Elementos Proto-Gnósticos en la Ascensión de Isaías

La Ascensión de Isaías es un apócrifo cristiano, probablemente construido sobre un texto judío previo, que ilumina mucho la coyuntura de ciertas comunidades cristianas de origen sirio a medio camino entre la ortodoxia y el gnosticismo. Al igual que Enoc, quien sube y se transforma en los cielos (ver especialmente 2Enoc 9,17), Isaías también asciende a los cielos y se transfigura (9,30). En los cielos es testigo de la redención que se realizará a través de Jesús cuando este descienda y ascienda de la tierra. El Amado (Jesús) desciende al mundo, tarea que no es fácil pues tiene que hacerlo de incognito y confundiendo a los distintos ángeles y poderes de cada esfera celestial que constituye el cosmos conocido. Dios le había dicho: Sal, baja de todos los cielos, permanece en ese mundo hasta descender a donde está el ángel del Seol, pero no vayas hasta Haguel. Tomarás la apariencia de todos los que están en los cinco cielos, procurando asemejarte al aspecto de los ángeles del firmamento, e incluso a los ángeles que están en el Seol. Que no conozca ninguno de los ángeles de aquel mundo que tú eres Señor conmigo de los siete cielos y sus ángeles (10, 8-11). El descenso a la tierra supone, por lo tanto, un “disfrazarse” o “cambiar de apariencia”. Algo similar leemos en 9,13 respecto a los ángeles y potestades que se encontrarán con Jesús mientras este desciende a la tierra: Sin embargo, verán y sabrán de quiénes serán los tronos y coronas luego que Él (Jesús) haya descendido, haciéndose como de vuestra forma, y siendo tenido por carne mortal. Esto es tremendamente relevante porque en este texto subyace una cristología docética. En palabras sencillas, Jesús, más que asumir la naturaleza humana en su plenitud es capaz de aparentar una apariencia tal como lo hace para confundir a los ángeles en cada esfera celestial mientras desciende a la tierra. De hecho cuando nos fijamos en cómo el texto describe el nacimiento de Jesús vemos que más que nacer Jesús aparece en el mundo: cuando estaban en casa José y su mujer María, los dos solos, ocurrió, cuando estaban solos, que miró María y vio un niño pequeño, quedándose atónita (11,7-8). Y es que María “no ha parido, pues ni la ha atendido partera, ni hemos oídos gritos de dolor (11,14). Por lo tanto, Jesús es un ser espiritual importante que va asumiendo distintas formas de acuerdo va descendiendo por los distintos cielos hasta asumir la imagen humana. Cada uno de los cielos inferiores parece poseer vida propia por cuanto desconocen al Dios Altísimo. Esto es lo que se deduce en los primeros cinco cielos donde los ángeles alaban al trono presente en su esfera celestial. Es verdad que las alabanzas se dirigen finalmente al séptimo cielo tal como se señala en 7,17, pero la ambiguedad del lenguaje da pie para entender que la intención de los ángeles es glorificar el trono presente en sus respectivos cielos (Ver el Apocrifo de Juan 58,15; la Hipostasis de los arcontes 143,20; el Origen del mundo 105). De hecho una diferencia explícita que se menciona en el sexton cielo es precisamente que allí todos (los ángeles) nombraban al Padre primero, a su Amado, (Cristo), y al Espíritu Santo, todos al unísono (8,19). Es más, se le advierte a Isaías no adorar las figuras divinas presentes en los tronos inferiores precisamente porque se sentía movido a hacerlo como los ángeles : Caí de bruces para adorarlo, pero no me dejó el ángel que me guiaba. Me dijo: “Por esto he sido enviado, para instruirte; no adores a ningún trono ni ángel de los seis cielos hasta que yo te lo diga, en el séptimo cielo (7,21). Así, el Dios Altísimo, que habita en el séptimo cielo es una figura misteriosa e invisible, la Gran Gloria que no era posible de contemplar (11,32), el innombrable (8,7), más allá de toda comprensión humana.

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.