Simón el Nuevo Teólogo: el rostro resplandeciente de Dios en Cristo

Simón el nuevo teólogo (949-1022) fue un
monje y más tarde superior del monasterio de San Mamas en Constantinopla. Sus escritos son notables porque hablan de sus experiencias religiosas de
manera viva y personal. Son textos interesantes, además, porque nos ayudan a entrar en la delicada sensibilidad cristiana oriental. En una ocasión, mencionando a su padre espiritual, Simón el
piadoso, escribe que éste me condujo de
la mano como quien lleva a un hombre ciego hacia el origen de las fuentes, esto
es, hacia las sagradas escrituras y hacia Tus mandamientos divinos…
Continúa luego dirigiéndose a Dios y describiendo la experiencia de la luz divina reflejada en el rostro del resucitado, el corazón del misticismo ortodoxo. Un día
mientras me apresuraba para tomar mi baño diario, Tú me encontraste en el
camino, Tú que ya me habías atraído desde el lodazalEntonces por vez primera la luz pura de
tu Rostro divino brilló delante de mis débiles ojos… Desde aquel día, Tú has
retornado a menudo a la fuente, Tú zambulliste mi cabeza dentro del
agua, dejándome ver el esplendor de tu luz, entonces, de pronto, Tú puedes
desaparecer, Tú te haces invisible, y todavía no puedo entender quién eres…
Finalmente Tu te dignaste a revelar el temible misterio: un día cuando parecía que Tú me sumergías
una y otra vez en las aguas, rayos luminosos me rodearon. Yo vi
rayos emanando desde tu rostro junto con las aguas, lavado por estas aguas
radiantes yo fui llevado fuera de mí mismo y embelesado en éxtasis (ver: Los rostros luminosos que reflejan la gloria de Dios y Los rostros luminosos de Moisés y Enoc)
Fijémonos como esta experiencia tiene como fundamento la experiencia del propio Pablo. Continúa Simón: Por algún
tiempo yo viví en este estado. Entonces por Tú gracia, yo fui llevado a
contemplar un misterio aún más increíble. Yo te vi tomándome y llevándome a los
cielos, yo no sabía si estaba en mi cuerpo o no, sólo Tú lo sabes, Tú, el único
que me ha creado
(ver: El tercer cielo, el paraíso, y Pablo.)
Volviendo en
mí, gemí en una dolorosa sorpresa de verme abandonado. Pero pronto, Tú te
dignaste revelarme Tu rostro, como el sol brillando en el cielo abierto, sin
forma, sin apariencia, sin revelarme quien eres Tú…
Todavía
gimiendo, yo fui en Tu búsqueda, el Incognoscible. Golpeado por el dolor y la
aflicción, me olvidé completamente del mundo, nada de los sentidos permaneció
en mi mente. Entonces Tú te apareciste, Tú, el Invisible, el Inentendible, el
Intangible, y sentí cómo Tú purificabas mi inteligencia, abriendo los ojos de
mi alma, dejándome contemplar de manera más completa tu gloria, Tú que crecías
progresivamente en la luz…Me pareció, Oh Señor, que Tú, el Inamovible, te
estabas moviendo, Tú, el que no cambia, estabas cambiando, Tú, el que no tiene
rostro, adoptabas una imagen…Tú brillaste fuera de toda medida, Tú apareciste
completamente en todas las cosas, y te vi claramente. Entonces me atreví a
preguntar: “¿Quién eres Tú, Oh Señor?”

Por primera
vez, Tú me dejaste, a mí un malvado pecador, escuchar tu voz suave. Tú hablaste
de manera tan atenta que yo temblé y me asombré, preguntándome cómo y por qué
Tú me has bendecido con estas gracias. Me dijiste: “Yo soy Dios quien se ha
hecho hombre por amor a ti. Tú me has deseado y me has buscado con toda tu
alma, por esta razón desde ahora serás mi hermano, mi amigo, el heredero de mi
gloria…”
(Vie Spirituele, XXI, 1931, 305-309).

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.