Más sobre la Salvación del Pleroma y del hombre en el Ev. de la Verdad.
La salvación en el Ev. de la Verdad se da a través del conocimiento. A nivel de la Totalidad o Pleroma, este conocimiento sacia esa sed de conocer y de volver a la fuente que es el Padre y que ha provocado el surgimiento del Error y el Olvido. Dios que había sido definido como incognosible al principio de la homilía se manifiesta posteriormente a los eones como el Padre, la Madre (el Espíritu como el seno que alimenta al Hijo) y el Hijo. Esta revelación (conocimiento) restaura el orden del Pleroma. Cambia la deficiencia por perfección y la dispersión plural por la unidad. Y es que cuando se conoce al Padre la deficiencia dejará de existir…como se desvanece la oscuridad cuando aparece la luz (24, 25-25,1). En la Unidad del Padre cada eón se realizará, en el conocimiento se purificará la multiplicidad llegando ser Uno. La materia, resultado del Error y el Olvido de los eones, se consumirá a si misma como si fuese una llama (25, 16-22). Este proceso cósmico redentor se describe de manera espectacular. El Error se desconcierta, ignorando qué hacer. Se aflige, se lamenta, vacila, todo porque no sabe nada. Y es que el Error es vano, no tiene nada dentro. La Verdad (o Hijo), en cambio, es reconocida por todos los eones. Esta es la boca del Padre y su lengua es el Espíritu Santo. Ha revelado lo que de Dios estaba oculto y lo ha explicado. Pues, ¿quién existe sino el Padre solamente? (26,35-27,10).
La salvación implica el reconocer que el Todo proviene del Padre y que no hay otra raíz que Él mismo. Sólo el conocimiento manifiesta esta verdad y recupera a todos aquellos que tienen un nombre (potencial o actual) en la Unidad del Padre. Lo que no puede conocerse y conocer (aquello que no tiene nombre) simplemente no existe, es obra de la fantasía. El no conocimiento es vivir en una pesadilla. Esto se aplica tanto en el pleroma como en los hombres. Aquellos que eran ignorantes del Padre, no veían, puesto que existía terror, turbación, inestabilidad, vacilación y discordia, eran muchas las ilusiones y las vacuas ficciones que los ocupaban, como si estuvieran sumergidos en el sueño y convivieran con sueños inquietantes (29,1-15). El conocimiento es el despertar de ese estado de confusión. Cuando la luz ilumina al terror que esa persona ha experimentado, comprende que no es nada (28,30-31). Semejante es el modo de los que han rechazado la ignorancia dejos de sí, igual que no tienen en ninguna consideración el sueño, así tampoco consideran sus acciones como algo sólico, sino que las abandonan como un sueño tenido en la noche. El conocimiento del Padre lo aprecian como el amanecer (29,32-30,9). Este conocimiento que se realiza por el Hijo a través del Espíritu se relaciona con la resurrección: Habiendo tendido la mano al que yacía sobre la tierra, lo afirmó sobre sus pies, pues todavía no se había levantado (30, 19-20).