La divinisación de Satán en Is 14
De acuerdo a la temprana interpretación de Is 14 el pecado de Satán de acuerdo a Is sería la arrogancia u orgullo de hacerse dios. En el origen, sin embargo, estamos frente a un texto político que juega con la burla (masal): «te burlarás así del rey de Babilonia» (Is 14,4). El objetivo de la burla es el rey Nabucodonosor II que había conquistado Jerusalén después de un asedio de año y medio, luego de lo cual había destruido la ciudad, su templo y deportado a la aristocracia y gente influyente a Babilonia. El drama se había originado algunos años antes, cuando un asombrado Nabucodonosor había recibido en audiencia al rey de Judá, Zedekia, luego que éste hubiese violado la alianza entre los dos pueblos que él mismo había jurado diez años antes en nombre de Yahvé. De acuerdo a este acuerdo entre Judá y Babilonia, en caso de incumplimiento de la primera, el rey babilónico podía atacarla. De hecho, ¡cuántes veces el profeta Jeremía le había advertido a su rey del peligro de desobedecer! (Jer 7,1-15; 27,12). En otras palabras, Nabucodonosor, obediente a su dios Marduk, fue a castigar a Judá, encontró resistencia, luchó con fuerza y venció a «Yahvé de los ejércitos», como le gustaba llamar Is a su Dios en los capt. 13 y 14. Nabucodonosor fue un rey en verdad bastante exitoso para los canones de la época. Su reinado fue largo (605-562 a.c.). Construyó obras arquitectónicas magníficas en honor a su dios. Murió en paz y de edad avanzada. Como él mismo rey mando a escribir:
«Después de que el Señor, mi divino hacedor, me hizo, Marduk, hizo que mi forma fuera construida dentro de mi madre. Cuando nací y fui creado, busqué continuamente la guía de los dioses y siempre seguí el camino de los dioses. Continuamente presté atención a las actividades creativas de Marduk, el gran Señor y el Dios que me hizo […] Sin ti, mi Señor, ¿qué existe? Estableces la reputación del rey a quien amas, cuyo nombre pronuncias y que te agrada. Usted hace que su reputación sea de justicia y establece una via directa para él. Soy el príncipe que te obedece, la creación de tu mano. Me engendraste y me confiaste el gobierno sobre todos los pueblos […] Haz que el temor de tu divinidad esté en mi corazón (Benjamin R. Foster, Before the Muses: An Anthology of Akkadian Literature 2ed. (Bethesda: CDL, 1996) 2.726-729).
Sin embargo, y como hemos dicho al inicio, esta no fue en absoluta la perspectiva del profeta Is. Para éste, como para los siguientes profetas, el rey babilónico había pecado de orgullo, se había hecho adorar al modo divino, y en consecuencia había sido castigado por Dios quien lo hizo caer desde las alturas. Nabucodonosor se había adjudicado cualidades divinas. La primera parte del texto de Is es la «declaración de victoria»:
« Cómo ha terminado el tirano y acabado su arrogancia! Yavé ha roto el palo de los malvados, el bastón de los opresores, que les pegaba a los pueblos con rabia, golpeándolos sin cesar, y oprimía con furia a las naciones, persiguiéndolas sin descanso. La tierra está ahora tranquila y quieta y retumban las aclamaciones. Aun los cipreses y los cedros del Líbano se alegran, diciendo: «Desde que estás en la tumba, ya no tenemos que temer al leñador»» (Is 14,4b-8).
En esta sección, Nabucodonosor es llamado «tirano» (mer hebab) que se relaciona con Rahab, el nombre para el monstruo del mar que representa el caos en Sal 51,9; 89,11; Is 30,7. Cuando el tirano de Babilonia muere, todos los cipreses del Libano se alegran. Esto último es curioso porque el mismo Yahvé había atacado a estos cedros en Is 2,13; 10,33-34. Esta es la primera coincidencia entre Yahvé y Nabucodonosor. Y no será la única.
La segunda parte del texto de Is es los «saludos en el Sheol» (Is 14, 9-11); la tercera, es la parte central y se llama «la caída de Helel» (Is 14,12-15):
«¿Cómo caíste desde el cielo, estrella brillante, hijo de la Aurora? ¿Cómo tú, el vencedor de las naciones, has sido derribado por tierra? En tu corazón decías: «Subiré hasta el cielo y levantaré mi trono encima de las estrellas de Dios, me sentaré en la montaña donde se reúnen los dioses, allá donde el norte se termina; subiré a la cumbre de las nubes, seré igual al Altísimo». Mas, ¡ay!, has caído en las honduras del abismo, en el lugar adonde van los muertos».
Es interesante que se compare a Nabucodonosor con la estrella de la aurora, esto es, la estrella que aparece en el amanecer y que se parece ergirse hasta que el sol pronto se manifiesta con todo su esplendor para hacerlo desaparecer de la vista.
La cuarta parte del texto se llama «el sondeo de su cuerpo» (Is 14,16-20):
«Los que te ven se fijan en ti y dicen al verte: «Este es el hombre que espantaba a la tierra, que hacía temblar a los reinos,que convertía al mundo en un desierto, que destruía las ciudades y nunca abría la cárcel a sus presos». Todos los reyes de las naciones reposan con honor, cada uno en su tumba, pero tú has sido echado a la fosa común, como una basura que molesta, como un cadáver pisoteado, cubierto de gente masacrada, de degollados por la espada. No tendrás la sepultura de los reyes, porque has desolado tu tierra y asesinado a tu pueblo: nadie, en adelante, se acordará de la descendencia de los malhechores».
Como hemos dicho, el error del Nabucodonosor histórico fue haber combatido a Yahvé y haberlo vencido. Por lo demás, fue un rey exitoso, piadoso y que murió de anciano. A los ojos de Is, sin embargo, fue como una estrella ascendente, que quería eclipsar al sol, y que fue finalmente humillada por Dios. Y si esto era verdad respecto a Nabucodonosor, también será verdad respecto a los siguientes vencedores extranjeros: los persas, los griegos, y finalmente los romanos…y por supuesto, Satanás. En Jdt leemos en relación a Nabucodonosor: «Pero él devastó todo su territorio y taló sus bosques sagrados, porque había recibido la orden de exterminar a todos los dioses del país, para hacer que todas las naciones adoraran solamente a Nabucodonosor, y todas sus lenguas y tribus lo invocaron como dios» (3,8); ««¿Quién eres tú, Ajior, y ustedes, vendidos a Efraím, para que vengan a profetizar entre nosotros como lo has hecho hoy? ¿Por qué quieres disuadirnos de hacer la guerra a la estirpe de Israel, pretextando que su Dios los protege? ¿Acaso hay otro dios fuera de Nabucodonosor? El enviará su fuerza y los exterminará de la superficie de la tierra sin que su Dios pueda librarlos» (6,2). En el Melkita de Rabi Ismael leemos: «¿Quién es como tu entre aquellos que se llaman «dioses»? El faraón se llamó a sí mismo dios, como está dicho: «El río es mío» (Ez 29,9); «Y yo me hecho a mí mismo» (Ez 29,3). Senaquerib se llamó a sí mismo dios, como está dicho: «¿Quienes son ellos entre los dioses de esas naciones?», etc (Is 36,20). Nabucodonosor se llamó a sí mismo dios, como está dicho: «Yo ascenderé sobre las alturas de las nubes», etc (Is 14, 14). El príncipe de Tiro se llamó a sí mismo dios, como está dicho: «…porque tu corazón se ha exaltado», etc (Ez 28,2). En términos generales, todos aquellos que se han levantado contra Judá y su Dios, han pecado de orgullo y serán finalmente derrotados y humillados. Ahora bien, de todos estos enemigos que se endiosan, incluido el mismo Satanás, tienen actitudes no muy lejanas a Yahvé. Y es que Éste proclama: «Me levantaré contra ellos» (Is 14,22); «Ahora me levanto, dice Yavé, y me pongo de pie con toda mi estatura» (Is 33,10). Yahvé realiza actos «elevados» y «orgullosos» (Is 12,5): «¡Canten a Yavé, pues hizo maravillas que ahora son famosas en toda la tierra!». Y es que Yahvé es orgulloso: «Pues si se perdona al malvado, no aprende la justicia y sigue haciendo el mal en la tierra del derecho, pues no teme la majestad de Yavé» (Is 26,10). Yahve descansa sobre su gloria de grandeza: «Métete entre las rocas, escóndete en el polvo, para no ver la cara de Yavé, que da miedo o que brilla majestuosa, cuando él aparezca para hacer temblar la tierra» (Is 2,10); «Irán a meterse entre las rocas, y en los huecos de la tierra, para no ver la cara de Yavé, que da miedo o que brilla majestuosa, cuando él aparezca para hacer temblar la tierra» (Is 2,19); «y se esconderá en las rocas o detrás de las piedras, para no ver la cara de Yavé, que da miedo o que brilla majestuosa, cuando él aparezca para hacer temblar la tierra» (Is 2, 21). Esta exaltación de Yahvé nos recuerda de algun modo la del mismo Nabucodonosor: «Voy a castigar a todo el mundo por su maldad y a los impíos por sus crímenes; acabaré con el orgullo de la clase alta y humillaré la soberbia de los dictadores» (Is 13,11); «Babilonia, la perla de los reinos, la joya y orgullo de los caldeos, será como Sodoma y Gomorra, arrasada por Dios» (Is 13,19); «Tu esplendor junto al sonido de tus arpas ha sido lanzado al lugar adonde van los muertos, tienes gusanos como tu cama y, para cubrirte, lombrices» (Is 14,11).
Posteriormente Orígenes (Sobre los primeros principios I.5.5) dirá que el mismo nombre de Lucifer, o «portador de la luz» indica que en un principio era un ser de luz. Sin embargo descendió de los cielos como un apostata. En sus Hom.Nm I2.4.4. el teológo alenjandrino pone Is 14,13-14 en la boca de Satanás y lo acusa de orgullo y de divinisarse. Metodio de Olimpo (+ 311) ofrece la siguiente versión del mismo mito: «el diablo también era una estrella de la aurora brillante (Is 14,12)…Él estaba con los ángeles elevándose desde la luz. Él era la temprana estrella de la aurora, pero calló, se estrelló contra el suelo, y llegó a ser el supervisor de cualquiera se opusiese a la humanidad (Is 14,13-15)» (Res. I. 37.5-7). Gregorio de Niza dira que Lucifer se hizo arrogante en la presencia del Altísimo, y puso su corazón sobre un trono sobre las nubes. De acuerdo al teólogo, «él pagó un pena digna de su locura, porque él fue condenado a ser obscuridad en vez de luz, o dicho de otro modo, él llegó a ser lo que fue por él mismo»(Or 6.13; ver también: Or 36.5).Para más detalles: M.D. Litwa, Desiring Divinity, Self-deification in Early Jewish and Christian Mythmaking, p.29- 46