La Superioridad de Jesús sobre los ángeles en Hebreos
En la Carta a los Hebreos Jesús es quien ha ascendido a los cielos (Hb 4,14; 6,19; 9,24; 10,19ss; 12,2) y se ha sentado a la derecha de Dios en lo más alto (1,3). La exaltación de Jesús tiene que ver con el heredar el Nombre divino (1,4). La posesión de este nombre, sin embargo, no le da ninguna garantía de superioridad. Pensemos en que Yaoel o Metatrón también son portadores del nombre divino. De hecho, en general es difícil delimitar las diferencias del Cristo exaltado y la de los ángeles de primer orden como, Melquizedek, Metatrón, Yaoel, quienes también tienen atributos divinos y participan de la divinidad de Dios. La clave de la superioridad de Jesús, de acuerdo a la Carta a los Hebreos, radica más bien en lo distintivo de su vida y muerte. El sacrificio de Jesús en la cruz (9,25) es lo que posibilita su ascensión y entrada a los cielos. Desde 7,1 el autor de Hebreos trata de justificar y explicar el sumo sacerdocio de Jesús ya mencionado con anterioridad en 4,14 y 6,20. Jesús no es sacerdote de la línea de Aarón, y por lo tanto no se le permitía oficiar en el culto de Jerusalén (7,11ss). Su sacerdocio sigue la línea de Melquizedek, quien es superior a Abraham (quien es el fundador de la línea sacerdotal levítica), por cuanto recibió de éste el diezmo. La superioridad de Melquizedek se demuestra también señalando que éste no tiene genealogía ni padres, rompiendo toda idea de ascendías sacerdotales. Jesús, de la tribu de Judá, también rompe con toda idea de pedigrí al ser miembro de un sacerdocio superior (7,15ss) sin tener los antecedentes genealógicos que lo justifiquen. Su sacerdocio está ligado con su sacrificio (7,27; 9,25; 10,11) que, a diferencia de los sacrificios levíticos (9,9), establecen la adecuada relación con Dios de una vez y para siempre. Y es que los sacrificios de los sacerdotes levíticos son sólo un opaco reflejo de la realidad del templo celetial (10,1ss). Hebreos 8-10 supone dos realidades: la terrena y la celestial. La primera es sólo una copia de la segunda (8,5). Cristo trasciende la dualidad entrando en el santuario celestial, no hecho con manos humanas (9,24), y perfeccionando el culto en los cielos a través de su propio sacrificio (8,5ss). En el templo de Jerusalén un velo separaba el santo de los santos (la habitación donde estaba Dios) del resto del santuario (9,3). En esta habitación entraba una vez al año el sumo sacerdote, para el Día de la expiación (Yom Kippur), con la sangre de un cabrito y un buey sacrificados, para esparcir la sangre en este cubículo, el trono de misericordia (el arca de la alianza) y los lugares circundantes. La sangre simbolizaba la vida con la cual se purificaba el templo. En Hebreos es Jesús, en virtud de su propio sacrificio, quien entra, no ya en el santuario de Jerusalén, sino que en celestial (9,23ss; 9,13ss). Jesús va más allá del velo y entra en el santo de los santos celestial (9,3) y se sienta a la derecha de Dios (4,16; 8,1; 12,2). Este sentarse a la derecha de Dios implica su transformación en un ser celestial. Jesús es ahora es garante de la salvación para quienes le sigan (6,19ss). Para más detalles: The Mystery of God, p. 167-170.