Los dos árboles: San Efrén el Sirio
Ya hemos dicho que para San Efrén el árbol de la vida simbolizaba el Santo de los santos, mientras que el árbol del conocimiento era el velo que separaba el Santo de los santos con los otros atrios del templo. Era como la puerta que conducía al árbol de la vida (III.13). El haber comido del árbol del conocimiento tiene varias implicaciones: el hombre adquiere un conocimiento que por naturaleza es objetivo, pero que es percibido en diferentes maneras, todas dependientes de la persona que se aproxima al objeto. El conocimiento siempre será subjetivo. Con esta desgracia, uno no puede sino preguntarse por qué Dios no evito la desobediencia del hombre dotándolo de inmediato con aquello que había soñado para ellos: el árbol de la vida. La respuesta está en el libre albedrío, «porque, cuando Dios creó a Adán, El no lo hizo mortal y tampoco inmortal, y esto significa que Adán por sí mismo, ya sea observando el mandamiento o trasgrediéndolo, pudiese adquirir lo que quisiese» (Coment.Gen II,17). Ahora bien, Adán y Eva no eran conscientes de la existencia del árbol de la vida por cuanto se encontraba en la cima de la montaña del Paraíso, y porque el árbol del conocimiento servía como de cortina del santuario, velando el Santo de los santos de la vista (III, 13.17). Las razones para mantener escondido a la vista el árbol de la vida: la visión de su belleza podía servir de aliciente a una recompensa siendo fieles a no comer del árbol del conocimiento (III, 9). La atracción a la belleza de sus frutos relativizaría la tentación a comer de los frutos prohibidos del árbol del conocimiento (Coment.Gen II.17). Bajo la Antigua Alianza el árbol de la vida continuo escondido a los ojos de la humanidad, sólo a partir de la crucifixión este se hizo evidente:
«Grande fue la tristeza del árbol de la vida
cuando contempló a Adán robando de allí;
se hundió en la virginal tierra y se escondió,
para explotar y reaparecer en el Golgota;
la humanidad, como aves que son perseguidas,
tomaron refugio en el árbol,
de tal modo que pudiesen regresar a su propia casa,
el cazador fue cazado mientras que las palomas
que habían sido cazadas
ahora saltaban con alegría en el Paraíso» (Himno a la Virginidad XVI, 10).
Otro aspecto importante de los frutos del árbol de la vida es la equiparación con la eucaristía como fruto diario de la Iglesia:
«La asamblea de los santos
tiene la apariencia del Paraíso:
en él, diariamente, es arrancado el Fruto
de Él quien da vida a todos» (Himno sobre el Paraíso VII, 8)
Por último, sobre el árbol de la cruz se dice que sus frutos restaura la vida a la humanidad:
«En Su amor vino hacia nosotros el bendito árbol:
la madera de uno deshizo el trabajo del otro,
el fruto de uno anulo el del otro,
aquello que trajo la muerte por lo que está vivo» (Himno a la virginidad VIII, 1).
Para más detalles: Brocks, Hymns on Paradise. 57-62