La caída del Logos en el Tratado Tripartito
En entradas anteriores hemos estudiado el rol del Padre, el Hijo y la Trinidad en el Tratado Tripartito (como modelo del gnosticismo valentiniano) para comparar con el Apócrifo de Juan (como modelo del gnosticismo setiano). En éste último el drama se desencadena cuando la Sabiduría “deseó manifestarse en una imagen salida de sí misma sin querer del Espíritu, que no lo consentía, y sin su consorte, que no daba su aprobación. Y aunque no lo consentía su personificación masculina, y sin haber obtenido su acuerdo, y a pesar de haberlo premeditado sin el consentimiento del Espíritu…ella siguió adelante” (P.9). Lo que está de fondo es el deseo o pasión desordenada de la Sabiduría que transgrede el orden divino del pleroma desencadenando la realidad material. Algo parecido sucede con el Tratado Tripartito donde el trasgresor no será la Sabiduría sino el Logos. Este es el último de los eones, su pasión será querer aprehender la incomprensibilidad del Padre. La intención del Logos no es mala, de hecho es lo que todos los eones pretenden. El problema es que el Logos ha actuado sin la anuencia del Padre: “De manera que guardan silencio (los eones) ciertamente sobre la inaccesibilidad del Padre, pero hablan sobre la voluntad de comprenderlo. Esto sucedió a uno de los eones que intentó comprender la inconcebibilidad y darle gloria, y asimismo la inefabilidad del Padre, y era un Logos de la Unidad y era uno” (75, 15-23). Así, el Logos se lanzó para dar gloria al Padre, aun cuando hubiera emprendido algo que superara su capacidad al querer producir un ser perfecto, a partir de un acuerdo en el que no estaba y sin poseer el control. Esta imprudencia se puede explicar porque este eón era el último al haber sido producido para asistencia mutua y el más joven de edad. En otras palabras, actuó irreflexivamente, por un amor desbordante. Esta es una diferencia importante al momento de describir esta pasión desordenada, su origen es bueno, sus medios insuficientes. Efectivamente, el Logos quiso comprender a Dios, sin embargo, debido a su insuficiencia, lo que quiso retener y alcanzar lo engendró como sombras, imágenes, y semejanzas (lisiones, faltas de palabra y de luz), porque no fue capaz de sostener la visión de la luz, pero miró a la profundidad y dudó. A partir de aquí hubo una división y una desviación. Lo importante es constatar que de esta duda y división nacieron olvido e ignorancia de sí mismo y de lo que es (77,10-25). En un lenguaje que nos recuerda el Evangelio de la Verdad, el autor nos dice que lo que había producido (el Logos) se tornó débil como una naturaleza femenina a la que ha abandonado su masculinidad. Porque ciertamente desde lo que era deficiente en el mismo nacieron aquellas cosas que existieron desde su pensamiento y de su arrogancia (78,10-20). Otra diferencia importante con el Apócrifo de Juan estriba en que en el Tratado Tripartito el Padre había producido al Logos para que estas cosas que sabía que eran necesarias sucedieran. Todo se encapsula en el misterio o plan salvífico de Dios. Nada es producto de un azar (76,8-77,8).
De la acción de querer aprehender al Padre, el Logos genera tres emociones que se corresponden con las distintas realidades: pasiones irracionales (mundo material), arrepentimiento (mundo físico), y alegría (mundo espiritual). Existe una suerte de generación de «mundos», unos contenidos en los otros, que se derivan del Logos. El primero es el orden material que deriva de la generación defectuosa que ha producido su error o sus pasiones irracionales al querer aprehender al Padre. Sin embargo, el Logos se convierte al bien (80,11-85,15) y de esta conversión (arrepentimiento) se genera el orden físico: el logos se desarrolló más y se angustió, sin saber qué hacer: en lugar de perfección vio deficiencia; en lugar de fusión vio división; en lugar de estabilidad vio desorden; en lugar de reposo, agitación. Tampoco le era posible hacer que cesaran en su amor al desorden, ni tampoco destruirlo (8,11-25). Después de la conversión se vuelve a sí mismo a través de plegarias, y es que el Logos era bueno (81, 19-30). Es una plegaria que le lleva a recordar de dónde viene, cual es su verdadera identidad. Esta plegaria de súplica, por lo tanto, era una ayuda para que retornara hacia sí al Todo, porque fue causa del recuerdo de él que a los que habían existido desde el principio los recordara” (82, 1-9). Este arrepentimiento (o nostalgia), se describe más adelante de la siguiente manera: Los seres anteriores, pues, son como olvido y sueño pesado, siendo como los que tienen sueños agitados, a los que sucede que se los persigue mientras que están encerrados por un cerco (82, 30-35). Vivimos en un sueño pesado del cual tenemos que despertar y así alegrarnos del mundo espiritual. Y esta es otra diferencia fundamental con el gnosticismo setiano. En medio de este mundo visible en el cual vivimos también se encuentra la presencia de nuestro verdadero origen en el pleroma divino, a partir del mundo físico (arrepentimiento, añoranza) y el mundo espiritual (la alegría del convertido). Nuestro mundo no es del todo malo para el Tratado Tripartito.