Serafín de Sarov sobre la Oración de Jesús.
Ahora que he vuelto a Rusia bien vale una entrada sobre la oración de Jesús de acuerdo a Serafín de Sarov: Durante la oración pon atención a ti mismo,
esto es, recoge tu mente y únela con tu alma. Al principio, por un día o dos o
más, has esta oración con sólo la mente, lentamente, atendiendo a cada palabra
por separado. Cuando el Señor calienta tu corazón con el calor de su gracia y
te une en un espíritu, entonces esta oración va a fluir desde ti incesantemente
y siempre estará contigo, iluminándote y alimentándote. Y es esto precisamente
lo que significan las palabras de Isaías: “tu rocío es como el rocío del alba,
y la tierra dará a luz a los espíritus” (Isa 26,19). Pero tú contienes
dentro de ti este alimento del alma, es decir, conversa con el Señor,
pregúntate, ¿por qué vas de celda en celda de tus hermanos, incluso si es que éstos te han invitado? De verdad te
digo, la conversación ociosa es preciosa para el holgazán. Si no eres capaz de
entenderte, ¿puedes, acaso, discutir sobre algo o enseñar a otros? Callad, quedaos
en constante silencio. Recuerda siempre la presencia de Dios y Su nombre. No
entres en conversación con nadie, al mismo tiempo, estad despiertos en no
juzgar a aquellos que hablan y ríen. En este caso se un mudo y un sordo. Sea lo
que sea que digan sobre ti, que pase de largo por tus oídos (Instrucciones
Espirituales, 40). Para que podamos
recibir y contemplar en nuestro corazón la luz de Cristo, debemos salirnos lo
más posible de los objetos visibles. Habiendo purificado nuestra alma a través
de la penitencia, obras de caridad, y fe en Aquel que fue crucificado por
nosotros, debemos cerrar nuestros ojos corporales y sumergir nuestra mente en
nuestro corazón, donde podemos clamar la invocación del nombre de nuestro Señor
Jesucristo. Entonces, y de acuerdo al tamaño de su fervor y entusiasmo por el
Amado, el hombre encuentra gozo en el nombre pronunciado el cual, a su vez,
hace emerger el deseo de buscar una mayor y mayor iluminación. Cuando, a través
de este ejercicio, la mente se queda en
el corazón, entonces la luz de Cristo que santifica el templo del alma despunta
con su rayos divinos, como el profeta Malaquías dice: “Para ti que temes Mi
nombre, el Sol de la Justicia despuntará” (Mal 4,2). Esta luz es al mismo
tiempo vida, tal como lo dice la palabra del Evangelio: “En Él estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres” (Jn 1,4) (Instrucciones
Espirituales 28 p. 47).
esto es, recoge tu mente y únela con tu alma. Al principio, por un día o dos o
más, has esta oración con sólo la mente, lentamente, atendiendo a cada palabra
por separado. Cuando el Señor calienta tu corazón con el calor de su gracia y
te une en un espíritu, entonces esta oración va a fluir desde ti incesantemente
y siempre estará contigo, iluminándote y alimentándote. Y es esto precisamente
lo que significan las palabras de Isaías: “tu rocío es como el rocío del alba,
y la tierra dará a luz a los espíritus” (Isa 26,19). Pero tú contienes
dentro de ti este alimento del alma, es decir, conversa con el Señor,
pregúntate, ¿por qué vas de celda en celda de tus hermanos, incluso si es que éstos te han invitado? De verdad te
digo, la conversación ociosa es preciosa para el holgazán. Si no eres capaz de
entenderte, ¿puedes, acaso, discutir sobre algo o enseñar a otros? Callad, quedaos
en constante silencio. Recuerda siempre la presencia de Dios y Su nombre. No
entres en conversación con nadie, al mismo tiempo, estad despiertos en no
juzgar a aquellos que hablan y ríen. En este caso se un mudo y un sordo. Sea lo
que sea que digan sobre ti, que pase de largo por tus oídos (Instrucciones
Espirituales, 40). Para que podamos
recibir y contemplar en nuestro corazón la luz de Cristo, debemos salirnos lo
más posible de los objetos visibles. Habiendo purificado nuestra alma a través
de la penitencia, obras de caridad, y fe en Aquel que fue crucificado por
nosotros, debemos cerrar nuestros ojos corporales y sumergir nuestra mente en
nuestro corazón, donde podemos clamar la invocación del nombre de nuestro Señor
Jesucristo. Entonces, y de acuerdo al tamaño de su fervor y entusiasmo por el
Amado, el hombre encuentra gozo en el nombre pronunciado el cual, a su vez,
hace emerger el deseo de buscar una mayor y mayor iluminación. Cuando, a través
de este ejercicio, la mente se queda en
el corazón, entonces la luz de Cristo que santifica el templo del alma despunta
con su rayos divinos, como el profeta Malaquías dice: “Para ti que temes Mi
nombre, el Sol de la Justicia despuntará” (Mal 4,2). Esta luz es al mismo
tiempo vida, tal como lo dice la palabra del Evangelio: “En Él estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres” (Jn 1,4) (Instrucciones
Espirituales 28 p. 47).