La envidia y el amor de Dios en el Testamento de Dan y en el Evangelio de Mateo
Jesús advierte sobre el enojo y la envidia como raíces de la transgresión de la Torá. El Testamento
de Dan en el Testamento de los doce
patriarcas, nos da una idea del contexto judeo-cristiano de tales
reflexiones. El libro del Gn no nos dice nada de este personaje aparte de
mencionar las últimas palabras que Jacob le dijo junto a sus hermanos antes
de morir. El apócrifo del TestDn trata de resolver este vacío explayándose sobre la envidia y los malos deseos de Dan contra su hermano
José. Dan reconoce en su testamento: me
alegre con la venta de José, ya que mi padre lo amaba mas que a nosotros. El
espíritu de la envidia y del orgullo me decía: “Tu también eres su hijo”. Uno de los espíritus de Beliar colaboraba
conmigo y me decía: “Toma esta espada y mata con ella a José: tu padre te amará una vez muerto el” (1, 5-8). El texto es interesante porque describe como
la envidia actúa sobre la persona. La
ceguera habita en la ira, hijos míos, y no hay quien pueda ver a otra persona
con verdad. Aunque sean el padre o la madre, los considera como enemigos y,
aunque sea un hermano, no lo tiene en cuenta (2,2-3). También el patriarca
se explaya sobre la ira de una manera psicológica. Malvada es la ira, hijos míos: es como un alma en el alma misma. Se apodera del cuerpo del iracundo, se enseñorea de su alma y proporciona al
cuerpo una energía peculiar para cometer toda clase de impiedades. Y cuando el
alma ha obrado, justifica lo realizado, puesto que ya no ve (3, 1-3). ¿Cuál
es entonces el remedio? Al igual que Jesús en el Evangelio de Mateo, el autor
cree que es la observancia de la Ley la que protege al sujeto. Guardad, pues, hijos míos, los mandamientos
del Señor y observad su ley. Apartaos de la cólera y odiad la mentira, para que
el Señor habite en vosotros y huya Beliar. Que cada uno hable verdad a su prójimo; así no caeréis en ira y confusión, sino que permaneceréis en paz en posesión del Señor de la paz y no se apoderaran de vosotros los conflictos. Amad
al Señor durante toda vuestra vida, y unos a otros con un corazón verdadero (5,1-3).
de Dan en el Testamento de los doce
patriarcas, nos da una idea del contexto judeo-cristiano de tales
reflexiones. El libro del Gn no nos dice nada de este personaje aparte de
mencionar las últimas palabras que Jacob le dijo junto a sus hermanos antes
de morir. El apócrifo del TestDn trata de resolver este vacío explayándose sobre la envidia y los malos deseos de Dan contra su hermano
José. Dan reconoce en su testamento: me
alegre con la venta de José, ya que mi padre lo amaba mas que a nosotros. El
espíritu de la envidia y del orgullo me decía: “Tu también eres su hijo”. Uno de los espíritus de Beliar colaboraba
conmigo y me decía: “Toma esta espada y mata con ella a José: tu padre te amará una vez muerto el” (1, 5-8). El texto es interesante porque describe como
la envidia actúa sobre la persona. La
ceguera habita en la ira, hijos míos, y no hay quien pueda ver a otra persona
con verdad. Aunque sean el padre o la madre, los considera como enemigos y,
aunque sea un hermano, no lo tiene en cuenta (2,2-3). También el patriarca
se explaya sobre la ira de una manera psicológica. Malvada es la ira, hijos míos: es como un alma en el alma misma. Se apodera del cuerpo del iracundo, se enseñorea de su alma y proporciona al
cuerpo una energía peculiar para cometer toda clase de impiedades. Y cuando el
alma ha obrado, justifica lo realizado, puesto que ya no ve (3, 1-3). ¿Cuál
es entonces el remedio? Al igual que Jesús en el Evangelio de Mateo, el autor
cree que es la observancia de la Ley la que protege al sujeto. Guardad, pues, hijos míos, los mandamientos
del Señor y observad su ley. Apartaos de la cólera y odiad la mentira, para que
el Señor habite en vosotros y huya Beliar. Que cada uno hable verdad a su prójimo; así no caeréis en ira y confusión, sino que permaneceréis en paz en posesión del Señor de la paz y no se apoderaran de vosotros los conflictos. Amad
al Señor durante toda vuestra vida, y unos a otros con un corazón verdadero (5,1-3).