Santiago (II) en el siglo segundo: justo, apóstol y sumo sacerdote
La figura de Santiago fue creciendo y evolucionando en el siglo II llegando a constituirse en un personaje relevante para varias corrientes del cristianismo primitivo. En este apartado nos fijaremos en cuatro testimonios.
El primero de ellos se presenta desde el punto de vista histórico. Eusebio en su Historia Ecclesiastica (GCSNF 6-1.166-70) guarda algunos fragmentos del cronista Hegesippus (IId.c) en los cuales se nos dice que después de Jesús el gobierno de la Iglesia pasó a Santiago el hermano del Señor y a los apóstoles. Hegesippus es el primero en señalar que toda la gente le conocía como Santiago el Justo ya que lo era desde el vientre materno (2.23.4) y porque poseía una piedad intachable: Él no bebía vino ni bebidas fuertes, tampoco comía carne; no se afeitaba la cabeza; no se ungía con aceite ni iba a los baños. Sólo a él le era permitido entrar en el santuario ya que no vestía de lana sino de lino y solía entrar sólo en el Templo donde se le encontraba de rodillas y rezando por el perdón del pueblo. Su adoración a Dios, su estar de rodillas, y su pedir perdón por el pueblo, eran tan constantes que sus rodillas se fortalecieron tanto como la de los camellos. Y es debido a su excesiva justicia que la gente le llamaba ¨el justo¨ y ¨Oblias¨ que en griego significa ¨muralla de la gente y justicia¨, tal como los profetas hablaron de él (2.23.5-7). Este texto presenta a Santiago de manera idealizada como el Sumo Sacerdote (Lev.16) lo que bien puede responder a ciertas tradiciones judeo-cristianas que lo identificaban con el mesías sacerdotal que tendría que aparecer al final de los tiempos. Siguiendo esta idea sacerdotal Eusebio agrega que la ciudad de Jerusalén fue destruída no como castigo a la lapidación de Santiago, como algunos decían, sino que eran las oraciones de éste y de los apóstoles los que mantenían a la ciudad a salvo (3.7.8). Sucedió que cuando éste ya no estaba la ciudad quedó indefensa, sin nadie que la protegiera de las manos de los romanos.
Hegesippus continúa la historia señalando que el éxito del cristianismo alarmó a los escribas y fariseos quienes celosos pidieron al justo y piadoso Santiago ayuda para detener esta propagación. Hasta este momento Santiago ha sido presentado como un judío que, si bien ha estado envuelto en la conversión de cristianos, no presenta mayores problemas al judaísmo (2.23.9). Entonces le dicen: Te suplicamos que contengas a la gente porque se están extraviando siguiendo a Jesús como si fuese el mesías. Te rogamos, porque el pueblo te obedece, que los persuadas sobre Jesús y lo sucedido desde la Pascua. Porque tanto nosotros como la gente testificamos que tú eres un hombre justo y no miras la opinión de las personas. Por lo tanto convence a la multitud para que no se equivoque respecto a Jesús porque nosotros como el pueblo te obedecemos en todo (2.23.10). Es interesante que el problema no es Jesús per se, sino las enseñanzas equivocadas respecto a su mesianismo, enseñanzas que Santiago verdadero seguidor de Jesús debe enmendar. Sin embargo, y para disgusto de los fariseos y escribas, Santiago se muestra un fiel testigo de Jesús (Mt 26,64 ; Hch 7,56): ¿Por qué me estáis preguntando sobre el Hijo del Hombre? Él está en el cielo sentado a la derecha del gran poder y va a venir entre las nubes del cielo. Entonces los escribas y fariseos furiosos deciden matarlo para con ello escarmentar al pueblo mostrando que hasta el justo ha errado (2.23.15). Así lo hacen dándole muerte. Es interesante que el retrato de Santiago coincide con los cripto-cristianos al modo de Nicodemo y José de Arimatea (Jn 3,1-2; 12,42; 19,38-39).
El segundo testimonio del siglo II que consideraremos sobre Santiago proviene de un fragmento del Evangelio de los hebreos citado por Jerónimo (De viris illustribus 2.3.16) donde Jesús después de la resurrección se apareció a Santiago por cuanto éste había prometido no comer pan desde aquella hora en que bebió la copa del Señor hasta que lo viese de nuevo resucitando entre los que duermen. Entonces Jesús le ordena que traiga una mesa y pan, y luego tomó el pan, lo bendijo,lo partió y se lo dió a Santiago el justo y le dijo, ¨Mi hermano, come tu pan porque el Hijo del Hombre ha resucitado de entre los que duermen¨ (211-13). Es interesante que para Jerónimo el que Jesús llame a Santiago mi hermano no es algo que hay que considerar literalmente. Lo que verdaderamente identifica a Santiago es el ser justo. También es significativa la autoridad que se le atribuye: es un apóstol que ha participado en la última cena; es el primer testigo del Jesús resucitado en contra de 1Cor 15.3-7; celebra una eucaristía privada con Jesús resucitado.
El tercer testimonio es de Clemente de Alejandría recogido por Eusebio quien transcribe que después de la resurrección Jesús escogió a Santiago el justo como obispo de Jerusalén (His. Eccl. 2.1.3). Más adelante escribe que el Señor resucitado le dio la tradición del conocimiento a Santiago el justo, a Juan, y a Pedro, los que la trasmitieron a los otros apóstoles quienes, a su vez, la pasaron a los setenta de los cuales Bárnabas fue uno (2.1.4). Es interesante constatar que, de nuevo, Santiago es conocido como el justo y que no se le menciona como hermano del Señor ciertamente debido a la influencia de la obra apócrifa del proto-evangelio de Santiago. También cabe destacar la alta posición que ocupa Santiago por sobre los apóstoles al ser elegido por Jesús como obispo de Jerusalén.
El cuarto testimonio es un texto apócrifo, cuya autoría se le atribuye a Santiago (25,1-3), y que tendría una gran influencia en la piedad y arte cristiano posterior: el Proto-evangelio de Santiago. Éste texto no habla mucho de Santiago sino que es una defensa de la pureza de María la madre de Jesús. En ese afán se niega una y otra vez cualquier relación de sangre entre Santiago y Jesús. Así también José, el esposo de María, es presentado como un viudo mayor que ha criado ya a sus propios hijos y que ahora está dispuesto a cuidar del embarazo de la joven virgen.
Los testimonios estudiados son de gran interés porque nos muestran cómo fue evolucionando las tradiciones en relación a Santiago. Notamos que estas fuentes del segundo siglo privilegian el carácter de justo de Santiago y tienden a omitir cualquier lazo de sangre con Jesús. El ser hermanos pasa a ser algo más figurativo que real. La alta autoridad de Santiago en la primera Iglesia no sólo es reconocida, sino que muchas veces exagerada e idealizada. Como vimos, incluso el Evangelio de los Hebreos lo pone como el primer de los apóstoles y Hegesippus llega a calificarlo como Sumo Sacerdote. A pesar del esfuerzo por colocar a Santiago en un contexto apostólico, la mayoría de los retratos lo sitúan como independiente del resto de los apóstoles. En ese sentido pareciera haber ecos históricos de las tradiciones lucanas que no lo coloca dentro de los doce.