Filón de Alejandría sobre los vestidos del Sumo Sacerdote (1)

Los vestidos del sumo sacerdote son
fundamentales para entender su rol intermediario entre Dios y los hombres. El
sumo sacerdote representa a la creación, la humanidad, la sabiduría, e incluso,
la gloria de Dios. Ya hemos visto en otras entradas el significado de los vestidos sumo sacerdotales en la Carta a Aristeas y en el libro del Eclesiástico (aquí y aquí). En otro libro, el de la Sabiduría
leemos: Pues en su vestidura
de tela estaba el mundo entero,    y el
esplendor de los padres en las cuatro hileras de piedras  talladas, y tu majestad en la diadema de su
cabeza
(18,24). 

Los textos de Filón de Alejandría son importantes en estos
temas.  En esta entrada veremos cómo el filósofo describe en términos generales los vestidos del
sumo sacerdote. En De Vit. Mos. II
109-116
Filón escribe: A continuación
de estas cosas el artífice preparó para el futuro sumo sacerdote la vestidura,
cuyo tejido constituía una obra de inmensa y maravillosa hermosura, consistente
en dos prendas: la túnica y el llamado efod
(109), la túnica era de aspecto bastante uniforme, ya que toda ella era de
color violeta oscuro, con excepción de las partes próximas al borde inferior,
pues éstas estaban matizadas con bellotas de granada de oro, campanillas y
flores bordadas
(110). El efod,
obra sumamente suntuosa y artística, fue confeccionado con consumada pericia
mediante las ya mencionadas clases de materiales de color violeta oscuro,
púrpura y escarlata y lino fino, con hilo de oro entretejido. En efecto, hojas
de oro cortadas en finas hebras estaban tejidas con cada hilo (111). En las
extremidades de los hombros iban aplicadas dos preciosísimas piedras de
valiosísima esmeralda, en las cuales estaban escritos los nombres de los
patriarcas, seis en cada una, doce en total. Sobre el pecho iban otras doce
piedras de gran valor, diferentes en los colores, semejantes a sellos y
dispuestas en cuatro hileras de tres cada una, las que estaban aplicadas al
llamado lugar del logos (112). Estaba hecho éste en forma de cuadrado y era
doble, a modo de una base para sostener dos virtudes: la clara mostración y la
verdad. El conjunto estaba colgado del efod mediante cadenitas de oro,
fuertemente prendido de él a fin de que no se soltase (113). Una lámina de oro
fue trabajada para darle forma de una corona. En ella estaban grabadas las
cuatro letras de un nombre que sólo es lícito escuchar en los lugares santos a los
que tienen purificados los oídos y la lengua por la sabiduría, y no a otro
alguno en absoluto, ni en otro lugar (114). Este nombre tenía cuatro letras,
según dice aquel conocedor de las verdades tocantes a Dios, quien probablemente
les asignó el carácter de símbolos de los primeros números: el uno, el dos, el
tres y el cuatro, puesto que en los cuatro están comprendidos todos los elementos
geométricos, que son medidas de todas las cosas, a saber, el punto, la raya, la
superficie y el sólido; y las mejores armonías musicales: el intervalo de
cuarta, el de quinta, el de octava y el de doble octava, cuyas respectivas
relaciones son cuatro a tres, tres a dos, dos a uno y cuatro a uno. El cuatro
contiene además las otras innumerables virtudes, de las que me he ocupado
detalladamente en mi tratado sobre los números (115).
Debajo de la
corona iba una mitra a fin de que la lámina no tocara la cabeza. Además se confeccionó
un turbante, por cuanto el turbante es usado habitual-mente por los reyes orientales
en lugar de la diadema (116).

Tomás García-Huidobro

Sacerdote Jesuita, Doctor en Teología Bíblica.