Jesús frente a Enoc-Metatrón: sumo sacerdotes del Altísimo

1. ¿Cómo salvar la distancia entre Dios y el hombre?

En un apócrifo judío llamado “El apocalipsis de Abraham” (ApAb) (I d.c.), cuando el héroe describe el Trono de Dios lo hace en términos impresionantes. Siguiendo a Ezequiel reseña a las cuatro hayyot (ApAb 18,3-6), al carro de ruedas de fuego y llenas de ojos (18,9-10), y a una luz inefable que envolvía a una multitud de fuego (18,10). Todo es espectacular y sobrecogedor. Sin embargo, nada se nos dice respecto a la apariencia de Dios. No sabemos cómo es Dios, sólo escuchamos su voz cuando se dirige a Abraham. ¿Cómo puede describir de manera tan sobrecogedora el Trono omitiendo cualquier referencia a la representación de Dios? ¿Cómo es éste? ¿Cuál es su imagen?

Al poner a Dios más allá de cualquier descripción física el autor del ApAb está salvando su trascendencia. Algo parecido sucede en Filón de Alejandría quien dice que Dios no tiene nada en común con “cosa alguna de las creadas”, y es que Éste está “más allá de todas ellas, a tal punto que aún el entendimiento más sutil y rápido se queda muy corto en la aprehensión de Él y reconoce su fracaso" (De Somniis 1, 184)1. El Evangelio de Juan, de manera sucinta, dice lo mismo cuando declara que nadie, jamás, ha visto a Dios, salvo el unigénito que lo ha dado a conocer (Jn 1,18). Algo parecido encontramos en la tradición sinóptica (Mt 11, 27/ Lc 10,22) y en la deuteropaulina (1Tm 6,16). En la literatura rabínica encontramos la conocida sentencia que se refiere a Dios como quien ve todo y no es visto (Hag. 5b, 32). En todos estos ejemplos, el común denominador es el reconocer que Dios es superior a todo lo que el hombre pueda decir o predicar de Él.

Este problema no es exclusivo de aquellos que acentuaban la trascendencia de Dios. También se presenta en las corrientes judías y cristianas que se atreven a describirlo físicamente. Y es que lo hacen de tal manera, que subrayan su sublimidad y santidad. Por ejemplo en el libro de las Similitudes (1Enoc), siguiendo a Daniel, se habla de Dios como el “Principio de días”, que habita en lo más alto de los cielos, cuya cabeza era blanca y pura como lana, y su vestidura simplemente indescriptible (1Enoc 71,10). La apariencia divina es tan sublime que hace que el protagonista caiga de bruces, su carne se disuelva, y su espíritu se trastorne (71,11). Es tan excepcional la imagen de Dios, que al final se termina subrayando la insalvable distancia entre Éste y el hombre. Y es que mal que mal sólo algunos contados héroes como Enoc, Abraham, Melquicedec, Jacob, Leví y Moisés, entre otros, pueden subir a los cielos y encontrarse frente a su presencia. Y más aún, de acuerdo a otras tradiciones, sólo al final de los tiempos el creyente podrá ver a Dios cara a cara (1Jn 3, 1-2; 1Cor 13, 12). Ahora bien, el problema que plantea la absoluta trascendencia de Dios es el siguiente. Si Dios está más allá de todo lo que el hombre puede imaginar, ¿cómo es posible comunicarse con Él? Si estas corrientes acentúan tanto la trascendencia divina, ¿cómo puede el hombre común y corriente plantear sus problemas a un Dios que apenas toca el orden de la creación? ¿Existe, acaso, algún puente que pueda de servir de intermediario entre la infinitud divina y la finitud humana? ¿Has mirado la importancia de la figura del intermediario, del patronazgo, en la cultura mediterránea?¿la necesidad de un patrón más poderoso que haga de intermediario en una sociedad estructurada en estratos? ¿No se ha convertido en eso el culto a lso santos y santos patrones intercesores?

Este problema no es menor porque constituye la experiencia religiosa más cotidiana de la mayoría de la gente. ¿A través de quién puedo acercarme al Absoluto para pedir consuelo, salud, o simplemente comprensión? ¿Ante quién puedo ofrecer mi acción de gracias o mi ofrenda para expresar mi reconocimiento ante el totalmente Otro?

Las creencias y valores respecto al templo resuelven esta distancia a través del sumo sacerdote (en el santuario de Jerusalén) que actuaba como bisagra que mediaba entre los misterios de la realidad divina y el pueblo. Esto significa que, por una parte, el sumo sacerdote era capaz de llevar al pueblo delante de Dios y, por otra, de llevar a Dios delante del pueblo. Sus vestidos, las liturgias que presidía, todo estaba envuelto en un misterio sagrado que deleitaba al pueblo y lo unía con la divinidad.

Como sabemos que el templo terreno tenía una contrapartida celestial vale la pena preguntarse por el rol que jugaba el sumo sacerdote en los cielos. Lo primero que tenemos que decir es que su papel como mediador entre el cielo y la tierra era fundamental. Ante los hombres y el Dios indescriptible se extiende la figura del sumo sacerdote celestial. Sin embargo, respecto a su identidad, nos encontramos con diversas aproximaciones. Para algunos, el sumo sacerdocio en los cielos está representado por algún ángel eminente como Rafael (Tob 3, 16; 12, 12.15), el Enviado (AsunMo 10,1-3), Miguel (2Enoc 9,7.17; Baruc 14,2), Yaoel (ApAbr), por mencionar algunos. Para otros grupos judíos, el sumo sacerdote en el templo celestial no es otro que algún héroe veterotestamentario remarcable, cuyo modelo por antonomasia es Moisés2, que ha subido a los cielos donde Dios lo ha ungido para presidir las funciones litúrgicas y mediadoras. Dentro de estos héroes transfigurados en los cielos destaca la figura de Enoc quien ha llegado a ser el Hijo del Hombre (1Enoc 71) o en el ángel Metatron (3Enoc). En el mundo cristiano la identidad del sumo sacerdote no tiene sombra de dudas: Jesucristo. Éste se ha convertido en la cara visible del Dios invisible. Sólo a través de Jesús el hombre puede acceder a lo divino. El de Jesús es un sumo-sacerdocio eminente.

Ahora bien, ¿qué pasaría si comparásemos el sumo sacerdocio de Jesús con el de Enoc, el héroe antediluviano que se convierte en los cielos en el Hijo del Hombre-Metatrón? Las semejanzas y las diferencias nos ayudarían a apreciar la originalidad y lo distintivo de cada tradición. A pesar de que ambos guardan paralelos importantes, que se pueden explicar por el contexto común a las creencias y valores del templo como lugar imaginado, las diferencias son también fundamentales para entender las distintas evoluciones cristianas y judías. Este es el objetivo del presente capítulo.

Comenzaremos reconociendo que en ambos ejemplos estamos frente a personajes paradigmáticos que representan la humanidad perfecta, esto es, la naturaleza adámica previa al pecado. Luego veremos cómo esta humanidad sin pecado se perfecciona cuando, trasladada por Dios a los cielos, es exaltada en sumo sacerdote. Por supuesto que para ser exaltados tienen que ascender a los cielos, y nosotros nos detendremos en las tradiciones que hablan sobre cómo Enoc y Jesús suben a las alturas. Las diferencias entre ambas ideologías serán muy ilustrativas. También estudiaremos cómo se describe el momento de la exaltación en ambos casos. Luego analizaremos un aspecto fundamental del sumo sacerdocio: sus vestidos. Como veremos, estos tienen mucha relación con las cualidades divinas que se predicarán de Enoc y Jesús. Cuando analicemos estas características divinas de ambos héroes tendremos que preguntarnos si la pre-existencia es una de ellas. Mal que mal, un ser pre-existente (o no creado) se configura como una segunda divinidad. Finalmente podremos plantearnos cómo el creyente se relacionaba con Enoc o Jesús. ¿Qué tipo de culto se practicaba? ¿Se les adoraba al modo de Dios? Estas dos preguntas son fundamentales para entender los procesos de configuración del cristianismo y el judaísmo, en los primeros siglos de nuestra era.

Las fuentes que manejaremos serán básicamente las siguientes. Respecto a Enoc, además del relato del Gn 5,21-24, consultaremos el Libro de los vigilantes (siglo II a.c.) y el Libro de las similitudes (siglo I d.c.) (ambos en el 1Enoc), e incluiremos fragmentos del 2Enoc (siglo I d.c.) y el más tardío 3Enoc. En el caso de Jesús nuestras fuentes se limitarán al Himno de los Filipenses (Flp. 2, 6- 11) y a la Carta a los Hebreos. La razón de por qué hemos elegido consultar a estas fuentes cristianas es principalmente porque responden a una muy temprana reflexión cristológica que tendrá una influencia fundamental en la teología posterior. Esto hace más interesante la comparación entre ambos sumos sacerdotes celestiales.

2. Enoc y Jesús, modelos de humanidad perfecta.

Comencemos llamando la atención sobre el primer concepto que es común en Jesús y Enoc. Ambos son personajes que en vida representan la humanidad perfecta y que suben a los cielos para estar al lado de Dios. De Enoc sabemos poco puesto que se trata de un personaje legendario que pertenece a la generación antediluviana. Al inicio del Libro de los vigilantes se le llama “el justo” (1Enoc 1,2), mientras que en el prefacio del 2Enoc se nos lo describe como un “varón sabio y gran artífice”, un hombre escogido entre todos los hombres de la tierra (2Enoc 16,6) para estar cerca de Dios. Además de estas características, sabemos que, de acuerdo al Gn 5,21-24, Enoc tenía sesenta y cinco años (o 165 según 2Enoc 1,1) cuando engendró a Matusalén, después de lo cual caminó con Dios trescientos años y engendró hijos e hijas (Gn 5,22). Esto es realmente relevante porque después de la expulsión de Adán del Edén, Dios no volvió a caminar con ningún hombre en la tierra. Esto no sólo significa que Enoc se presenta como un nuevo Adán, sino que Dios pudo haber caminado con él sólo en el cielo. ¡Por lo tanto Enoc viajaba a los cielos donde caminaba con Dios al modo de Adán en el paraíso! Sólo cuando tenía 365 años, relativamente joven en relación con los demás patriarcas antediluvianos, desapareció siendo llevado a los cielos para siempre donde es exaltado de forma definitiva.

De Jesús podemos decir mucho más, no sólo porque se trata de un personaje histórico, sino también porque las fuentes (canónicas, apócrifas, y gnósticas) son muy variadas. De acuerdo al himno de Filipenses, Jesús durante su vida humana “se humilló” y se “hizo obediente hasta la muerte” en la cruz (Flp 2,8). La referencia a la obediencia de Jesús lo caracteriza como el nuevo Adán (en contraposición de la desobediencia del primero), el prototipo ideal del hombre en relación con Dios. En Hebreos, Jesús no sólo es objeto de la fe de la comunidad al haber inaugurado, a través de su obediencia, la nueva alianza (Jer 31; Heb 12,1-2), sino que es ejemplo de fe por antonomasia (Heb 12,1-4). En efecto, el ejemplo de fe de Jesús se manifiesta en cómo éste, menospreciando la vergüenza, soportó la cruz (Heb 12,2) y la “hostilidad de los pecadores” (Heb 12,3).

Tanto Enoc como Jesús se presentan como imagen de humanidad perfecta, la misma que el pecado de Adán no pudo llevar a plenitud. Esta es la razón de por qué ambos ascienden a los cielos: el primero, durante su vida; el segundo, a consecuencia de su muerte ejemplar. El presentar a ambos como modelo de humanidad los convierte en ejemplos para los creyentes. Si la naturaleza humana no estuviese oscurecida por mi propia desobediencia, piensa el creyente, sería semejante al justo Enoc o Jesús. Esta es la imagen que Dios soñó para el hombre, la misma que quiere y exalta al trasladarlo a los cielos. Ahora bien, ¿cómo asciende a los cielos? ¿Qué es lo que encuentra en el camino? ¿Qué importancia tiene estos viajes celestiales?

3. Enoc y Jesús ascienden a los cielos.

Hemos llamado la atención sobre el hecho que Enoc y Jesús representan la humanidad adámica previa al pecado. Esto los convierte en modelos para el creyente que se siente pecador. Esta es la realidad que explica el por qué Dios los ha tomado consigo a los cielos para exaltarlos. También subrayamos que Enoc, a diferencia de Jesús, es tomado a los cielos mientras está vivo. En otras palabras, Enoc no experimentó nunca la muerte. El cómo se inicia el viaje celestial de Enoc y el cómo se desarrolla, varía de acuerdo con las fuentes. Así, por ejemplo, en el Libro de los vigilantes, éste, apremiado por elementos como las estrellas, los relámpagos y el viento (1Enoc 14,8), asciende a los cielos representado como un edificio dividido en tres partes al modo del templo de Jerusalén (1Enoc 14,9-21)3. En tradiciones posteriores, como en el 2Enoc, son dos ángeles de estatura descomunal y rostro como sol refulgente quienes invitan al héroe a ascender a los cielos, que son descritos a través de siete esferas cuya correspondencia con el templo de Jerusalén no es clara. Estas y otras tradiciones coinciden en que al final del camino, y en lo más alto del cosmos, el héroe se encuentra frente a la presencia divina que es representada de manera sublime.

Un aspecto importante en estos textos enóquicos es la descripción del cosmos y las revelaciones sobre la historia humana (sentido, pasado y futuro) que recibe el héroe en lo más alto del cielo. Ambos elementos ocupan el verdadero eje central de las creencias sustentadas por estos documentos.

El caso de Jesús es distinto. De acuerdo al himno de los Filipenses, es precisamente a consecuencia (dio ) de la obediencia hasta la muerte (Flp 2,9) que Dios lo levantó hacia lo más alto (yperyfwsen). Hebreos repite una y otra vez que es, precisamente, a través de su muerte expiatoria, como Jesús ha entrado en el santo de los santos celestial, más allá del velo santo (Heb 6, 19), donde está ahora ante Dios intercediendo a favor nuestro (Heb 9, 24). A diferencia de las tradiciones enóquicas, nada se nos dice respecto al viaje celestial de Jesús a las alturas. No hay descripciones, por ejemplo, de las esferas celestiales, del templo divino, o del Carro-trono. Por supuesto que esto no significa que no exista una temprana literatura cristiana que aborda el tema del viaje celestial de Jesús, como la Ascensión de Isaías4 , el Evangelio de María5, o las Odas de Salomón6. Sin embargo, nada de esto se aborda en la literatura canónica, como es el caso del himno de los Filipenses o la Carta a los Hebreos. Son relatos, en general, muy austeros en comparación con el corpus enóquico.

El aspecto más importante de estos documentos cristianos está en el creer en los efectos soteriológicos de la transformación de Jesús en los cielos, más que en el contenido de una determinada revelación sobre la estructura del cosmos o el sentido de la historia.

Pero sigamos adelante con la comparación que estamos haciendo entre Enoc y Jesús. Para los creyentes de una y otra tradición, su héroe ha ascendido a los cielos, y es aquí donde sucede lo más impresionante: serán transformados en sumos sacerdotes del templo celestial para interceder por ellos ante Dios.

4. Enoc y Jesús exaltados en los cielos.

Enoc y Jesús, modelos de humanidad, han ascendido a los cielos donde serán exaltados como sumo sacerdotes del templo celestial. Esta transformación los convierte en verdaderos intermediarios entre Dios y los hombres. En este punto tenemos que preguntarnos, ¿cómo sucede esta transformación? ¿Se describe de alguna manera? Comencemos con el caso de Enoc.

En los estadios más tempranos de la tradición enóquica (Libro de los vigilantes), más que hablar de la exaltación sumo sacerdotal del protagonista, se describe a éste entrando en el santo de los santos celestial para interceder por los ángeles caídos (1Enoc 14,15-16) al modo como el sumo sacerdote entraba en el santo de los santos del templo de Jerusalén para interceder por los pecados del pueblo en el Yom Kippur. Más tarde, en el 2Enoc, la misma función sacerdotal se explicita cuando el protagonista, mientras asciende a los cielos, se pregunta: “¿Quién soy yo, hombre mortal, para interceder por unos ángeles?” (2 Enoc 4, 7). Esta condición mortal, sin embargo, se verá transfigurada cuando el arcángel Miguel, además de vestirlo de nuevo, lo unja con un aceite de aspecto más resplandeciente que el de una gran luminaria, con un ungüento que parecía como rocío bienhechor y con un perfume como la mirra. En ese momento Enoc comprueba que se ha convertido en uno de los ángeles gloriosos de Dios (2 Enoc 9, 22-23). El culmen, sin embargo, de estas tradiciones la encontramos en la más tardía obra del 3Enoc. En este relato se describe la transformación del héroe en el ángel Metatrón, el príncipe de la presencia, un ángel de enormes proporciones7 llamado a atender al modo sumo sacerdotal el trono de gloria (3Enoc 15,1). Así, se nos cuenta como las carnes de Enoc se transformaron en llamas, sus tendones en fuego llameante, sus huesos en brasas ardientes, sus ojos en antorchas de fuego, sus cabellos en llamas ardientes, sus miembros en alas, y todo su cuerpo en fuego encendido (3Enoc 15, 1).

Ahora bien, para apreciar el paralelo entre la trasformación sumo sacerdotal de Enoc y Jesús, tenemos que tener en cuenta que ésta se complementa con el asumir la condición real. Enoc y Jesús no sólo se convierten en sumo sacerdotes, sino que también en reyes. La naturaleza real de Enoc tiene raíces muy antiguas que se retrotraen al siglo I en el Libro de las Similitudes (1Enoc 31,71)8, donde Enoc se convierte en el Hijo del Hombre, también un ser celestial impresionante (no ya en Metatrón), que se sienta en el trono de Dios para juzgar al mundo (1Enoc 62,5; 69,29). Más adelante, en 3Enoc 10,1-3, se afirma que Dios le hizo a Enoc-Metatrón un trono similar al trono de gloria y extendió sobre él una cortina de esplendor y brillante apariencia, semejante a la cortina del trono de la gloria, esto es al velo del templo.

Vamos ahora a la transformación sumo sacerdotal y real de Jesús para compararla con la de Enoc. La exaltación de Jesús, si bien presente en los textos, es descrita, de nuevo, de manera muy austera. En el himno a los Filipenses la exaltación de Cristo está relacionada con “el nombre” que recibió Jesús, elemento que estudiaremos con detalle en el siguiente apartado. Algo más se nos describe en la Carta a los Hebreos cuando se señala que Jesús se transforma en sumo sacerdote y rey cuando entra en el santo de los santos del templo celestial. Efectivamente, esta transformación se da en virtud del sacrificio de Jesús en la cruz (Heb 9, 12.25), después de lo cual, entra en el santo de los santos del templo celestial para oficiar el Yom Kippur definitivo (Heb 9, 3.13ss.23ss.) y para sentarse a la derecha de Dios (Heb 12, 2). Esto significa que Jesús se ha sentado en el trono de gracia (Heb 4, 16; 8,1-2), imagen de la gloria y el poder divino (Sal 99, 1.2.5; Sal 103, 19-21). El sentarse a la derecha de Dios implica el uso del Salmo real 110 para interpretar la resurrección como la transformación de Jesús quien ha sido entronizado y ungido sumo sacerdote9. De acuerdo a Hebreos, Jesús es el “sumo sacerdote que está sentado a la derecha del Dios de Majestad en los cielos; ministro del santuario y de la tienda verdadera, levantada no por hombres, sino por el Señor” (Heb 8, 1-2).

Ambas exaltaciones, la de Enoc y la de Jesús, guardan una similitud evidente. Ambos se convierten en los intermediarios celestiales entre los hombres y Dios. Hasta ahora, sin embargo, dos diferencias saltan a la vista. La primera dice relación a lo espectacular de la descripción que se hace de la transformación de Enoc frente a la austeridad denostada por la de Jesús. Pareciera ser como si desde el principio los cristianos tomasen distancia de los elementos visionarios propio de algunas tradiciones judías. El acento está puesto más en el “creer” en la experiencia de Cristo y en sus consecuencias soteriológicas, que en vivenciar realidades celestiales. Y es que desde un principio la tradición cristiana enfatiza la unicidad de la experiencia obediente de Jesús, de su muerte, ascensión y transformación en el templo celestial en contraposición a las experiencias de otros héroes veterotestamentarios (Enoc, Abraham, Moisés, Melquisedec, Sofonías, Jacob, etc.) o la de los visionarios de la temprana mística judía (mercabá) que ascendían a los cielos a contemplar el trono de Dios y a recibir revelaciones sobre la historia y la naturaleza del cosmos. Jesús es el único (nadie a excepción de Cristo) que ha subido a los cielos para ser transformado a través de su entronización real y unción sacerdotal. Un ejemplo paradigmático de esta dinámica la encontramos en Jn 3, 13, cuando se dice que “nadie ha subido al cielo si no es el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre”. En la misma línea, el cuarto evangelio enfatiza una y otra vez que, para el cristiano, la experiencia religiosa del creer es más importante que cualquier otra. Cualquier tipo de visión sobre el templo celestial, el trono de Dios, o los ángeles queda descartada. No es casualidad que en este mismo diálogo con Nicodemo, cuando Jesús se prepara para dar su testimonio sobre las cosas que ha visto (se entiende de las cosas de arriba) (Jn 3,12), comienza hablando sobre aquello que se ha de creer con respecto a su identidad (Jn 3, 13-21).Lo importante es que el cristiano se adhiera a la identidad mediadora de Jesús a través de hacer suya su historia, de la empatía emocional, del asentimiento racional…todas actitudes provenientes de experiencias religiosas ordinarias como pueden ser las liturgias, la proclamación del evangelio, etc. Jesús se ha convertido, para el creyente, en el salvador. Cualquier otra información sobre la estructura del cosmos o algunas revelaciones sobre la historia, parecen ser inconvenientes.

La segunda diferencia es que la exaltación de Enoc sucede cuando éste es arrebatado en vida a los cielos. La de Jesús, en cambio, es consecuencia de su muerte ejemplar en la cruz. La muerte de Jesús apela a una sentida tradición judía que veía en el martirio del justo10 y del profeta11 la causa de la expiación por los pecados del pueblo y la antesala a la resurrección12. De una manera profunda y original, la muerte en cruz de Jesús es interpretada a la luz de estas tradiciones y marca una manera única y nueva de relacionarse con el sumo sacerdote mediador entre Dios y el pueblo. Es una manera que deriva de experiencias religiosas cotidianas (como liturgias, proclamación del evangelio, sacramentos) que enfatizan la empatía, la emoción, y el asentimiento racional a la figura humana y divina de Jesús.

Ambas diferencias son importantes para entender cómo el creyente se relaciona con un sumo sacerdote o con otro. Como hemos dicho, la muerte vicaria del justo o mártir transformado en los cielos y constituido en salvador, lo dota de una cercanía y adhesión muy particular en relación al creyente. Ahora bien, para entender más profundamente el rol mediador que asumen Enoc y Jesús en sus respectivas tradiciones tenemos que considerar que su exaltación implica el asumir características que hasta entonces sólo se predicaban de Dios. En algún sentido la humanidad de ambos personajes se trasciende para compartir con Dios su naturaleza divina. Para adentrarnos más en este fenómeno tenemos que profundizar en dos aspectos muy importantes. Primero, los vestidos sumos sacerdotales que simbolizan las características divinas que asumen Enoc y Jesús. Segundo, averiguar hasta qué punto ambos personajes son pre-existentes. Continuemos, entonces, profundizando esta característica sumo sacerdotal de Enoc y Jesús que los convierte en seres celestiales sin parangón.

5. El nombre y los vestidos sumo sacerdotales.

Para que no nos perdamos en el hilo de la argumentación recordemos que estamos viendo las similitudes y diferencias de dos tradiciones que hablan de personas ejemplares que han sido transfiguradas en sumo sacerdotes en los cielos para interceder por los hombres ante Dios. Se trata de Enoc y Jesús, ambos prototipos de la humanidad adámica previa al pecado. La tradición enóquica enfatiza las descripciones del cosmos y las revelaciones concernientes a la historia humana; en cambio, la tradición cristiana desde el principio enfatizó la transformación de Jesús como consecuencia de su muerte ejemplar al modo del justo y profeta, haciendo de las consecuencias soteriológicas del acontecimiento el centro de la narración. Ahora bien, para entender esta transformación debemos acercarnos a las cualidades divinas que se predican de Enoc y Jesús. Estas tienen relación, aunque no siempre, con los vestidos sumo sacerdotales que visten. Profundicemos en esta dirección.

Una de las características más distintivas del sumo sacerdocio en el templo de Jerusalén era el alto contenido simbólico de sus vestidos. Como hemos visto más arriba, estos representaban, entre otras cosas, el orden de la creación13, la condición adámica14, la sabiduría divina15 y la gloria de Dios16. Y como ya sabemos, lo que es cierto en la tierra, lo es más en los cielos. Los vestidos de Enoc y de Jesús representan estas cualidades divinas sublimadas en los cielos.

Comencemos diciendo que así como el sumo sacerdote en el templo de Jerusalén llevaba, al modo de una corona, un turbante hecho de lino blanco y con una placa de oro donde se leía el nombre de Dios, Enoc-Metatrón es coronado en los cielos con una corona real-sacerdotal impresionante, hecha por el mismo Dios, donde estaba escrito el nombre divino (3Enoc 12,3-5). El portar el nombre de Dios no es un asunto trivial. Recordemos que en la antigüedad el nombre se relaciona con la identidad y la misión del portador. Enoc- Metatrón, como portador del nombre divino había sido transfigurado en un ser sólo un poco inferior a Dios (Ex 23, 21) (3Enoc 12,3-5). Esto explica por qué una vez coronado, Dios le llamó Yavé menor17.

Algo muy parecido sucede en el caso de Jesús donde, y de acuerdo con el himno de los Filipenses, una vez exaltado Dios le confiere “el nombre que es sobre todo nombre” (Flp 2,9). Al igual que Enoc-Metatrón, esta exaltación implica el reconocimiento divino. La Carta a los Hebreos, por su parte, también habla del “excelente nombre que recibió” Jesús en los cielos (Heb 1, 4) (Flp 2, 9; Ef 1, 20; 1 Pe 3, 22) y que tiene que ver con la aclamación de éste como “mi Hijo” (de Dios) (Heb 1, 5). En este sentido, y de acuerdo a Hebreos, el nombre que recibe Jesús no sólo lo hace sumo sacerdote en los cielos, sino también rey porque se está aludiendo al Salmo 2 donde, en el contexto de la coronación de los reyes de Israel, Dios le dice al rey: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (2,7). Jesús, portador del nombre divino, se ha convertido en Rey y Sumo Sacerdote, y en tal calidad se ha sentado a la derecha de Dios.

Pero hay mucho más que el turbante-corona en los vestidos del sumo sacerdote. En general, las vestiduras del sumo sacerdote están llenas de significado. Por ejemplo, en el caso de Enoc-Metatrón son prendas donde hay toda clase de luminarias, haciendo referencia a la creación. Además, son vestidos de gloria, hechos por Dios mismo (3Enoc 12,1). La referencia a la gloria divina para caracterizar el vestido sumo sacerdotal también está presente en el 2Enoc (9,20.23). Pero donde la exaltación llega a límites verdaderamente sorprendentes es en el caso de una tradición que se retrotrae al siglo I. Se trata de la transformación de Enoc en el Hijo del Hombre en el Libro de las Similitudes. Este Hijo del Hombre es un ser celestial de quien también se predican características divinas relacionadas con la gloria y sabiduría aunque independiente de los vestidos. Se dice que en él habita la sabiduría, el discernimiento, el entendimiento y el poder (1 Enoc 49, 3-4). Posee “la justicia divina, la mayor dignidad y conoce los tesoros ocultos” (1Enoc 46,3). Es la luz de los pueblos, la esperanza de los que sufren (1Enoc 48,4), y es como una fuente de sabiduría y gloria que no cesa (1Enoc 49,1). Y es que él es el Elegido (1 Enoc 39, 6; 40, 5; 45, 3. 4; 48, 6; 49, 2. 4; 51, 3. 5; 52, 6. 9; 53, 6; 55, 4; 61, 5. 8. 10; 62, 1), y el Justo (1 Enoc 38, 2; 47, 1.4; 53, 6).

En la carta a los Hebreos también se relaciona a Jesús con la creación cuando se nos dice que éste “ha sido constituido heredero de todo” (Heb 1, 2). Esta frase está aludiendo al Salmo real 2 en el que el Señor le dice al rey de Israel (su hijo) que le dará todas las naciones como herencia (Salmo 2, 8). Pero Jesús es mucho más que el soberano del universo, puesto que a continuación, se señala que “es a través del Hijo que Dios ha creado todo”, relacionando a Jesús con la sabiduría. Recordemos que en el A.T. la sabiduría es la mediadora de Dios en la creación (Prov 8, 22 -31; Sab 7, 22; 9, 2.9). Más adelante se agrega que el Hijo es el “resplandor de la gloria divina” (Heb 1, 3), haciendo referencia a la relación entre la sabiduría y la luz divina (Sab 7, 26). Por último se dirá que Jesús “sustenta todas las cosas con la palabra de su potencia”, de nuevo haciendo referencia a la sabiduría que tiene el poder sobre todas las cosas (Sab 7, 27) y cuyo poder se extiende de un extremo al otro (Sab 8, 1).

Todas estas afirmaciones son bien impresionantes porque implican una idea de Jesús muy cercana a la divinidad. No podía haber ningún ser celestial semejante a Jesús. Y es que la sabiduría, la soberanía, y la gloria son atributos de Dios. Algo, semejante, como hemos visto, a lo que se predica en la tradición enóquica respecto a Enoc transformado en Hijo del Hombre o Metatrón. El intermediario sumo sacerdotal es un ser del cual se pueden predicar características divinas. Hay, sin embargo, una diferencia entre la exaltación de Jesús y Enoc que aparece a primera vista sutil, pero que sin embargo al desarrollarse con el tiempo marcará una de las diferencias más fundamentales: la pre-existencia de ambos personajes.

6. La pre-existencia de Jesús y Enoc.

Enoc y Jesús han sido exaltados como mediadores entre Dios y los hombres, y en tal condición, además de ser prototipos de la verdadera humanidad, han asumido características divinas. Así se constituyen en verdaderas bisagras entre las realidades celestes y divinas. Pero hemos visto diferencias importantes entre ambas tradiciones: una vida humana que se pierde en el tiempo antediluviano (Enoc) y otra estrictamente histórica (Jesús); una tradición que enfatiza las descripciones esotéricas del cielo y las revelaciones (Enoc), y otra que subraya las consecuencias soteriológicas de la trasformación del protagonista para los creyentes (Jesús); un personaje que asciende en vida a los cielos (Enoc), y otro que asciende como consecuencia de una muerte ejemplar que emparenta con sentidas tradiciones sobre la muerte del justo y el profeta (Jesús). A continuación nos detendremos en la diferencia más importante entre ambos: la pre-existencia. La importancia de esta diferencia radica en la impronta divina de cada uno, y por ende, en la manera que tendrá el creyente de relacionarse con ellos.

En las tradiciones enóquicas más tempranas, como en el Libro de los vigilantes, el héroe sube a los cielos para interceder, al modo del sumo sacerdote, por los ángeles caídos. Este relato se extiende a través de una interesante descripción del cosmos y los confines de la tierra. Al final del relato nada se nos dice respecto al futuro de Enoc. ¿Volvió a la tierra? ¿Se quedó en los cielos? No sucede lo mismo cuando, de acuerdo al Libro de las Similitudes, una tradición posterior también contenida en el 1Enoc, el protagonista sube a los cielos y contempla la figura cuasi divina del Hijo del Hombre sentado en el trono de gloria. En un momento culmen de este relato un ángel prominente le saludó y le dijo: “Tú eres el Hijo del Hombre que naciste para la justicia; ella ha morado en ti y la justicia del "Principio de días" no te dejará” (1Enoc 71,14). En otras palabras, ¡Enoc es el Hijo del Hombre! ¡Enoc terreno y Enoc-Hijo del Hombre se encuentran cara a cara! Y es justamente aquí donde surge la pregunta: ¿cómo pudo Enoc haberse contemplado a sí mismo a la vez terreno y celestial? La idea de la contrapartida celestial necesariamente nos lleva a la creencia de la pre-existencia de ésta. El Hijo del Hombre ya existía antes de que Enoc subiese a los cielos y se convirtiese en este ser celestial superior. De hecho, en el mismo libro se nos dice que antes que se creara el sol, las constelaciones, y los astros del cielo, el nombre del Hijo del Hombre fue evocado delante de Dios (1Enoc 48,3). La idea de la pre-existencia de seres celestiales en relación a sus contrapartidas terrenas tiene, por lo tanto, claros asideros en el judaísmo18.

Desde esta perspectiva entendemos la pre-existencia de Jesús, el cual, de acuerdo al himno de los Filipenses, “existía en la forma de Dios” (Flp 2,6) antes de hacerse “semejante a los hombres”, “humillarse a sí mismo”, y hacerse “obediente hasta la muerte” en cruz (Flp 2,7). después de lo cual, como ya sabemos, Dios le exaltó a lo sumo concediéndole el “nombre que es sobre todo nombre” (Flp 2,8), esto es la identidad real y sumo sacerdotal. La dinámica pre-existencia, obediencia, exaltación, es la misma en Enoc-Hijo del Hombre y Jesús. Sin embargo, existen diferencias fundamentales.

En el caso de las tradiciones enóquicas posteriores al Libro de las similitudes (siglo I), específicamente en el 2Enoc y el 3Enoc, vemos que hay una clara tendencia a enfatizar, sin importar la impresionante exaltación sumo-sacerdotal, que el héroe es un ser creado que no hay que confundir con Dios. Por ejemplo, en el posterior 3Enoc encontramos la historia de un hombre llamado Ajer que subiendo a los cielos y aproximándose al trono de Metatrón lo confundió con Dios mismo y exclamó: “En verdad hay dos poderes divinos en el cielo”. Después de lo cual llegó un ángel honorable conocido como Anafiel quien procedió a dar 70 latigazos de fuego a Metatrón para demostrarle a Ajer que éste sigue siendo un subordinado de Dios (3Enoc 16) (ver también: bHag 15ª). Recordemos, además, que uno de los títulos más usados para describir a Metatrón es el del “Joven” precisamente porque es el más nuevo de entre los ángeles del cielo. A pesar de su exaltación, nunca ha dejado de ser el hijo de Jared, su padre terrenal (3Enoc 4,1-10). En otras palabras, las tradiciones enóquicas irán enfatizando que las características sumo-sacerdotales de Enoc fueron adquiridas sólo a partir de su exaltación. Lo que se quiere salvar es la absoluta trascendencia de un Único Dios.

No pasa lo mismo con las tradiciones cristianas quienes desde un principio son mucho más ambiguas respecto a la pre-existencia de Jesús. Y es que las características divinas de Jesús se explican más a través de las tradiciones sapienciales con sus descripciones cósmicas del Logos-sabiduría (Salm 33,6; Prov 8,7-30; Sab 9,1.9; 18,15; Eclo 24,9; 43,26). Esta tendencia se irá explicitando cada vez más hasta el Concilio de Nicea, cuando se reconozca formalmente la naturaleza increada de Jesús.

Esto puede significar sólo una cosa: el creyente se relaciona con Jesús al modo de una divinidad. Jesús se ha convertido en el rostro visible de Dios, siendo ambos de la misma naturaleza divina. Cuando el cristiano presenta sus oraciones, deseos y acciones de gracias a Jesús lo está haciendo al mismo Dios. Esto nunca lo podríamos decir de Enoc-Metatrón o Hijo del Hombre, quien en líneas fundamentales, respeta la unicidad de Dios o monoteísmo estricto. Hemos llegado así a la pregunta fundamental que más nos interesa: ¿cómo se adora en los cielos y en la tierra a Enoc o a Jesús? ¿Cómo el creyente implora, agradece, se postra delante de ellos?

7. Adoración de Enoc-Metatrón y de Jesús.

La verdadera importancia de la exaltación sumo sacerdotal de Enoc-Metatrón y de Jesús radica en la relación que estos establecen con los creyentes como mediadores ante Dios. Nos movemos en un terreno para nada fácil porque, de nuevo, las tradiciones que nos llegan son muy disimiles. Comencemos diciendo que las alusiones a Enoc-Metatrón siendo adorado en los cielos como resultado de la transformación sumo sacerdotal, son en realidad escasas y tardías. Un ejemplo lo encontramos en 3Enoc 4,9 donde se nos dice que los ángeles se postran delante de Enoc-Metatrón exclamando: “¡Dichoso tú y dichosos los que te engendraron, pues tu creador ha puesto en ti su complacencia!”19. Esta aclamación celestial tiene el atributo de reconocer en Metatrón a un ser creado. Incluso si admitimos de parte de los ángeles una adoración a Metatrón, ésta nunca será al modo de Dios. Enoc-Metatrón no es un ser divino al modo de Dios. Israel solo cree en un Dios omnipotente y creador. Esto a pesar de que más tarde, y de acuerdo con la misma fuente, se señale que todos los seres celestiales temen y tiemblan delante de Enoc-Metatrón (3Enoc 14).

No sucede lo mismo con Jesús, ante quien, desde el comienzo, toda rodilla en el cielo, en la tierra y bajo la tierra se dobla (Flp 2,10). Tanto el Himno de los Filipenses como la Carta a los Hebreos nos dicen lo mismo respecto a los ángeles, estos adoran a Jesús en los cielos (Heb 1,6).

Pero donde la diferencia se hace aún más patente es en la adoración terrena de Jesús y Enoc. Mientras que el cristianismo primitivo nace desde la experiencia misma de la adoración de Jesús como Señor (el mismo himno de los Fillipenses es un ejemplo temprano), no hay indicio alguno de sectas o grupos que se hayan juntado a adorar a Enoc-Metatrón. Es verdad que en el Libro de las Similitudes encontramos una referencia al Hijo del Hombre en relación a que todos los pueblos “caerán y se prosternarán” ante él (1Enoc 48, 5). Sin embargo, este no es el tono general de la obra. La misma historia que comentábamos más arriba sobre Ajer quien confunde a Metatrón con una segunda divinidad, y que conlleva a la flagelación del sumo sacerdote celestial, es una clara advertencia contra la herejía de los dos poderes en el cielo. Advertencia que también se encuentra en el Apocalipsis de Sofonías donde el héroe confunde al ángel Eremiel con Dios20 o en la literatura rabínica como en MekhY bahodesh (6)21, tHul (2,18)22 o en bHul 40a23 . Es cierto que la misma existencia de estos relatos y de otros que apuntan en la misma línea son indicios de una tendencia judía a reconocer y alabar una segunda divinidad24, pero en general, lo que predomina es una defensa férrea al monoteísmo entendido como la supremacía del único creador.

El creyente cristiano desde el principio se postró delante de Jesús reconociéndolo como su Señor. A Él le dirigió sus alabanzas, sus plegarias, sus problemas. Como sumo-sacerdote, Jesús era en verdad el rostro visible de Dios, siendo ambos de una misma naturaleza (aunque esto no se explicitará de este modo hasta el Concilio de Nicea). No sucedió lo mismo con Enoc-Hijo del Hombre-Metatrón. Él pudo haberse convertido en el ángel más importante de la jerarquía celestial, en el sumo sacerdote por antonomasia que mediaba entre los hombres y Dios, pero esto nunca menguo la unicidad del Dios de Israel. Las alabanzas, las plegarias, y los problemas se dirigían a Dios, Metatrón sólo era el intermediario.

8. Conclusiones.

La distancia entre Dios y el creyente hace que éste último eche mano a una figura mediadora que pudiera servir de bisagra entre las realidades celestes y terrenas. Bajo la decisiva influencia de las creencias y valores en relación al templo, el sumo sacerdote vino a llenar ese vacío. Pero no se trataría sólo del sumo sacerdote que oficiaba en el templo de Jerusalén, sino de una figura celestial de grandes proporciones que residiría en los cielos. Una figura a la que se le pueda ofrecer oraciones, compartir vivencias, desahogarse, pedir en momentos difíciles, dar gracias…en fin, todo lo que constituye una de las experiencias religiosas ordinarias más extendidas. En este capítulo hemos estudiado los ejemplos de Enoc y Jesús quienes han sido exaltados en los cielos para cumplir con tal excelsa misión.

Si bien el esquema de ambas historias es el mismo, las diferencias son fundamentales. Es verdad que ambos, Enoc y Jesús, representan hombres justos que han sido exaltados en los cielos. Ambos representan la humanidad adámica previa al pecado. Pero la historia del primero se pierde en el tiempo y las leyendas antidiluvianas, mientras que en el caso de Jesús es un personaje situado en un tiempo y problemática concreta. Y donde más se vislumbra este elemento, es en el hecho que Enoc asciende a los cielos en vida, mientras que Jesús lo hace como consecuencia de una vida obediente hasta la muerte en cruz. En ese sentido la tradición cristiana enlaza con ideas judías muy queridas por el pueblo, como era la muerte de los profetas y la muerte de los justos. Es por esto, quizás, que la Carta a los Hebreos enfatiza la eficacia de la intercesión de Jesús por nosotros delante de Dios (Heb 9,24). Jesús ha presentado un sacrificio definitivo (Heb 9, 9) y eficaz a través de su sangre (Heb 7, 27; 9, 25; 10, 11). ¿Pudieron estas ideas impactar afectivamente al creyente en su relación con este sumo sacerdote celestial? ¿Pudieron estas ideas formular una empatía entre los padecimientos del creyente y el sufrimiento del sumo sacerdote? Creemos que definitivamente esto fue así, y que esto reforzó el rol mediador de Jesús. Quizá no solo mediador sino ejemplar. El cristiano puede pedir a Diso directamente. El signo del Templo habla del fin de ese sistema intercesor…. Hebreos subraya el fin del sistema… Hay un paralelo entre las dos figuras pero ese paralelismo es especial

De ambos personajes, de Enoc (Hijo del Hombre-Metatrón) y de Jesús, se predican características divinas sorprendentes. Ambos son portadores del nombre divino, y comparten características exclusivas de Dios como una estrecha relación con la creación, la sabiduría y la justicia. De nuevo, el modelo de fondo surge desde el templo como lugar simbólico, especialmente de las vestiduras del sumo sacerdote. Sin embargo, las diferencias son fundamentales. La tradición enóquica se irá alejando cada vez más de cualquier idea que sugiera la pre-existencia del héroe y que amenace la unicidad de Dios. Enoc es un ser creado. Nada más. En cambio, ya desde las fuentes cristianas más tempranas, como el himno a los Filipenses o la Carta a los Hebreos, existe una ambigüedad respecto a la pre-existencia de Jesús. Ambigüedad que la reflexión cristiana posterior irá resolviendo en el sentido de una consustancialidad entre Dios y Jesús. Jesús es Dios. Nada menos.

Esta misma tendencia a la divinización o no de los personajes tiene un correlato con una experiencia religiosa ordinaria de gran importancia, la celebración litúrgica. La tradición enóquica irá subrayando cada vez más la imposibilidad de las alabanzas dirigidas a Enoc-Metatrón. Tanto es así, que al final, y probablemente en respuesta a los cristianos, definirán la famosa herejía de los “dos poderes en el cielo”. Sólo hay un Dios. El cristianismo, por el contrario, nace desde la experiencia de la alabanza y la postración ante Jesús como Señor y Dios. Y esta no es sólo una tendencia, es el corazón mismo del cristianismo. Es verdad, terminarán diciendo, sólo hay un Dios…y especificarán, en tres personas. Aunque para eso deberán pasar tres siglos y mudarse geográficamente.

1 Obras Completas de Filón de Alejandría, Vol.III, (Trad.José María Triviño), Acervo Cultural, Buenos Aires, 1976, p. 142.

2 La base de tales especulaciones se encuentra en la función sacerdotal que se le predica a Moisés en el Salmo 99, 6; su sangre levítica (Ex 2, 1-10); su ministerio de la palabra y visión de Dios (Ex 33, 12–34, 35; Nm 12, 7–8); y su servicio en el altar (Ex 24, 4-8). De acuerdo al Eclesiástico, Dios hizo a Moisés poderoso y temido por sus enemigos (Eclo 45, 2), y lo convirtió en sacerdote y mediador entre Dios y su pueblo (Eclo 45, 5). En la Asunción de Moisés (11.17), apócrifo escrito entre el siglo I y II, cuando Moisés se prepara para partir, Josué se preocupa porque el pueblo se ha quedado sin intercesor ante Dios y, por lo tanto, los amonitas pueden atacar y vencer a los israelitas. El personaje dice que los israelitas ya no tienen abogado que presente en favor suyo oraciones al Señor, como lo era Moisés, el gran mensajero, que a todas horas, día y noche, tenía sus rodillas fijas en la tierra, rezando y con la mirada puesta en quien gobierna el mundo entero con misericordia y justicia, recordándole la alianza de los padres y aplacando al Señor con el juramento. En este texto Moisés es presentado como el gran mensajero, esto es, como un gran ángel, quien a su vez tiene funciones sacerdotales por cuanto intercede todo el tiempo por los hombres delante de Dios. Según la misma obra (Asc.Mo 1, 14), el papel sacerdotal de intermediario de Moisés está establecido desde antes de la creación. También cabe señalar que algo parecido encontramos en las tradiciones samaritanas. Moisés juega el papel de intercesor en Memar Marqah 6, 3 donde se nos dice que cuando ascendió al monte Nebo fue coronado de luz y una gran cantidad de ángeles se reunieron para conocerlo. De hecho, mientras Moisés asciende por el Nebo mira en ocasiones al pueblo que queda atrás como una madre preocupada que ha dejado a sus hijos. Nuevamente se está apuntando al rol de intermediario de Moisés. Cuando entra en la nube los ángeles se alegran, mientras los israelitas se entristecen.

3 En primer lugar, Enoc contempla y atraviesa un muro que correspondería a la muralla exterior que protege los patios interiores del templo de Jerusalén. En los cielos este muro está construido con granizo (Is 30, 30; Job 38, 22; Ez 38, 22) y rodeado de lenguas de fuego (1 Enoc 14, 9). Enoc atraviesa esta primera muralla sin sufrir daños y contempla una mansión hecha de granizo y cuyos muros son como planchas de piedra (1 Enoc 14, 10); el piso es como la nieve (1 Enoc 14, 10; Job 38, 22); el techo de la casa lo tejen truenos y relámpagos; su cielo es de agua (1 Enoc 14, 11); la puerta, de fuego ardiente, que con sus llamaradas rodean el palacio (1Enoc 14, 12); el interior es caliente como un horno y frío como un nevero (1 Enoc 14, 13). Este edificio se corresponde con el Lugar Santo, tabernáculo, o Santuario en Jerusalén. Cuando Enoc entra en aquel palacio siente que el terror y los temblores se apoderan de él (1 Enoc14, 13) y cae rostro a tierra (1 Enoc 14, 14). Entonces el héroe ve que se abre otra puerta, y dentro del palacio aparece otro aún más magnífico en esplendor, gloria y majestad que el anterior (1Enoc 14,15-16). Enoc ha entrado, como el sumo sacerdote, en el santo de los santos del templo celestial. Este nuevo palacio está hecho todo de llamaradas de fuego (14, 15), en la parte superior resuenan truenos y relámpagos y sobre él no aparecen querubines de fuego como en 14,11. En este tercer palacio se encuentra, en un sitial elevado (Is 6, 1 y Ez 1, 26), el trono de Dios hecho como de cristal, cuyo contorno es de sol brillante (Ez 1, 16; Dn 7, 9) y en el cual hay una imagen como de querubín (1 Enoc 14, 18). De él emanan ríos ardientes que le impiden a Enoc contemplarlo con nitidez (Ex 38,20). Entonces, Enoc pasa de la visión del trono a la contemplación de la gran gloria, cuya túnica es más brillante que el sol y más resplandeciente que el granizo (1 Enoc 14,20) (Dn 7,9). Esto hace que ningún ángel ni ser carnal pueda entrar en esta casa ni mirarle a la cara (1 Enoc 14, 21). También nos dice que una gran hoguera le circunda lo que impide que nadie se le acerque. Está rodeado de multitud de ángeles en pie, pero Él no necesita consejo de nadie (1Enoc 14, 22). Los más santos de entre ellos no se separan de Dios ni siquiera de noche (1 Enoc 14, 23). Al final, Dios mismo llama a Enoc para que escuche sus palabras (1Enoc 14, 24) sin exigirle ningún tipo de purificación.

4 La Ascensión de Isaías contiene tres libros: El martirio de Isaías (1-5), el Testamento de Ezequías (3,14-4,18), y La visión de Isaías (6-11). Cada uno de estos libros datan de períodos distintos, desde el II o I a.c. (El martirio de Isaías) hasta el siglo I (La visión de Isaías), y se pusieron juntos en algún momento del siglo III o IV. En la visión de Isaías se describe cómo Jesús desciende del séptimo cielo para encarnarse y salvar al género humano (10). Viaja de incógnito y así va asumiendo la forma de los respectivos ángeles a partir del quinto cielo. Incluso en el reino de los demonios, esto es, en el firmamento y el aire, tendrá que asumir la forma de éstos. En el capítulo 11 se narra la historia de la encarnación y ascensión del Señor. Después de su resurrección al tercer día y tras permanecer un tiempo en la tierra, asciende a los cielos donde es adorado por los ángeles en cada esfera celestial, como también por Satán (11,23). Los ángeles se preguntan cómo pudo descender Jesús y ellos no lo percibieron, y sienten pesar y arrepentimiento (11,24). Llega al séptimo cielo y se sienta a la derecha del trono de la Gran Gloria (11,32).

5 En esta obra, probablemente escrita en Siria hacia el siglo II, encontramos el testimonio de la visión de María respecto a la ascensión de Jesús a los cielos. El camino se describe como una serie de encuentros con arcontes que obstaculizan su paso a través de preguntas y pretensiones incisivas. El ascenso del alma de Jesús presupone el retorno de ésta al lugar de donde ha venido. De ahí que las preguntas se refieran siempre al punto de origen y al de destino. Así, por ejemplo, en la página 15 el deseo se enfrenta al alma de Jesús: “Yo no te he visto bajar. Pero ahora te veo subir. Entonces, ¿por qué mientes si me perteneces?” El alma respondió y dijo: “Te he visto. Tú no me has visto ni tampoco me has conocido. Te serví como vestido y no me conociste”. Una vez dicho esto, se marchó alegrándose sobremanera (15,1-9). En este caso Jesús desautoriza al deseo que piensa que el alma humana tiene un origen terreno y, por lo tanto, le pertenece. Lo que afirma Jesús es que no hay que confundir el cuerpo con el alma, como lo hace el deseo. El primero es sólo como un vestido que el alma deja atrás cuando se apresta a volver al lugar de su origen. Hay, por lo tanto, una invitación a entender la verdadera naturaleza del mundo material como algo pasajero y transitorio. Otro ejemplo de un obstáculo que enfrenta el alma de Jesús en su ascensión es la ignorancia. Ésta se enfrenta al alma y le pregunta: “¿A dónde vas?”. La ignorancia desconoce el verdadero origen del alma y, por lo tanto, cuestiona el derecho de ésta a ascender. Entonces agrega: “En la maldad estás atada. Sí, estás atada. ¡No juzgues!” Lo que hace la ignorancia es reclamar el origen terrestre del alma y, en consecuencia, la propiedad sobre ella. Entonces, el alma de Jesús dijo: “¿Por qué me juzgas, si yo no he juzgado? He sido atada, aunque yo no he atado. No he sido conocida. Pero yo he conocido que todo se disolverá, tanto las cosas de la tierra como las del cielo” (15,10-16,1). Así, tenemos que el alma se desvincula del juzgar entendiéndose esta actividad como propia del mundo material. La misma ignorancia no hace otra cosa sino juzgar. En segundo lugar, el alma, a diferencia de la ignorancia, sí conoce su verdadero origen y se apresta a regresar allí. Además, conociendo su verdadero origen y destino, el alma de Jesús conoce también la verdad última de la realidad: el mundo material se va a disolver (15,21; 7,3-5).

6 Las Odas de Salomón es un conjunto de himnos y salmos, de difícil interpretación, provenientes de Siria y escritos hacia el siglo II. Si bien son de carácter cristiano, muchos de ellos pueden ser reelaboraciones de himnos judíos. En el himno 36 leemos como Jesús descansó en el Espíritu del Señor que lo elevó a lo alto, entonces, “me restableció sobre mis pies en la altura del Señor, ante su perfección y gloria, mientras que yo le alababa con la composición de sus cánticos. 3 Me engendró ante la faz del Señor y, puesto que yo era un hombre, fui llamado Luz Hijo de Dios”. Refiriéndose a la ascensión Jesús dice en 38,1 que “subió a la luz de la verdad como a una carroza y ésta lo condujo a la verdad”.

7 Su tamaño es lo que “mide el mundo a lo ancho y a lo largo”; con “setenta y dos alas, cada una como el contenido del mundo”; con “365.000 ojos”; y con todo el “esplendor, brillo, hermosura y belleza” que se encuentra en el universo (3 Enoc 9, 1-5).

8 El texto es un poco confuso porque a Enoc le es difícil reconocerse a sí mismo como Hijo del Hombre. Algunos autores señalan que esto es así porque 1Enoc 70-71 es una adición posterior. Es posible, pero esto no cambia el hecho de que en la redacción final del texto se identifique a Enoc con el Hijo del Hombre. Esto sucede cuando Dios le dice al héroe: “Tú eres el Hijo del Hombre que naciste para la justicia; ella ha morado en ti, y la justicia del ―Principio de días‖ no te dejará” (Dn 7, 13; Za 6, 12) (1 Enoc 71, 14).

9 Recordemos que este salmo describe, por una parte, la entronización (110, 1: “siéntate a mi derecha”) a través de la cual el rey davídico llega a ser “hijo de Dios” diciendo que éste lo ha “engendrado como rocío, desde el seno de la aurora” (Sal 110, 3). Por otra parte, Dios promete que este rey “será sacerdote para siempre a la manera de Melquisedec” (Sal 110 ,4). El rey tendría así una doble función: la real y la sacerdotal.

10 De acuerdo a Lc 23,47 cuando el centurión vio lo que había acontecido en la cruz exclamó glorificando a Dios: “Verdaderamente este hombre era justo” (dikaios). Este reconocimiento de Jesús como justo (y no como inocente como traducen algunas versiones) tiene que ver también con el Sal 31 (Lc 23,46) y con el Sal 22 y Sab 2,18 ( Lc 23, 34b-38). El que se haga mención de Jesús como justo en la pasión es importante porque se relaciona con su cualidad de mártir. De hecho, Lucas 22-23, a través de varios elementos literarios, presenta la pasión de Jesús como martirio. Primero, el conflicto que se manifiesta en la batalla que el mártir, y Dios de su parte, entabla contra sátanas y las tinieblas (Martirio de Isaías 4,11-12; Dn 3,25; 3Mac 6,18; Lc 22, 3.39-45. 53). Segundo, se enfatiza la inocencia del mártir (Dn 6,4-5; 3Mac 3,1-10; Lc 23,4. 14-15. 22). Tercero, el rol que juegan los espectadores generalmente haciendo burlas del mártir (Martirio de Isaías 5,1-11; 3Mac 5,24; Lc 23,35-39.48). Cuarto, la postura ejemplar y edificante del mártir, atestiguada en todo el relato de la pasión de Lucas. Para más detalles: “Jesus, the Merkavah, and Martyrdom in Early Christian Tradition”, Phillip B. Munoa, JBL, 121/ 2, 2002, p. 303-325.

11 En el primer siglo existía una colección de obras que se llamaba “La vida de los Profetas” en la que se los describía como obedientes testigos de los requerimientos de la Alianza divina y como mártires. En esta obra descubrimos las tradiciones que expresan la fidelidad y muerte de Isaías (1,1), Jeremías (2,1), Ezequiel (3,1-2), Miqueas (6,1-2), Amos (7,1-3), y Zacarías (21,1). En otro texto, “El martirio de Isaías”, también encontramos una descripción de la persecución y muerte del profeta. En este se nos dice que éste murió aserrado y rodeado de las burla de falsos profetas (5,1-7). Esto no quiere decir que en el tiempo de Jesús se entendiese que cada profeta muriese como un mártir. De hecho, la mayoría de los profetas en “La vida de los Profetas” muere pacíficamente. Sin embargo, es verdad que hay indicaciones que las tradiciones sobre la muerte violenta de algunos de los profetas se habían multiplicado

12 La tradición martiriológica judía apelaba a la esperanza de la resurrección de quienes morían obedientes a la Ley de Dios. Por ejemplo, los mártires en 2Mac expresan constantemente sus esperanzas en que Dios los vindicará a través de la resurrección (2Mac 7,9.11.14.23.36) o a través de alguna forma de vida después de la muerte (4Mac; Sab 1-5). Además, notemos que en dos ocasiones el autor de 4 Macabeos ocupa una terminología explícitamente sacrificial y cultual para describir la eficacia expiatoria de la muerte de los mártires. En la oración del obediente mártir Eleazar escuchamos: “se compasivo con tu pueblo, y has que nuestra condena sea suficiente por ellos. Haced que mi sangre sea por su purificación, y tomad mi vida a cambio de la de ellos” (4Mac 6,28-29). Después del martirio de nueve creyentes, el autor elabora un cuadro en términos culticos: “el tirano fue castigado y la tierra fue purificada; ellos fueron como rescate por el pecado de nuestra nación. Y a través de la sangre de estos devotos y sus muertes como sacrificio propiciatorio, la divina providencia preservó a Israel que previamente había castigado” (4Mac 17, 21-22). El autor utiliza dos veces el lenguaje de “purificación” para hablar de los resultados prácticos de la resistencia de los mártires (4Mac 1,11; 17,21), lo que significó la expulsión del invasor Antioco y sus guerreros. O tomemos de la tradición enóquica el 1Enoc 47,1-3 donde se habla que la sangre del Justo (o Inocente) y las plegarias de los justos provocarán que Dios reaccione en los cielos y se haga justicia en la tierra.

13 Eclo 50,5-10; Sab 18,24; Filón, Mos 2, 117-126. 133-135.143; Josefo, Ant 3, 180.183-187.

14 Eclo 50, 1. 49; Pseudo-Filón, Antigüedades Bíblicas, 26, 6.

15 Eclo 24 en paralelo con Eclo 58, 8-12

16 Eclo 50, 7b.11; 4 Q405 23 ii línea 9-10; 1 QSb 4, 22-28; 4 Q511 35; 4 QTLevid frag. 9; Pseudo-Filón, Antigüedades Bíblicas 28, 3; 26,13-15; Gk T. Levi 14, 1-3; T. Naph. 5; 4 QTLevi fragmento 9; Josefo Ant 3.185.

17 En el Seder Maase Bershit, así como en el manuscrito de Nueva York de las Hejalot Zutarti encontramos que en el episodio de la zarza ardiente (Ex 3,14), cuando a Moisés le es revelado el nombre divino, este se identifica con el nombre del Joven, título que se refiere a Metatrón: “Y Metatrón, el gran príncipe del Señor, el príncipe de los ejércitos del Señor, se le reveló diciendo:¡ Moisés, Moisés!”‖ (341b). El poseer el Nombre divino hace de Enoc-Metatron-el Joven el intermediario entre las alabanzas del pueblo y Dios.

18 En la Escalera de Jacob encontramos otro ejemplo de una contrapartida celestial de un héroe veterotestamentario. La imagen de Jacob, grabada en el Trono de Gloria, es el doble celestial de este personaje terreno y ya existía antes de que éste naciese. Esta tradición no solo está presente en esta obra apócrifa eslava, también la encontramos en el Targum Neofiti y en el Targum Pseudo-Jonatan al Génesis.

19 Notemos que de acuerdo al apócrifo “la Vida de Adán y Eva”, una vez que Dios ha creado a Adán, los ángeles se rehúsan adorarlo, desencadenando la rebelión angelical. Con este texto del 3Enoc se está revirtiendo esta dinámica: Enoc-Metatrón (el Joven) aparece como el nuevo Adán, y esta vez sí, los ángeles le adoran.

20 En este textos se nos dice que Sofonías se puso en pie y vio un gran ángel cuyo rostro resplandecía como los rayos del sol en su gloria: “estaba ceñido como si llevara un cinturón de oro sobre su pecho; y sus pies eran como el bronce que se estaba fundiendo en el fuego” (6, 11-12). De más está decir que este ángel se identifica con el rostro y con la gloria divina, lo mismo que Metatrón. Sus rasgos sumo sacerdotales también sobresalen en ambos. Sofonías también lo confunde con Dios: “Cuando lo vi, me alegré, pues pensaba que el Señor todopoderoso había venido a visitarme. Caí sobre mi rostro y lo adoré”. Entonces, este ángel le advirtió: “Pon tu atención en él; no me adores a mí. Yo no soy el Señor todopoderoso, sino que soy el gran ángel Eremiel que está sobre el abismo y los infiernos, aquel en cuya mano todas las almas están retenidas desde la terminación del diluvio que sobrevino a la tierra hasta el día de hoy” (6,13-15).

21 En MekhY bahodesh 6 se prohíbe cualquier imagen (o adoración) de los cuerpos celestiales como el Sol, la Luna, las estrellas, o los planetas ( Dt 4,19). Entonces se plantea la cuestión de los ángeles: ¿puede uno hacer alguna imagen de los ángeles, los querubines, o los offannim? La respuesta es contundente: “Las escrituras dicen: “De nada de lo que está en los cielos” (Ex 20,4), debemos concluir que uno no deber hacer imagen de ninguno de ellos”. Para más detalles: Peter Schäfer, The Jewish Jesus, Princeton University Press, Princeton, 2012, p. 188-196.

22 La Tosefta específica que quien “degüella a un animal como sacrificio al sol, la luna, los planetas, Miguel, el Gran Príncipe del ejército, o a un pequeño gusano, esta es carne de sacrificio de muertos” (tHul2,18). Para más detalles: Peter Schafer, The Jewish Jesus, p. 188-196.

23 En el Baraitha del Bavli se declaran como de los muertos los sacrificios ofrecidos a “las montañas, montes, mares, ríos, desiertos, el sol, la luna, las estrellas, los planetas, Miguel, el Gran Príncipe, o a un gusano pequeño”. Para más detalles: Peter Schafer, The Jewish Jesus, p. 188-196.

24 Por ejemplo, en la versión etíope del libro de los Jubileos (40,7), y siguiendo a Gn 41,42-43, se nos dice que cuando José conduce el carro del Faraón, la gente lo aclama diciendo “el wa abirer” que es una corrupción del original hebreo “dios, dios, el altísimo de Dios”. Algo similar vemos en la novela José y Asenet donde José, el altísimo de Dios (3,4; 4,7; 18,lss.; 21,21), es introducido en la historia conduciendo el carro glorioso mientras las personas se postran a su paso (5,1-7, cf. Gen 41,43). En la versión larga de la misma obra los hermanos de José se postran delante de él y de su nueva esposa (22,5), quien, a su vez, se postra delante de Jacob a quien reconoce como dios (22,3. 8). Por último, y siguiendo con José y Asenet, el faraón se postra delante de Leví y lo bendice (29,6).

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.