Sobre el cómo la sabiduría nos atrae a la contemplación divina (Filón de Alejandría)

La imagen veterotestamentaria de la sabiduría es fundamental para entender el desarrollo de la primera cristología cristiana y de la mística judía medieval. En el primer caso porque se aplicará a Jesús muchas características sapienciales que lo harán «pre-existente». En el segundo caso, porque el místico judío concentrará sus esfuerzos en producir la unión entre los aspectos femeninos de Dios (la Sekinah , la Sabiduría) con Dios mismo (masculino) en una relación erótica-mística. En ambos casos se supone a la Sabiduría como un ser divino independiente de Dios (y al mismo tiempo, parte de la unidad divina). Filón de Alejandría es muy importante porque nos muestra hasta qué punto, en ciertos círculos cultos del siglo I, se hablaba de la sabiduría como una característica personificada de Dios, como Esposa (ver:La Sabiduría como esposa de Dios en Filón de Alejandría y Dios y la Sabiduría como Padre y Madre de los hombres en Filón de Alejandría) y como Hija de Dios (ver: La Sabiduría como Hija de Dios en Filón de Alejandría ).  La sabiduría, para Filón de Alejandría,
bendice y atrae con su belleza a los hombres, y así, estos llegan a estar más
cerca de Dios. La sabiduría se convierte en mediadora entre Dios y los hombres (al modo como Jesús será entendido más tarde). El filósofo escriben en De plantanione  23-24: Por
eso se dice en los sagrados oráculos que aquellos que perseveran en la búsqueda
insaciable de sabiduría y conocimientos han sido llamados hacia lo alto. Es que
por Divina disposición aquellos sobre los que ha soplado Su aliento son
llamados hacia la Divinidad en las alturas. 24. En efecto, si a veces los
árboles incluso con sus raíces son arrastrados por huracanes y tempestades
hacia el aire, y naves de gran tonelaje pesadamente cargadas son arrebatadas
del medio del mar cual si se tratase de los más livianos objetos, y lagos y
ríos son llevados hacia lo alto, dejando la corriente vacíos los senos de la
tierra cuando los potentísimos y tortuosísimos remolinos de los vientos la
elevan; extraño sería que la inteligencia, liviana como es, no fuera levantada
y elevada hasta las más remotas alturas por la naturaleza del Divino espíritu,
todopoderoso y triunfador sobre cuánto hay debajo; y lo sería sobre todo en el
caso de la inteligencia del genuino filósofo.
Fijémonos que en este texto no se nos dice que  el hombre deba hacer
algo, esforzarse, o seguir un método. Por el contrario, es un regalo inesperado
que lo transforma completamente sin que se lo proponga. La sabiduría eleva al hombre a un estado contemplativo en el que todo conocimiento humano se relativiza en comparación con lo divino. En De Sacrificiis
Abelis et Caini 78-79 el filósofo reconoce la importancia del estudio de los clásicos de la literatura y la poesía, sin embargo,  cuando el resplandor de la sabiduría
adquirida sin estudio se nos ha encendido de improviso sin que lo previéramos
ni esperáramos; cuando esta sabiduría, tras abrir los cerrados ojos del alma,
nos convierte en espectadores de la sabiduría, en vez de 
oyentes de
ella, colocando en nuestra inteligencia al más rápido de los sentidos, la
vista, en lugar del sentido del oído, que es más lento; entonces resulta ocioso
ya el ejercitar los oídos por medio de las palabras.  Por eso también se dice: «Comeréis lo
viejo y lo viejo de lo viejo, pero además sacarás lo viejo de la presencia de
lo nuevo» (Lev. XVI, 10);…una vez que Dios haya hecho brotar en el
alma los vástagos del saber adquirido sin maestros, hemos de abolir y extirpar
de inmediato los conocimientos adquiridos mediante el estudio, los que, por
otra parte, ya tienden a desaparecer y derrumbarse de por sí. Es, en verdad,
imposible que el discípulo de Dios, el pupilo de Dios, el alumno de Dios, o
como deba llamársele, soporte en adelante la guía de los mortales.

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.