Algunos aspectos de la Parábola del Hijo Prodigo (Lc 15,11-32)

La parábola del hijo prodigo en Lc 15
versa sobre la gracia de Dios, tal como la entendían los judíos. Cualquier
judío piadoso, y por supuesto fariseo, estaría de acuerdo con la descripción
que hace Jesús de la gracia de Dios. De partida, fijémonos en el contexto de la parábola. Que los hijos pidan su parte de la herencia viene a ser una
ofensa mayor para el Padre, y para todos los casos, un escándalo social. Es
prácticamente declararle muerto. Según el m. B. Bat. 8,7 cuando el Padre
dividía la herencia en vida, los hijos obtenían el derecho de posesión. Así  el Padre se incapacitaba de vender la tierra o las propiedades. Sin
embargo, el derecho de posesión del hijo se hacía efectivo una vez que el Padre
muriese. Esto significa que si el hijo vendía sus derechos a un tercero, éste
sólo podía usufructuar de su propiedad una vez que el Padre del hijo muriese. El
Padre, por su parte, mantenía el derecho de los frutos de la tierra o propiedad hasta que
muriese. Es decir, el hijo adquiría derechos que no podía hacer efectivos sino
hasta la muerte del Padre, y este se veía seriamente limitado en el ejercicio
de sus derechos. Para Jesús la gracia divina implica que los hijos de Dios  tomen sus propias
decisiones. La libertad de los hijos es más fuerte que el Padre, cuyo amor, sin
embargo, sigue siendo incondicional.

Un segundo aspecto de la gracia divina
entendida por los judíos tiene que ver con la actitud de ambos hijos. En algo
estos se asemejan. Ambos entienden la relación con el Padre en términos
mercantiles. Tú me das siempre que yo te dé. En el caso del menor esta actitud
se manifiesta incluso una vez que ha decidido regresar donde el Padre:  A
cuántos jornaleros de mi padre les sobra el pan mientras yo me muero de hambre.
15,18: Me pondré en camino a casa de mi padre y le diré: He pecado contra Dios
y te he ofendido; 15,19: ya no merezco llamarme hijo tuyo. Trátame como a uno
de tus jornaleros.
En el caso del hijo mayor esta actitud se mantiene hasta
el final y tiene como consecuencia la trágica distancia entre los hermanos (el
mayor no reconoce al menor como tal): Mira,
tantos años llevo sirviéndote, sin desobedecer una orden tuya, y nunca me has
dado un cabrito para comérmelo con mis amigos. 15,30: Pero, cuando ha llegado
ese hijo tuyo, que ha gastado tu fortuna con prostitutas, has matado para él el
ternero engordado.
La dimensión mercantilista está ausente del Padre. El quid de la gracia divina se en el
perdón de Dios que irrumpe con fuerza y puede cambiarlo todo. Jesús estaría de
acuerdo con Pesikta Derav Kahana 24,12: El
versículo, “ábrete para mí” (Cantar 5,2) el Santo está diciendo: “Haz para mí
una apertura tan grande como un ojo de una aguja y yo haré la apertura tan
grande que carros lleno de soldados y batallones puedan pasar a través de el”.
De
la misma manera R. Meir ilustra la posición de los fariseos cuando dice: “Vas a retornar donde el Señor tu Dios”, R.
Samuel Pargrita dijo en nombre de R. Meir: El problema puede ser comparado con
el hijo de un rey que adoptó actitudes perversas. El rey le envió un tutor que
le imploraba: “Arrepiéntete, mi hijo”. El hijo, sin embargo, lo envió de
regreso con el siguiente mensaje: “¿Cómo puedo yo tener el valor de regresar?
Me siento avergonzado de volver a ti”. Entonces, el Padre vuelve a enviar un
mensaje: “Mi hijo, ¿puede un hijo avergonzarse de volver donde su Padre? ¿No
está acaso volviendo donde su Padre?”. Entonces el Santo, bendito sea, envió a
Jeremías a Israel, cuando ellos pecaron, y le dijo: “Id y decidle a mis hijos,
retornad”
(Dt Rabbah 2,24). Para más detalles: Brad H. Young, Jesus the Jewish
Theologian, p. 143-154.

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.