles: V.D. Arbel , Beholders of Divine Secrets, Mysticism and Myth in the Hekhalot and Merkavah Literature (State University of New York Press, New York, 2003) 123-125.

16 G. Scholem, Jewish Gnosticism, Merkabah Mysticism, and Talmudic Tradition (JTSA, New York, 1965) 66.

17 J. R. Davila, Hekhalot , 329.

18 J.R. Davila, Hekhalot, 88.

19 H. Schwartz, Tree of Souls, 126.

20 L. Ginzberg, The Legends, Vol I, 76; Vol V, 99.

21 D. Ruiz Bueno, (Ed.), Padres Apostólicos y Apologistas Griegos, (Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 2009), 269-302.

22 Libro cristiano de origen romano, con un claro uso del lenguaje alegórico y del siglo II, gozó de gran prestigio e influencia en la temprana Iglesia por padres como San Ireneo, Clemente Alejandrino, Orígenes, San Atanasio, entre otros. Contiene varios géneros literarios: visiones apocalípticas, mándatos, parábolas. Los temas que trata, entre otros, es la naturaleza de la Iglesia y su relación con Cristo, los mandamientos, el Espíritu de Dios, etc.

23 El Evangelio de Pedro es un evangelio conocido a partir de las referencias que de él hicieron Orígenes y Eusebio de Cesarea, y finalmente descubierto fragmentariamente en 1887 en la tumba de un monje egipcio. Fue probablemente compuesto hacia el siglo II utilizando entre otras fuentes los evangelios canónicos. Su carácter doceta hoy es puesto en duda. Presta una gran atención a los acontecimientos posteriores a la muerte de Jesús.

24 Colección de narraciones, de distintas procedencias, que cuentan las aventuras de Juan en su camino y estadia en Efeso y que intercalan motivos como la danza circular de la cruz como recordatorio de la última cena o el himno a Jesús. Aunque en su mayor parte es ortodoxo, también contiene elementos de teología doceta y gnóstica.

25 J.D. G. Dunn, The Theology of Paul the Apostle (William B. Eerdmans Publishing Company, Grand Rapids, 1998) 548-549.

26 El Espíritu en Pablo no es un concepto del todo definido, puede referirse a un ser independiente, al Espíritu de Dios y al Espíritu de Cristo (πνεῦμα Χριστοῦ), como bien lo expresa Rm 8, 9. J.D. G. Dunn, The Theology, 552-557.

27 J. R. LEVISON, “The Spirit and the Temple in Paul´s Letters to the Corinthians”, en: Paul and his Theology, (Brill, Leiden, 2006) 200-207.

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.