La Carta a los Hebreos y el fin de la Alianza Mosaica
Dentro de los própositos del autor de Carta a los Hebreos está el demostrar que la alianza instaurada por Jesús supera a la de Moisés y la deja absoleta. Esto es fundamental porque algunos de los miembros de la comunidad la estaban abandonando: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras, sin abandonar vuestra propia asamblea, como algunos acostumbran hacerlo» (10,24-25). Para ello el autor compara distintos aspectos que caracterizan a la una y a la otra para apuntar a la supremacia de la primera. Por poner algunos ejemplos, la » primera alianza tenía sus ritos litúrgicos y su santuario terreno» (9,1), en cambio, «es la suya [de Cristo] una tienda de la presencia más grande y perfecta que la antigua, y no es hechura de hombres, es decir no es de este mundo. En ese santuario entró Cristo de una vez y para siempre» (9,11-12). Esta misma idea se repite más adelante cuando se dice que «Cristo no entró en un santuario construido por hombres- que no pasa pasa der simple imagen del verdadero-sino es el cielo mismo» (9,24). La superioridad de la nueva alianza inaugurada por Cristo se apoya también en el hecho que su sacerdocio es superior al levítico. Es verdad que el autor de la homilia reconoce la legitimidad del sacerdocio levítico de carácter hereditario: «Es cierto que los hijos de Leví que reciben el sacerdocio tienen orden según la Ley de percibir el diezmo del pueblo, es decir, de su hermanos, aunque también proceden éstos de la estirpe de Abraham». Ahora bien, cuando afirma los derechos hereditarios que corresponden a los levitas, lo que en realidad pretende es poner de relieve la superioridad del sacerdocio de Melquisedec del cual deriva el de Cristo. Esto por varias razones, primero porque el sacerdocio de Cristo no depende de ningún ascendiente humano sino que deriva directamente de Dios. Lo mismo que el sacerdocio de Melquisedec, el cual «sin padre, ni madre, ni genealogía, sin comienzo de días, ni fin de vida, se asemeja al Hijo de Dios, permaneciendo sacerdote para siempre» (7,3). En otras palabras, el sacerdocio de Jesús no deriva de un linaje de carácter histórico-temporal, como courría con los sacerdotes de la antigua alianza; sino que procede, por el contrario, del «poder de una vida indestructible» (Heb 7,16) y de haber sido «elevado» al sacerdocio, en un juego de palabras en griego que establece una analogía entre la elevación al sacerdocio y la resurrección (7,11). Por lo demás si el sacerdocio levítico desciende de Abraham, el hecho que éste le pagase el diezmo a Melquisedec pone el sacerdocio de éste, y de Jesús, en un lugar de preminencia (7,2). Por último, la perdurabilidad del sacerocio de Melquisedec y de Jesús frente a la temporalidad del levítico: mientras que el primero es eterno, el segundo es perecedero. En 7,8 se nos dice que «los levitas que reciben ese diezmo son hombres que mueren», en tanto que el sacerdocio de Jesús pertenece a «uno del que se atestigua que vive». Más aún, la superioridad de Jesús es también sobre los ángeles, esos «espíritus encargados de un ministerio» (1,14) que sirven en el templo celestial. En primer lugar, el autor afirma claramente la superioridad de Jesús diciendo que, una vez que él entra en los cielos después de su muerte sacrificial «es adorado por todos los ángeles» (1,6). En segundo lugar, en Heb 1, 7-8 se contrasta la naturaleza mutable de los ángeles, a los que se caracteriza como «llamas flameantes», con la inmutabilidad del trono dado al Hijo. En tercer lugar lugar, Moisés había recibido la Torá a través de los ángeles (2, 2-3), mientras que en la Nueva Alianza dada «en estos días, que son los últimos», Dios ha hablado directamente a través del Hijo (Heb 1,2). Además ningún ángel ha sido exaltado como él, quien, al ascender a los cielos, fue ungido sumo sacerdote con el óleo de la alegría (Heb 1,9) y entronizado al sentarse a la diestra de Dios (1,13). En esta misma linea, en Heb 1,4 se insiste en que Jesúsestá «por encima de los ángeles», lo que se refleja en el «nombre excelente que recibió». De este modo se pregunta retóricamente en 1,5: «¿A qué ángel dijo Dios alguna vez: «Tu eres mi hijo, yo he dado la vida hoy? ¿Y de qué ángel dijo Dios: «Yo seré para él un padre y el será para mí un hijo?». Más aún, de acuerdo con Hebreos, Jesús es el «sumo sacerdote que está sentado en los cielos a la derecha del trono de Dios, como ministro del santuario y de la verdadera tienda de la presencia erigida por el Señor, y no por el hombre» (8,1-2). Ahora bien, lo realmente distintivo de esta Nueva Alianza es que se realiza una vez que se ha realizado la purificación de los pecados del pueblo (1,3). La muerte expiatoria de Jesús, y el carácter mediador del mismo, se repite varias veces a lo largo de la Carta (Heb 6, 19-20; 9,24). Por medio de su entrega, Jesús ha inaugurado la nueva alianza y la consumación de los siglos (7,27; 9,25;10,11). La Nueva Alianza produce la redención para siempre. «Ahora en ese santuario entró Cristo de una vez y para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de toros, sino con su propia sangre (9,12). De esta manera, el pueblo tiene acceso al santuario, anteriormente reservado al sumo sacerdote: «Tenemos libre entrada en el santuario gracias a la sangre de Jesús, que ha inaugurado para nosotros un camino nuevo y vivo a través del velo de su carne (10, 19-20).
La superioridad de la nueva alianza, que anula la antigua, no ignora el rol destacado que jugó Moisés en la historia de Israel. Por ejemplo, se pone de relieve la fidelidad diciendo, en alusión a Nm 12,7 (LXX) que «fue digno de crédito en toda su casa en calidad de servidor» (Heb 3,5). No obstante, Jesús merece «tanta mayor gloria que Moisés» (Heb 3,3) porque ha sido «coronado de gloria y honor » (2,9). Si la gloria que recibio Moisés está determinada por el reconocimiento que Dios da a su fidelidad (Nm 12,7), la mayor gloria de Jesús resulta de su muerte ejemplar, que lo convierte en sumo sacerdote. Por otra parte, el encuentro de Moisés con Dios en el Sinaí se describe de tal manera que resaltn el temor y la distancia. En 12, 18-19 aparecen imágenes como el fuego encendido, la oscuridd, la tiniebla, la tempestad, el sonido de la trompeta y la voz de una palabras. En Heb 12, 21 Moisés dice: «Estoy atemorizado y estremecido». La nueva alianza, en cambio, se caracteriza por el hecho que los cristianos se acercan al monte Sion , que es también «la ciudad del Dios vivo y la Jerusalén celestial» (12,22). Est es la «patria celestial» (11,6), el «reino inconmovible» (12,28) o «ciudad permanente» (13,14)
Uno de los objetivos que el autor de La Carta a los Hebreos es demostrar que la alianza instaurada por Jesús supera a la de Moisés y la deja absoleta. Para cumplir su objetivo, el autor compara los distintos aspectos que caracterizán a la una y a la otra para apuntar a la supremacia de la nueva alianza. Sólo algunos ejemplos nos mostrarán a qué nos referimos.