La resurrección como experiencia del creyente en la Filocalia, en Hejalot y en Pablo

Si la resurrección de Jesús se entendió en un comienzo como la exaltación-transformación del justo-mártir cuando se eleva al seno del Padre, entonces ¿cómo es que los primeros cristianos fueron testigos del acontecimiento?

En la Filocalia, ese compendio maravilloso de tempranos escritos ortodoxos, leemos la instrucciones del Pseudo Simeon para ayudar al cristiano a acceder a la visión de la luz del Tabor: entonces siéntate en una celda tranquila, en un rincón, y haz lo que te voy a decir. Cierra la puerta y retira tu intelecto de toda preocupación y de todo lo que es pasajero. Descansa tu barbilla sobre tu pecho, focaliza tu mirada física junto con todo tu intelecto sobre el centro de tu barriga u ombligo. Contiene la inhalación y exhalación de tu respiración a través de las ventanas de tu nariz, de tal manera que ésta no sea fácil, y busca con tu intelecto dentro de ti mismo hasta encontrar el lugar del corazón donde todos los poderes del alma habitan. En un inicio encontrarás obscuridad y una densidad impenetrable. Más tarde, cuando persistas en la práctica día y noche, vas a encontrar de pronto, y como fruto de un milagro una dicha indescriptible. Porque tan pronto como el intelecto alcanza el lugar del corazón descubre cosas de las que previamente no sabía nada. Se abre el espacio en el corazón y en su interior descubre una luminosidad que lo cubre y lo discierne todo. Este relato es muy interesante porque nos describe cómo el visionario puede acceder a una experiencia de lo luminoso, de la gloria, o como queramos llamarla. Algo muy parecido debió haber constituido las tempranas experiencias del resucitado. Es verdad que en el caso de la Filocolia el centro de la experiencia se encuentra en el corazón del vidente, y en el caso de los primeros cristianos, en la visión del Cristo resucitado. Esto es así porque entre ambas experiencias hay una distancia temporal y teológica muy importante. Sin embargo, el principio es el mismo: el hombre accediendo a la visión de la gloria o luz divina, sea que ésta se entienda en el séptimo cielo o en el centro del corazón (para el caso, lo cosmológico se corresponde con lo antropológico).

De hecho, si vamos retrocediendo encontramos en la literatura judía mágica y visionaria de Hejalot ejemplos de cómo los videntes se entrenaban para poder ascender a los cielos y contemplar la gloria del Trono de Dios, de sus nombres divinos, de su cuerpo, de Metatrón, del Príncipe de la Torah, etc. Así el vidente se preparaba entre doce y cuarenta días, ayunaba comiendo sólo el pan que amasaba, el agua que sacaba del pozo, no comía carne ni bebía vino, practicaba constantes purificaciones (Halperin, The faces, p.381). En el momento del ritual el vidente ponían su cabezas entre sus rodillas y recitaba himnos, canciones, fórmulas mágicas e invocaciones constantes a Dios y sus ángeles para revestirse de sus nombres y poder ascender a los cielos (Scholem, Las grandes tendencias, p. 69). A lo largo de esta experiencia el vidente se siente subiendo por los cielos hasta finalmente ser testigo de la Gloria del Trono de Dios: (En el cielo) has establecido tu trono, has puesto tu lugar en lo más alto de lo alto; tu merkavah está en las zonas más elevadas de tu zevul, en la nube brillante (…) Ensalzan tu recuerdo las tropas de fuego, cantan tu alabanza los serafines del fuego, ante ti están los Ofanim y las hayyot ha-qodesh (…). Y los Ofanim de la majestad, y los serafines de fuego, y los galgalim de la merkaváh recitan el nombre de Dios, con fuerte voz de gran estruendo, temblor y rugido,el nombre TTRWSY YY´ ciento once veces (Schäfer, El Dios, p.94).

Pero, ¿y qué pasa en nuestros evangelios? ¿encontramos algún indicio de lo que podríamos analogar con las experiencias descritas? Personalmente me inclino a creer en ello. Pablo transmite en 1Cor 15,1-8 uno de los kerigmas más tempranos respecto a la resurrección de Jesús. En esta fórmula el apóstol de los gentiles defiende el carácter tradicional de las apariciones Jesús como una verdad sólida que se ha transmitido desde el inicio por los testigos del resucitado. Se menciona a Cefas, y luego a los doce (¿no deberían ser once?); después a más de quinientos hermanos y a Santiago y a todos los apóstoles. Finalmente, y como a un abortivo, se dejó ver por el propio Pablo. Más allá de las dificultades que plantea esta lista (no menciona a María Magdalena y las mujeres), cabe destacar que el verbo ocupado por Pablo para hablar de las apariciones del resucitado es siempre el mismo: dejarse ver (wfth, aoristo pasivo tercera personal singular). El problema está en que este verbo es muy ambiguo. Puede bien referirse a un Jesús que se deja ver física o espiritualmente. No hay claridad al respecto, menos cuando Pablo tampoco describe explicitamente su experiencia del resucitado. ¿O lo hace?

Si bien no hay un texto en el que Pablo nos cuente qué pasó o cómo se le apareció Jesús, personalmente creo que todas las cartas paulinas están llenas de referencias a esa cristofanía que tan sólo menciona de pasada en 15,8. Esta experiencia se constituye en el punto de partida, de referencia y de llegada en los escritos paulinos. Aunque Pablo no habla de los detalles o circunstancias, menciona en reiteradas ocaciones que vió a Jesús como Señor (1Cor 9,1); que Jesús se le apareció (1Cor 15, 8); que Dios tuvo a bien revelarle a su Hijo (Gal 1,8); que fue testigo de la revelación de la Alianza en Gloria (2Cor 3,8-9.18; 4,4.6); la revelación de Jesús Cristo (Gal 1,12); conocimiento de Cristo Jesús mi Señor (Fil 3,8); recibió misericordia (2Cor 4,1); recibió autoridad (2Cor 10,8;13,10); recibió gracia (Rom 1,5; 15,15; 1Cor 3,10;15,10; Gal 1,9); Dios le envió a predicar a Cristo (1Cor 1,17). Todas estas expresiones hablan de una experiencia visionaria muy importante de Cristo que le servirá para justificar su autoridad, su misión, sus esfuerzos, su pensamiento, y su ejemplo. Más aún, en 2Cor 3 Pablo habla de su cristofanía como la revelación de la Gloria de Dios en Jesús. Esto no sólo es importante porque legitima la autoridad paulina (2Cor 3,8.9.11) al modo como la autoridad de Moisés en el Sinaí fue legitimada cuando recibió las tablas de la ley (2Cor 3, 7.8.9.11). Más importante aún es porque a través de su visión de la Gloria divina en Jesús el apóstol asocia intimamente a éste con un aspecto que define a Dios, su Gloria. Así nos abre las puertas al desarrollo cristológico más temprano, el cual nace, a mi parecer, de una experiencia cercana a las experiencias descritas más arribas.

No estoy diciendo con esto que los relatos del Jesús resucitado que nos presenta Mateo, Lucas y Juan sean sólo creaciones literarias o teológicas. Desde el punto de vista teológico las apariciones del resucitado no pueden entenderse sólo como experiencias subjetivas o visionarias. Eso se entiendió muy bien y desde el principio en el cristianismo. Sólo digo que no hay que desconocer otro tipo de experiencias religiosas que nos presentan los evangelios y que nos abren la puerta, según mi parecer, al primer cristianismo.

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.