La Hija de Pedro
La Hija de Pedro es un texto cristiano de carácter moralizante que exalsa la virginidad. Puede datarse entre los siglos III o IV. En éste vemos cómo Pedro cura en domingo a muchos enfermos, pero su propia hija yace paralítica en un rincón. Uno de los asistentes le pide que muestre el poder de Dios sanándola. ¿Por qué motivo no has socorrido a tu hija, doncella, que se ha hecho una bella mujer y que ha creído en el nombre del Señor? Uno de sus costados se halla totalmente paralizado y yace tendida en un rincón impedida (128,13-15). Pedro se muestra en un principio renuente, pero no porque no pueda sanarla. Mas Pedro sonrió y dijo: Hijo mío, Dios solamente sabe por qué razón su cuerpo está enfermo…Mas para persuadirlo en su ánimo y para que los presentes se robustecieran en la fe, miró a su hija y le dijo: Levántate de este lugar sin que nadie te ayude salvo Jesús solo; camina ya sana delante de todos éstos y ven hacia mi (129,9-130, 9). Luego de sanarla le dice: Vuelve a tu sitio, siéntate y quede nuevo contigo tu enfermedad, pues esto es útil para ti y para mi (131, 1-2). Para justificar esta acción cruel Pedro cuenta que: en el día en el que nació tuve una visión (horama) en la que El me decía, “Pedro, hoy ha nacido para ti una gran tentación. Tu hija causará daño a muchas almas si su cuerpo permanece sano” (131,15-132, 5). De hecho cuando la niña cumplió 10 años un gran hacendado, Ptolomeo de nombre, que había visto bañarse a la muchacha y a su madre, envió por ella con la intención de hacerla su esposa. Pero su madre no quiso. Ptolomeo insistió y no pudo esperar (132,11-15). A pesar que faltan algunas hojas, es fácil imaginar lo que sucedió: la secuestró y cuando Pedro tiene noticias de ello ruega a Dios para que la niña pueda mantener su virginidad. Así continua el relato: Cuando caímos en la cuenta, su madre y yo bajamos, descubrimos a la muchacha y que todo un costado de su cuerpo, desde los pies a la cabeza, había quedado paralizado y enjunto. Efectivamente, Dios había escuchado sus ruegos y había paralizado a la chica para que conservara su virginidad. Entonces Ptolomeo se arrepiente: Se encerró en sí mismo y se lamentaba noche y día por lo que había ocurrido, y a causa de las muchas lágrimas que derramó quedó ciego. Tomó la decisión de levantarse y ahorcarse (136,1- 12), cosa que no ocurrió porque vio una gran luz y una voz que le decía: Ptolomeo, los vasos (imagen para referirse a los hombres hechos de barro Gen 2,7) de Dios no han sido dados para la ruina y la corrupción. Era necesario que tú, que has creído en mí, no profanarás a mi doncella, en la que deberías ver una hermana (137,1-9). La conversión de Ptolomeo causó una gran admiración y al final murió y abandonó la vida y se fue hacia su Señor. Y cuando dispuso su testamento, inscribió en él un lote de tierra a nombre de mi hija (138, 15-139, 6). Finalmente Pedro señala, sábete, pues, ¡oh servidor de Jesucristo! Que Dios gobierna a los suyos y prepara a cada uno lo que le es bueno (13915-140,8).