El sacrificio de Jesús en el contexto del Yom Kippur

Lo distintivo del sumo sacerdocio de Jesús se encuentra en su sacrificio en la cruz previo a su resurrección-transformación en los cielos. Esto es lo que hace de Jesús un sumo sacerdote y rey superior a cualquier otro ángel o héroe que sustente dichos títulos. Este sacrificio es lo que, en definitiva, sustenta la superioridad y unicidad de la nueva alianza. Ya en Heb 1, 2-4 se hablaba del “sacrificio expiatorio” de Jesús “por nuestros pecados” antes de sentarse a la derecha de Dios. Más adelante, y con otras palabras, se nos dice que Jesús “sufrió la cruz, despreció la humillación y se sentó a la derecha del trono de Dios” (Heb 12, 2). Lo que se nos repite una y otra vez es que, a través de su muerte expiatoria, Jesús ha entrado en el santo de los santos celestial, más allá del velo santo (Heb 6, 19), “donde está ahora ante Dios en favor nuestro” (Heb 9, 24). Jesús es transformado en sumo sacerdote una vez que ha obedecido la voluntad del Padre hasta el sacrificio final, y a partir de su resurrección, que corre a la par de su reconocimiento como Hijo (Heb 1, 5; 5, 5-6).

El argumento a través del cual el autor de Hebreos quiere animar a su comunidad dice que el sumo sacerdocio de Jesús está ligado con su sacrificio (Heb 7, 27; 9, 25; 10, 11) que, a diferencia de los repetitivos sacrificios levíticos (Heb 9, 9), establece la adecuada relación con Dios de una vez y para siempre. Jesús ha inaugurado una nueva alianza y la consumación de los siglos. Es aquí donde descansa una de las originalidades teológicas más sorprendentes de la homilía.

Ahora bien, para entender de verdad el significado del sacrificio de Jesús, de acuerdo al autor de Hebreos, tenemos que contextualizarlo en relación a una de las fiestas religiosas más importantes del judaísmo de la época, el Yom Kippur. Esta fiesta religiosa ocupa un lugar significativo en la sección central de la homilía (Heb 8, 1-10,18). Ahora bien, ¿en qué consistía esta fiesta? ¿Por qué es tan importante para entender el corazón del argumento de la Carta? ¿Conoce el autor los detalles y significados del Yom Kippur? ¿Por qué se toma libertades tan significativas al momento de describir esta fiesta? Éstas y otras preguntas nos ocuparán en este capítulo. A través de ellas descubriremos por qué el sumo sacerdocio de Jesús sustenta una alianza superior a la mosaica, y que animaría a perseverar, en definitiva, a la desalentada comunidad cristiana de Roma.

1. Conociendo el Yom Kippur

Comencemos mencionando las festividades que configuraban el tiempo sagrado en el judaísmo del tiempo de Jesús: el Sabbath (aunque de manera estricta no era un festival); las tres peregrinaciones, Passover, Shavuot, Sukkot y, en algunos aspectos también considerado una fiesta, el Shemini Azret; el primer día del mes lunar o Rosh Hodesh; el año nuevo o Rosh Ha-Shanah y el Día de la expiación o Yom Kippur.

Éste último se celebraba una vez al año para conmemorar el día en que se perdonaban al pueblo de Israel todas las faltas, incluso las involuntarias, que hubieran cometido durante ese período. En el Yom Kippur Dios perdona los pecados que el hombre comete contra Él; pero los pecados contra el prójimo han de ser perdonados por los ofendidos, por eso, es característico que en estos días los judíos visiten a amigos y familiares para pedirse perdón unos a otros1.

El Yom Kippur era, por lo tanto, un día de aflicción y de arrepentimiento, cuya principal característica consistía en el ayuno desde la puesta del sol del día anterior hasta la puesta de sol del día siguiente. Esta abstinencia era tan relevante que sólo podía romperse por razones de enfermedad grave. Junto con el ayuno, esta fiesta se caracterizaba por el reposo, la prohibición de realizar cualquier tipo de trabajo, como si fuese un sábado2. En Lv 23, 27-32 se escucha la voz de Dios hablando del ayuno y del reposo en el Yom Kippur en los siguientes términos: “No haréis en ese día ningún trabajo, pues es el día de la Expiación, en el que se ha de hacer la expiación por vosotros delante de Yavé, vuestro Dios. El que no ayune ese día será exterminado de entre su pueblo. Al que haga en tal día un trabajo cualquiera, yo lo haré perecer de en medio de su pueblo. No haréis, pues, trabajo alguno. Es decreto perpetuo, de generación en generación, dondequiera que habitéis. Será para vosotros día de descanso completo y ayunaréis; el día nueve del mes, por la tarde, de tarde a tarde, guardaréis descanso”. Ahora bien, no sólo el trabajo o el compartir la comida estaban prohibidos, sino también lo estaban el regocijarse sin medida, celebrar matrimonios y danzar con música que pudiese desinhibir los deseos.

La contrición, el ayuno y el descanso constituían el contexto o marco general de una celebración que transcurría principalmente en el templo de Jerusalén y que tenía como actor principal al sumo sacerdote. Aunque el modo de celebrar el Yom Kippur en el templo evolucionó a través de la historia de Israel y, por lo tanto, es difícil determinarlo con exactitud, hay algunas características que podemos vislumbrar con claridad. Mencionaremos dos que son fundamentales para entender la particularidad del Yom Kippur en la Carta a los Hebreos. La primera característica tiene que ver con los sacrificios que se celebran durante este día para purificar los lugares santos y el expiar por los pecados. La segunda se relaciona con el hecho de que éste es el único día en el que el sumo sacerdote entra en el santo de los santos, para luego, al salir, proclamar el nombre de Dios. Vamos, entonces, a detenernos en ambas características.

a) Los sacrificios de los toros y cabritos en el Yom Kippur

En el Yom Kippur se realizaba un número considerable de sacrificios para purificar al templo y al pueblo de Israel. La descripción de los sacrificios que el sumo sacerdote debía ofrecer en el templo se encuentra detallada en Lv 16, y consistía en el sacrificio de un toro -que expiaba los pecados de los sacerdotes- y de un macho cabrío -que “purificará (o expiará) el santuario de las inmundicias de los hijos de Israel, de sus rebeliones y de todos sus pecados” (Lv 16, 16). Pero los sacrificios no se detenían allí.

Existía un segundo macho cabrío que era ofrecido a Azazel, no en sacrificio, sino como enviado a la tierra inhabitada donde “llevará todas las iniquidades de ellos” (los israelitas). ¿En qué consistía este sacrificio tan particular?

Ya hablaremos del segundo cabrito, ahora vamos a detenernos en el primero. Como hemos dicho, éste se sacrificaba como ofrecimiento a Dios para la purificación o expiación del templo de todas las impurezas y pecados del pueblo de Israel (Lv 16,19) 3. Lo expiatorio o purificatorio del sacrificio se daba cuando el sumo sacerdote tomaba la sangre del cabrito sacrificado y la llevaba dentro del santo de los santos, para ofrecerla sobre el Arca de la Alianza (el trono de Dios), y luego la sacaba para untar y rociar alrededor del “tabernáculo del testimonio y el altar” (Lv 16, 20).

Ahora bien, recordemos que el templo es un reflejo vivo del cosmos. Es probable, por lo tanto, que lo que el sumo sacerdote estuviese haciendo consistía en restaurar o purificar el orden cósmico previniendo la acción de los poderes del mal. Ejemplo de esta armonía fundamental y necesaria para limitar las fuerzas del caos la encontramos en varias lecturas de la Biblia: Job 38,8-10; Jr 5, 22; 4,23; Sal 104, 9; Is 24, 5. En el contexto expiatorio la sangre significaba la vida ( Lv 17, 11 ) y ésta servía para expiar ( kpr) por el pueblo. Yom Kippur era el ritual de la restauración y la sanación.

Con respecto al segundo cabrito, el sumo sacerdote imponía sus manos sobre su cabeza transfiriendo los pecados de Israel, y, en vez de matarlo, se enviaba al páramo a Azazel . De acuerdo a Lv 16,21: “Y pondrá Aarón ambas manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, y todas sus rebeliones, y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto”. Imponer las manos sobre la cabeza implicaba un exorcismo, el que, sin embargo, no era suficiente para remover el mal. De allí que se enviase al cabrito al desierto donde habitaban los malos espíritus y donde no podría hacerle mal a nadie.

Ahora bien, ¿a quién se refiere el texto con Azazel? ¿Es éste un lugar o un personaje? La identidad de Azazel no es clara. De acuerdo al Talmud este nombre se puede referir a un lugar rocoso o a un ángel caído que ha expiado por sus pecados: “Nuestros rabís enseñaron: Azazel…debe ser un duro y áspero…Otro enseñó: Azazel es la más dura de las montañas…Sólo uno de los rabís tiene una visión diferente; él dijo que Azazel era un ángel caído y no el nombre de un lugar: la escuela de Rabí Ismael enseñó: Azazel significa el que obtiene la expiación por los hechos de Uza y Aza´el” (b.Yoma 67b).

b) El sumo sacerdote proclama el nombre de Dios al salir del santo de los santos

La segunda característica fundamental del día del Yom Kippur se relaciona con la facultad del sumo sacerdote para entrar ese día en el santo de los santos del templo, para luego salir de allí y proclamar el verdadero nombre de Dios, frente a lo cual la gente se postraba en un profundo gesto de sobrecogimiento. Varias eran las ocasiones durante la fiesta en la que se proclamaba el nombre de Dios, pero la más impresionante era ésta. Ya hemos visto como el Eclo 50, 6ss describe cuando el sumo sacerdote sale del santo de los santos de manera majestuosa, como “el lucero del alba en medio de nubes”. Filón de Alejandría dice lo mismo cuando afirma que el sumo sacerdote llevaba un plato de oro mostrando un nombre que solo el puro podía pronunciar: el nombre de cuatro letras (YHWH). De igual forma en la Carta de Aristeas leemos que el sumo sacerdote llevaba el nombre de Dios en letras hechas de oro en la diadema santificada. Así, en el Yom Kippur, tanto el templo como el sumo sacerdote representaban una realidad celestial de un profundo contenido teológico. El sumo sacerdote simbolizaba a Dios en el momento en que llevaba en su frente el nombre divino que pronunciaba luego de purificar el templo –cosmos, donde el cielo y la tierra, el tiempo y la eternidad se encontraban4.

Para terminar, reconozcamos que las fuentes judías no siempre concuerdan al momento de describir el Yom Kippur. Sólo por mencionar algunos ejemplos, de acuerdo a Lv 16, 16 en el Yom Kippur se sacrificaba un toro -que expiaba los pecados de los sacerdotes- , luego un primer macho cabrío -que purificaba “el santuario de las inmundicias de los hijos de Israel, de sus rebeliones y de todos sus pecados” (Lv 16, 16); y finalmente un segundo macho cabrío que llevaba “todas las iniquidades de” los israelitas “a tierra inhabitada” para ser ofrecido a Azazel. Otra fuente, posterior y que no concuerda con las prescripciones del Lv, es la Mishnah. De acuerdo a ésta: “Todos los cabritos expían por la impureza del templo…por la impureza que ha recaído sobre el templo y su santuario a través de las acciones disipadas, se hace la expiación por el cabrito cuya sangre se esparce por el santo de los santos y por el Día de la expiación” (Shevu. 1, 4–7).

También había discordancia al momento de definir la fecha de su celebración5, o las actividades que se permitían realizar durante ese día, etc. Como veremos, esta disparidad de versiones e interpretaciones también se vislumbra en la homilía que nos atañe.

Habernos introducido en el alto contenido simbólico del Yom Kippur nos permitirá no sólo explicar la preeminencia del sumo sacerdocio de Jesús y de la nueva alianza inaugurada por él, sino que también nos permitirá reconocer los elementos distintivos que hacen de la Carta a los Hebreos un documento tan original.

Efectivamente, al igual que el sumo sacerdote que entra en el santo de los santos del templo de Jerusalén para rociar con la sangre sacrificada algunos lugares; Jesús, en virtud de su propia sangre ofrecida, entra en el templo celestial (Heb 9,13ss.23ss), y se dirige hacia el santo de los santos (Heb 9, 3) para sentarse a la derecha de Dios (Heb 4, 16; 8,1; 12, 2). Veamos con más detalles estos elementos.

2. Jesús preside el Yom Kippur definitivo

No es posible entender la superioridad del sumo sacerdocio de Jesús, y por ende de la nueva alianza inaugurada por él, si prescindimos del contexto litúrgico que la explica. Como ya lo sabemos, éste es el Yom Kippur. En la siguiente sección destacaremos dos motivos, propios de esta celebración, que encontramos en la homilía.

El primero es la entrada de Jesús en el santo de los santos celestial, tal y como el sumo sacerdote entraba en el santo de los santos del templo de Jerusalén para presidir el Día de la Expiación. Como siempre tendremos que preguntarnos si este motivo es realmente original de Hebreos. ¿Encontramos en otros textos a personajes presidiendo el Yom Kippur en los cielos? De ser así, ¿qué es lo propiamente distintivo de esta celebración presidida por Jesús?

El segundo motivo es la sangre ofrecida por Jesús y que reemplaza a la sangre del primer cabrito sacrificado que el sumo sacerdote rociaba en algunos lugares del templo. ¿Qué consecuencias tiene que Jesús haya ofrecido su sangre para la expiación de los pecados de los hombres? ¿Qué relación tiene este acontecimiento con la superioridad de la nueva alianza? Vamos al análisis del primer motivo.

a) Jesús, sumo sacerdote, entra en el santo de los santos

Jesús, en virtud de su sacrificio, entra en el santo de los santos del templo celestial para oficiar el Yom Kippur definitivo (Heb 9, 3.13ss.23ss.). Esto quiere decir que el sumo sacerdocio de éste último es a todas vistas superior al de Jerusalén porque se realiza en el templo celestial, el cual, como ya sabemos, es “un santuario más noble y más perfecto, no hecho por hombres; es decir, que no es algo creado” por sus manos (Heb 9, 11). Además, a diferencia de la antigua alianza, en la que el sumo sacerdote tenía que entrar en el santo de los santos de Jerusalén una vez al año (Heb 9, 7), Jesús entra de una vez para siempre en el santo de los santos verdadero y eterno, en los cielos (Heb 9, 12). Y es que los sacrificios de los sacerdotes levíticos son sólo un opaco reflejo de las realidades celestiales (Heb 10, 1ss.), que Jesús, protagonista de la nueva alianza, nos muestra. Ambos pertenecen a tiempos distintos en el plan de salvación de Dios.

Ahora bien, fijémonos que lo original de la perspectiva de Hebreos no es tanto el oficiar en el santo de los santos celestial, sino el hecho de que el sacrificio de Jesús en la cruz (Heb 9, 12.25) es lo que posibilita su ascensión y entrada al verdadero santuario en los cielos. El entrar en el santuario (Heb 9, 12: eis tá ágia aiwvían) se entiende como un acontecimiento único (efápaks), que no tiene parangón, que es consecuencia de su sacrificio en la cruz, y que inaugura los acontecimientos escatológicos que se avecinan (Heb 9,28).

Pero veamos con más detalle el argumento que acabamos de exponer. Se ha señalado que el hecho de que Jesús, como sumo sacerdote, celebre el Yom Kippur en los cielos no es un motivo del todo original. Si atendemos a la literatura apócrifa de la época hallamos varios ejemplos de seres prominentes que celebraron, al igual que Jesús, el Yom Kippur en el templo celestial.

Uno de estos ejemplos lo encontramos en la Asunción de Moisés, obra de origen judío, escrita probablemente en el siglo I, en la que Moisés antes de morir exhorta a Josué, su sucesor, y predice el futuro del pueblo de Israel. En 10, 1-3 (expansión de Dt 32, 43), se habla de un Ángel prominente ungido como sumo sacerdote que expía (al modo del Yom Kippur) en los cielos para luego traer el juicio y establecer el reino de Dios. Como vemos, la dinámica es muy parecida a la que encontramos en Hebreos donde vemos cómo Jesús expía de una vez y para siempre, preparando así su segunda manifestación “a todos aquellos que lo esperan como a su salvador” (la propia comunidad en Roma) (Heb 9,28).

El texto apócrifo en cuestión dice lo siguiente: “Entonces se manifestará su reino (de Dios) sobre toda su creación, entonces el diablo tendrá su fin y la tristeza se alejará con él. Entonces será investido el Enviado (se refiere a la unción sumo sacerdotal), que en lo más alto se encuentra establecido, y al punto los vengará de sus enemigos. Pues [se levanta] rá el Celeste de su trono real y saldrá de su santa morada (el santo de los santos) inflamado de cólera en favor de sus hijos”6.

Otro ejemplo de este tipo lo encontramos en el ángel Metatrón quien, siguiendo la lectura de Números Rabá 12, 12, oficia por los hijos de Israel en los cielos: “Rabí Simón explicó: cuando el Santo, bendito sea, le ordenó a Israel levantar el tabernáculo, le indicó a los ángeles que le servían que hiciesen lo mismo, y cuando el primero fue erigido abajo, el otro fue erigido en lo alto. Éste último fue el Tabernáculo del Joven cuyo nombre era Metatrón, y desde entonces éste ofrece las almas de los justos como un sacrificio expiatorio por Israel en los días de su exilio”. Hasta aquí no encontramos ningún motivo realmente original en el argumento de la homilía. Jesús, como Metatrón o el Enviado, expía por los pecados de Israel desencadenando la parusía. Pero sigamos adelante recordando una de las consecuencias más importantes de la entrada de Jesús en el templo celestial.

Cuando Jesús entra en el santo de los santos del templo celestial se transforma en un ser superior (sumo sacerdote y rey). Como vimos en el capítulo anterior, esta transformación se refleja en el acto de sentarse a la derecha de Dios (Heb 12, 2), en el trono de gracia (Heb 4, 16; 8,1), que es la imagen de la gloria y el poder divino (Sal 99, 1.2.5; Sal 103, 19-21). En general, en Hebreos Jesús es proclamado Hijo (Heb 1, 1-5) y sumo sacerdote, sentado a la “derecha del Dios de Majestad en los cielos” (Heb 8, 1-2). En el capítulo anterior revisamos el ejemplo de Enoc, quien se transforma en el sumo sacerdote Metatrón en el 3Enoc, y el ejemplo de Yaoel, el ángel-sumo sacerdote, que guía a Abraham en su viaje celestial. En el mismo capítulo revisamos la transformación de Moisés, en el Exagogue, y el de Enoc-Hijo del Hombre, en las Similitudes, a través de la entronización, como similares a la experimentada por Jesús en Hebreos. Y es que no hay nada sorprendente en ello puesto que la transformación del héroe en el santo de los santos celestial se encuentra, de una manera u otra, en todas las teologías del templo.

Podríamos también mencionar un último ejemplo tomado del 2Enoc, cuando el protagonista, delante de la presencia de Dios, es convertido en un ángel al mismo tiempo que es ungido sacerdote por el Arcángel Miguel: “Miguel…me ungió y me vistió (on menja pomazal i obljok menja). El aceite aquel tenía un aspecto más resplandeciente que el de una gran luminaria, su ungüento (parecía) como rocío bienhechor y su perfume era como la mirra, resplandeciendo como los rayos del sol. Y me miré a mí mismo y (comprobé que) era como uno de sus gloriosos (ja zhe ogljadel vsego sebja: stal ja, kak odin iz slavnyh), sin que pudiera notar diferencia alguna en el aspecto” (2 Enoc 9, 22-23)7.

La transformación de Jesús, una vez que entra en el santo de los santos, no es el argumento original de la homilía. Pero, e insisto, sí lo es el hecho de que ésta aconteciese a partir del sacrificio de Jesús en la cruz, un acto cuya eficiencia es de una vez y para siempre. En otras palabras, la verdadera transformación de Jesús ocurre cuando éste ha entrado en el santo de los santos celestial ofreciendo no ya la sangre de una víctima (de un cabrito como el sumo sacerdote del templo de Jerusalén), sino la propia, y venciendo así de una vez y para siempre al pecado. Este es el segundo elemento fundamental del Yom Kippur que destaca la homilía en relación a Jesús. La sangre que éste ofrece, y que reemplaza a la sangre del primer cabrito sacrificado que el sumo sacerdote rociaba en algunos lugares del templo, es la propia que ha emanado de su sacrificio y que hace de la nueva alianza una realidad única y superior.

b) La sangre de Jesús como expiación por los pecados

Este movimiento hacia el santo de los santos, que hace de Jesús el sumo sacerdote por excelencia, otorga a la sangre una relevancia fundamental. De hecho, éste es el segundo motivo que vincula a Jesús como sumo sacerdote celestial con el Yom Kippur. En Heb 8, 3 se nos dice que “todo Sumo Sacerdote está instituido para ofrecer dones y sacrificios; de ahí que él (Jesús) tuviera que necesariamente ofrecer algo”. Ahora bien, ¿qué es lo que ofrece Cristo, el nuevo y definitivo sumo sacerdote?

Para responder a esta pregunta tenemos que recordar de nuevo que la sangre del primer cabrito sacrificado jugaba un papel muy importante en la celebración del Yom Kippur. Luego de sacrificarlo, el sumo sacerdote llevaba su sangre al interior del santo de los santos para esparcirla en el trono de la misericordia y en los lugares circundantes (Lv 16, 14-17). La sangre simbolizaba la vida con la cual el sumo sacerdote purificaba el templo de los pecados del pueblo una vez al año (Lv 16, 16). Lo que ofrece Jesús es inmensamente superior, por cuanto se constituye en la “decisiva expiación a través de su sangre” (Heb 9, 11-28). Este es un motivo eminentemente cristiano. Si en la celebración del Yom Kippur la sangre del animal simboliza la vida que se ofrece a partir de la muerte de éste, ahora es Jesús “quien penetró en el santuario” (se refiere al santo de los santos celestial) “de una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna” ( Heb 9, 12). Jesús “santifica al pueblo a través de su sangre” por su crucifixión ocurrida “fuera de la ciudad santa” (Heb 13,12) para después entrar en el verdadero templo, el celestial. La carne de Jesús aparece como el velo que separa a los hombres del santo de los santos celestial. En virtud de su sangre Jesús “nos abrió ese camino nuevo”, ha develado el velo, hacia el santo de los santos (Heb 10,19-20) que se constituye en la esperanza que alienta a la comunidad. A través de la sangre de Jesús se alcanza la salvación, se inaugura el tiempo final, y se constituye la nueva alianza a la que estamos llamados a perseverar. Este argumento prevendría a los destinatarios de la homilía a apostatar regresando a las tradiciones judías que alguna vez los abrigaron8.

Las alusiones cultuales a la sangre se repiten una y otra vez en la Carta a los Hebreos (9, 7.12.13.14.18.20.21.22; 10, 4.19.29; 11, 28; 12, 20.24; 13, 11), sin embargo, de nuevo, con particularidades propias. En todas estas alusiones se entiende que la sangre es el medio para purgar en el día del Yom Kippur. Sin embargo, y tal como lo establece Heb 9, 13-14 existe una gran diferencia entre “la sangre de los toros y machos cabríos y la sangre de Cristo”. La primera, aunque es capaz de “santificar para la purificación de la carne” (Heb 9, 14; 10, 4), no está a la altura de la de Jesús que se “ofreció a sí mismo sin mancha a Dios para limpiar de la muerte las conciencias de los creyentes y para servir al Dios vivo” (Heb 9, 14). Es interesante en este versículo notar que el autor de Hebreos no elimina los viejos rituales (que seguramente se seguían celebrando en el templo de Jerusalén), sólo los considera insuficientes desde el momento en que Jesús ha expiado. Y es que si el primer tipo de sacrificio es externo y temporal; el segundo es eficiente e interior en cuanto limpia la conciencia de los creyentes (Heb 9, 14). No vale la pena regresar al antiguo sistema expiatorio.

También tenemos que destacar que el sacrificio de Cristo es el libre ofrecimiento de su persona después de una vida de perfecta obediencia (en contraposición al primer Adán) (Heb 5,8-9; 10, 5-10). Esto convierte a Jesús en el modelo por antonomasia, el “consumador de la fe”, en quien todos los ojos de los creyentes están puestos (Heb 12,2). Todo esto hace del sumo sacerdocio de Jesús (y de la nueva alianza) una realidad superior a la mosaica. Éste es el argumento decisivo en el momento de alentar a la desalentada comunidad cristiana de Roma. Vale la pena no sólo perseverar en la obediencia a la nueva alianza (inmensamente superior a la mosaica), sino crecer hacia una fe perfecta al modo de Jesús (Heb 5,14; 6,1).

Fijémonos también que a diferencia del Yom Kippur, donde el sumo sacerdote esparce la sangre del cordero sobre el trono de la misericordia, Jesús ofrece (prosférw) la suya, a través de su muerte (Heb 9, 14), para sellar una nueva, definitiva y superior alianza con su pueblo (Heb 9, 7.14.25.28; 10, 12). La contraposición entre la antigua y la nueva alianza se vuelve a enfatizar en relación con este punto. La sangre fue también el fundamento de la antigua alianza, y por lo tanto facilitó el acceso a Dios (Heb 9, 7). Esto sucedió cuando Moisés tomó la sangre de los becerros y machos cabríos (Heb 9, 19) y la esparció (errántisen) sobre el libro y el pueblo purificándolos. La sangre y el cuerpo de Cristo (Heb 2, 14; 10,10) también fundan la nueva alianza, pero esta vez de una manera perfecta. Jesús ofrece su propia sangre (y cuerpo), de una vez y para siempre, a través de su sacrificio convirtiéndose en el nuevo mediador (sumo sacerdote) entre Dios y su pueblo.

Subrayemos también el hecho de que después del ofrecimiento de su sangre, Jesús entra en el santo de los santos celestial implicando que a través de él se ha roto la distancia, provocada por el pecado, entre el hombre y Dios. No hay necesidad de ofrecerse muchas veces (Heb 9, 26; 10,1) como se establece en la antigua alianza (Heb 9, 25), sino que una vez (Heb 9, 26) y para vencer al pecado (Heb 9, 28; 10, 2). Este una vez y para siempre (ápaks) se entiende a través de la obediencia y muerte en la cruz, lo que realiza lo profetizado en el Salmo 40, 6-8. Este acontecimiento, además, inaugura la nueva alianza, sobre la cual Jeremías (31, 31-34) había profetizado diciendo que sería la última y definitiva9.

La originalidad cristiana de la homilía radica en la perspectiva redentora de la crucifixión de Jesús. El sacrificio de Cristo es el punto de partida y de llegada de toda la reflexión sobre el templo, el sacerdocio, y el sumo sacerdocio en la Carta. Su obediencia eximia y su muerte redentora son los fundamentos que sostiene la superioridad de la nueva alianza y que anima a perseverar en la fe a la apagada comunidad cristiana.

Ahora bien, nos queda un asunto pendiente al relacionar el Yom Kippur con la homilía. Hemos visto someramente cómo esta fiesta judía juega un papel muy importante en el argumento del autor, al mismo tiempo no deja de llamar la atención que éste omita o cambie elementos constitutivas de ésta. Las preguntas que nos hacíamos al inicio de este capítulo son del todo vigentes: ¿Conoce el autor los detalles y significados del Yom Kippur? ¿Por qué se toma libertades tan significativas al momento de describir esta fiesta? ¿Qué podemos concluir de este cuadro?

3. El autor de la homilía y el Yom Kippur

En el capítulo primero nos preguntábamos por qué no coincidía la visión que el autor tiene del templo de Jerusalén con el real. Nos detuvimos frente a las diversas fuentes que describen el templo de Jerusalén para constatar las particularidades de la perspectiva de Hebreos. A partir de esto no pudimos sino preguntarnos: ¿Estuvo alguna vez nuestro autor en el templo de Jerusalén? ¿Cómo explicar la libertad del autor al momento de describir el templo?

Algo parecido nos sucedió en el segundo capítulo cuando distinguíamos entre los sacerdotes y los levitas que servían en el templo de Jerusalén. En ese momento nos preguntábamos, ¿por qué nuestro autor sólo menciona a los levitas como los únicos que servían en el templo? ¿Es que acaso desconocía la existencia de los sacerdotes? ¿O es que confunde a unos y otros pensando que pertenecían a un mismo grupo? Y de nuevo llegábamos a la misma cuestión, ¿conocía nuestro autor el santuario de Jerusalén?

En este capítulo nos encontramos frente a la misma encrucijada. Vale la pena mirar con más detalle algunos ejemplos de las omisiones y libertades que se toma el autor con respecto al Yom Kippur.

De partida, en la Carta a los Hebreos nada se nos dice, salvo la genérica expresión de 9,13-14, en relación con el toro que se sacrificaba para expiar por los pecados de los sacerdotes de acuerdo a Lv 16. Más significativa aún es la omisión respecto al cabrito que se expulsaba en el Yom Kippur al desierto. En ese sentido tampoco se menciona a Azazel – ni como lugar ni como persona-hacia donde se enviaba al cabrito10. La ausencia del segundo cabrito en la homilía no significa que el mal y el pecado no sean vencidos. Al contrario, una de las ideas principales de la Carta, como hemos visto, es subrayar la eficacia del sacrificio de Cristo. A pesar de no hacer referencia al cabrito que se envía al desierto, el mal y el pecado son vencidos a través de un único sacrificio, el de Jesús, verdadero sumo sacerdote. Ahora bien, esto no resuelve la cuestión planteada, ¿por qué nuestro autor no hace ninguna mención de este segundo cabrito? De más está decir que resultaría sorprendente el que éste desconociese un elemento tan importante de la celebración del Yom Kippur.

Otro cambio significativo con respecto a la fiesta del Yom Kippur dice relación con la aflicción y arrepentimiento que debe reinar. Hemos explicado que durante ese día se ayunaba, salvo por razones de enfermedad grave, desde la puesta del sol de la víspera hasta la del día siguiente. Además del ayuno estaba prohibido realizar cualquier tipo de trabajo, tal como si fuese un sábado. Y es que el pecado y la contrición son los temas que configuran el Yom Kippur. Sin embargo, este ambiente de arrepentimiento no es el que se trasluce en la Carta a los Hebreos. Al ser una homilía de exhortación que pretende animar a una rendida comunidad cristiana, el autor cambia la perspectiva de la fiesta. Por ejemplo, una vez ha descrito la difícil situación en la que vive la comunidad (Heb 10, 32-33) como “gran combate de aflicciones, con vituperios y tribulaciones”, el autor llama a la confianza en la recompensa superior (Heb 10, 35-36) y al regocijo que se basa en el conocimiento que lo que se tiene en el cielo no sólo es de una sustancia superior, sino que permanece para siempre (Heb 10, 34). El Yom Kippur celebrado por Jesús nos ha reconciliado para siempre con Dios; los motivos para perseverar en la nueva alianza y para llevar una vida confiada, son más que suficientes. Más que dolor por los pecados realizados, el acento está puesto en la alegría y la confianza en la nueva alianza inaugurada por Jesús.

Estos ejemplos nuevamente nos plantean por qué el autor omite fuentes fundamentales al momento de hablar del Yom Kippur. ¿Cómo explicar tanta libertad? ¿O más bien se trata de desconocimiento?

Parece ser que en el tiempo en que se escribe nuestra homilía existían muchas fuentes distintas acerca de cómo era el templo de Jerusalén, sus utensilios más sagrados, las personas que servían en él, el modo de celebrar las fiestas religiosas, etc. La diversidad de fuentes hacía que muchas veces se contradijesen unas y otras. Esto no parece haber ocasionado grandes conflictos, puesto que las fuentes que contamos no se corrigen entre sí. El templo de Jerusalén, incluso en relación a algo tan objetivo como su estructura física, sus utensilios, sus personas y fiestas, era algo sobre lo que se especulaba y reflexionaba. No existía, por lo tanto, algo así como una ortodoxia del templo dictada con exactitud desde la jerarquía o desde Jerusalén. Nuestra homilía es un claro ejemplo de lo anterior, una exhortación que toma con libertad las fuentes que le son útiles para exponer los puntos teológicos que le interesan, sin necesidad de corroborar o probar algunos aspectos desde la “realidad” del templo.

Pero hay también una segunda conclusión -por lo demás obvia- que vale la pena señalar. Estas elucubraciones y fuentes sobre el templo podían ser utilizados y estudiadas más allá de Jerusalén. Es lo que aquí podría suceder, dándose el caso de que en una ciudad tan lejana e importante, como es el caso de Roma, exista un judeo-cristiano de rica educación griega utilizando con gran libertad y originalidad sus propias fuentes para justificar la superioridad de la nueva alianza a partir de las teologías del templo que le eran familiares. El haber estado en Jerusalén, por tanto, no era una condición fundamental para servirse de las teologías del templo que corrían por esa época. Y si esto es cierto para Roma, también lo sería para el norte de África, Grecia y el resto de Europa. Más aún, si esto era verdad para los cristianos, también lo era para fariseos, esenios, saduceos, y otros grupos. El templo de Jerusalén, y su contraparte celestial, constituían fuentes de inspiración teológica y religiosa que trascendían barreras geográficas e ideológicas. En ese sentido es perfectamente presumible que buena parte de los apócrifos que hemos mencionado también fuesen conocidos en la diáspora (de hecho la mayoría nos llegó de traducciones de lenguas secundarias), quizás no como textos escritos, sino como historias que se transmitían oralmente.

La visión del cristianismo primitivo, y de la comunidad detrás de Hebreos, se enriquece al contextualizarla en un marco más amplio. Las teologías del templo fueron el contexto apropiado para explicar la expansión del cristianismo porque, presumiblemente, ya se encontraban vigentes en la diáspora y se interpretaban con libertad por distintos grupos. En otras palabras, historias con respecto al templo celestial y a ciertos héroes como Enoc, Abraham o Moisés eran contadas en distintos contextos y lugares, ya desde antes que surgiese el cristianismo.

Aun así, hay todavía una pregunta que debemos resolver y que se relaciona precisamente con el tema de la libertad en el uso de las teologías del templo. Hemos llamado la atención, en reiteradas ocasiones, que estas ideas expresadas en algunos textos apócrifos son especialmente ricas en imágenes, detalles, y sensaciones. Los edificios, los ángeles, el visionario, todo parece estar lleno de vida en estos textos. Pareciera como si fuesen una invitación a los oyentes a contemplar, sorprenderse, y maravillarse de tanto esplendor. Nada de esto ocurre en la homilía. Como hemos dicho, lo que más llama la atención es su austeridad. ¿Cómo explicar este hecho? ¿Se resuelve este problema señalando solamente que se tratan de géneros literarios distintos? Y lo que puede ser más importante, ¿puede este punto iluminar aún más algunos aspectos fundamentales del cristianismo primitivo?

1 Una confesión privada utilizada en el Yom Kippur se ha conservado en LvR 3,3: “Abandone el impío su camino y el inicuo sus pensamientos [y conviértase a Yahveh para que se apiade de él, y a nuestro Dios, pues ampliamente perdona]” (Is. 55,7). Dijo R. Bebai Abiya: ¿Cómo debe un hombre confesarse la víspera del día de la Expiación? Un hombre debe decir: “Doy cuenta de todo lo que he hecho, he estado por el camino del mal y lo que he hecho, como esto, no lo voy a hacer de nuevo. Sea tu voluntad, Yahveh, mi Dios, que me perdones por todas mis trasgresiones, que me examinas de todas mis faltas y que me expíes de todos mis pecados”. Esto es lo que significa el pasaje: “Abandone el impío su camino”. “Abandone” está escrito. “Y conviértase a Yahveh para que se apiade de él” (Is 55,7).

2 En el capítulo 8 del tratado Yomá de la Misná se describen las acciones que están prohibidas en este día: “el día de la expiación está prohibido el comer, el beber, el lavarse, el ungirse, el calzar sandalias y las relaciones maritales” (8, 1). Sólo los niños estaban exentos de cualquier modo de aflicción.

3 Leemos en mYom 6,2: “Se acerca junto al chivo emisario, coloca sobre él sus dos manos y hace la confesión. Así solía decir: “Oh Dios, te ofendió, transgredió, pecó delante de ti tu pueblo Israel. Oh Dios, perdona las culpas, las transgresiones, los pecados con los que te ofendió tu pueblo Israel”, como está escrito en la Ley de Moisés tu siervo: “Porque en ese día se hará expiación por vosotros a fin de purificaros: de todos vuestros pecados seréis limpios delante de Yhwh (Lv 16,30)”. Los sacerdotes y el pueblo estaban en el atrio y cuando oían el Nombre que pronunciaba claramente el sumo sacerdote, se arrodillaban, se postraban rostro en tierra y decían: “Bendito el Nombre de la Gloria de su Reino por siempre jamás”. Otro texto similar lo leemos en mYom 3,8: “El sumo sacerdote, que estaba de pie sobre el altar con la cara vuelta hacia el poniente, apoyaba sus dos manos sobre el novillo y hacia la confesión. Así solía decir: “Oh Dios, ofendí, transgredí, pequé delante de ti yo y mi familia; oh Dios, perdona las culpas, las transgresiones y los pecados con que te he ofendido, que he cometido, con los que he pecado delante de ti, yo y mi casa”, como está escrito en la Ley de Moisés tu siervo: “porque en ese día se hará expiación por vosotros” (Lv 16,30). A lo que le responden: “Bendito sea el Nombre de la Gloria de su Reino por siempre jamás”.

4 En el templo era el santo de los santos el lugar más importante donde estaba el trono de Dios (Sal 11, 4; Jr 17, 12). Moisés había dado los detalles sobre el tabernáculo con sus vestidos, el incienso, el óleo, el sacerdocio y los sacrificios de acuerdo a lo que le había sido revelado (Ex 25-30). De igual forma, el rey David dio a Salomón un plan que había recibido del Señor sobre cómo tenía que ser el templo (1 Cr 28, 11-19; 11 QT).

5 No existía coincidencia entre las distintas sectas judías con respecto a la fecha de su celebración. Así, de acuerdo al calendario solar vigente en grupos que se guiaban a través de textos como Jubileos, Enoc y la biblioteca del Qumrán, la celebración del festival no coincidía cronológicamente con la del templo de Jerusalén. De allí, por ejemplo, que en un texto del Qumrán (Pesher Hab.) se mencione que el “sacerdote malvado”, seguramente algún sumo sacerdote del templo, persiguió a los miembros de la comunidad “y al Maestro de Justicia para devorarlos con el furor de su ira en el lugar de su destierro, en el tiempo de la fiesta, en el descanso del día de las Expiaciones” (Pesher Hab.11:4–8) (F. García Martínez, Textos del Qumrán, p. 252-253).

6 L. Vegas Montaner – Testamento de Moisés, Apócrifos del Antiguo Testamento Vol. V, (Ed. A. Diez Macho), Madrid, 1987, p. 268-269.

7 A. De Santos Otero, – Libro de los Secretos de Henoc (Henoc Eslavo), Apócrifos, Vol.IV, p. 172.

8 B. Lindars, The Theology, p.14

9 La antigüedad de esta relación entre “la sangre ofrecida” y la “nueva alianza” queda atestiguada ya en las formulas eucarísticas presentes en 1Cor 11,25 y Mc 14,24. Para más detalles: B. Lindars, The Theology, p. 81.

10 En el Apocalipsis de Abraham Azazel se identifica con el ángel malo, quien fuese un ángel preeminente en la corte celestial hasta que “se confabuló contra el Todopoderoso y dispersó por la tierra los secretos celestes” (Ap.Ab 14, 2). Posteriormente sedujo a Adán y Eva (Ap. Ab 23); y desde entonces representa la impiedad porque a través de él “se manifiesta el espíritu engañador, la cólera y las desgracias sobre los hombres impíos” (Ap.Ab 13, 8). También se nos dice que la gloria que alguna vez tuvo junto a Dios y que perdió se le promete a Abraham (Ap.Ab 13, 12). Acordémonos también que en esta obra Azazel se relaciona con el Yom Kippur por cuanto Yaoel le enseña a Abraham las palabras que ha de utilizar cuando envía al segundo cabrito al desierto (Ap.14, 3-5).

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.