Influencias de «La vida de Adán y Eva» (versión griega) en el pensamiento paulino
“Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual. Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adam en ánima viviente; el postrer Adam en espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre, es de la tierra, terreno: el segundo hombre que es el Señor, es del cielo. Cual el terreno, tales también los terrenos; y cual el celestial, tales también los celestiales. Y como trajimos la imagen del terreno, traeremos también la imagen del celestial” (1Cor 15,44-49).
Como descendientes de Adán compartimos su semejanza mortal. Ahora bien, la mortalidad de Adán es fruto de su pecado o desobediencia de Dios. Pablo lo dice claramente en la carta a los Romanos:
“ No obstante, reinó la muerte desde Adam hasta Moisés, aun en los que no pecaron á la manera de la rebelión de Adam; el cual es figura del que había de venir. Mas no como el delito, tal fue el don: porque si por el delito de aquel uno murieron los muchos, mucho más abundó la gracia de Dios á los muchos, y el don por la gracia de un hombre, Jesucristo. Ni tampoco de la manera que por un pecado, así también el don: porque el juicio á la verdad vino de un pecado para condenación, mas la gracia vino de muchos delitos para justificación. Porque, si por un delito reinó la muerte por uno, mucho más reinarán en vida por un Jesucristo los que reciben la abundancia de gracia, y del don de la justicia. Así que, de la manera que por un delito vino la culpa á todos los hombres para condenación, así por una justicia vino la gracia á todos los hombres para justificación de vida. Porque como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituídos pecadores, así por la obediencia de uno los muchos serán constituídos justos” (Rom 5,12-19).
La misma idea se expresa en 1Cor 15, 21-22: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adam todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados”. La consecuencia del pecado de Adán es la muerte. En 1Cor 15,50 leemos: “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios; ni la corrupción hereda la incorrupción”.
Todos estos ejemplos que relacionan el pecado de Adán con la mortalidad (y Jesús-nuevo Adán con el don de la resurrección) bien pueden derivar de una reflexión sobre Gn1-3. El asunto está en que según Pablo la mortalidad no es la única consecuencia de la trasgresión de Adán. También hay una mención explícita a la perdida de la gloria divina que transparentaba Adán. Y esta reflexión no se deriva de Gn 1-3. Por ejemplo, en Rom 3,23 : “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rm 3,23). En Rm 1,23 esta realidad se expresa en la siguiente sentencia: “Y trocaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, y de aves, y de animales de cuatro pies, y de serpientes”. En la versión griega de la “Vida de Adán y Eva” la perdida de la gloria es un elemento fundamental que se produce a consecuencia del primer pecado. Lo que parece también tener alguna influencia en Pablo es el hecho de que en este apócrifo la gloria y la justicia de Dios se equiparan. Fijémonos también como se interpreta la desnudez de Eva como el el caer en la cuenta del estar desprovisto de la gloria y la justicia (analogables) divinas. Por ejemplo, cuando Eva narra el primer pecado llega al clímax señalando: “Incliné la rama hacia la tierra, cogí la fruta y comí. En ese preciso momento se abrieron mis ojos y supe que estaba desprovista de la justicia que me cubría. Y rompí a llorar diciendo: ¿Por qué me hiciste esto y me he visto desprovista de la gloria que me cubría?” (19-20). Adán también clamará algo similar cuando reprende a su mujer: “Mujer perversa, ¿qué has hecho con nosotros? Me has privado de la gloria de Dios” (21). La reacción de Dios en este apócrifo no se deja esperar y resuena especialmente furiosa: “En ese mismo momento oímos al arcángel Miguel, que hacía sonar la trompeta convocando a los ángeles con estas palabras: Esto dice el Señor, venid conmigo al paraíso y escuchad la palabra con la que juzgo a Adán…Apareció Dios en el paraíso sobre un carro de querubines, mientras los ángeles le entonaban himnos. En cuanto penetró Dios en el paraíso, reverdecieron todas las plantas de la parcela de Adán y de la mía, y el trono de Dios donde se hallaba el árbol de la vida entró en sazón» (22). A continuación se sigue la dura sentencia divina, que nos recuerda también la dureza con la que Pablo habla del castigo divino y que contrasta con la justicia divina en Rom 1, 16-18: “porque no me avergüenzo del evangelio: porque es potencia de Dios para salud á todo aquel que cree; al Judío primeramente y también al Griego. Porque en él la justicia de Dios se descubre de fe en fe; como está escrito: Mas el justo vivirá por la fe. Porque manifiesta es la ira de Dios del cielo contra toda impiedad é injusticia de los hombres, que detienen la verdad con injusticia”. La ira de Dios se dirige en primer lugar a Eva, quien, una vez que ha pecado, no es fiel a la verdad y miente tentando a Adán sobre las consecuencias de comer del fruto: “Ven, mi señor Adán, hazme caso y come de la fruta del árbol que Dios nos prohibió comer y serás como Dios”. Vuestro padre me respondió en estos términos: “Temo que se enfade Dios conmigo”. Pero yo le repliqué: “No temas, pues una vez que comas conocerás lo bueno y lo malo” (21). La falta a la verdad de parte de Eva tiene como consecuencia la pérdida de la inmortalidad y de la gloria divina, tal como se trasluce en el pecado del hombre según Pablo: “Porque manifiesta es la ira de Dios del cielo contra toda impiedad é injusticia de los hombres, que detienen la verdad con injusticia: Porque lo que de Dios se conoce, á ellos es manifiesto; porque Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterna potencia y divinidad, se echan de ver desde la creación del mundo, siendo entendidas por las cosas que son hechas; de modo que son inexcusables: Porque habiendo conocido á Dios, no le glorificaron como á Dios, ni dieron gracias; antes se desvanecieron en sus discursos, y el necio corazón de ellos fue entenebrecido. Diciéndose ser sabios, se hicieron fatuos, Y trocaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, y de aves, y de animales de cuatro pies, y de serpientes” (Rm 1,18-23).
Además de la mortalidad y la pérdida de la gloria, otra consecuencia del pecado de Adán y Eva es la enemistad entre el hombre y las bestias. Si en el paraíso estás servían al hombre en un orden jerárquico muy armónico (Gn 1,26), una vez que éste pecó los animales aparecen como peligrosos. En la “Vida de Adán y Eva” cuando esta va con su hijo al paraíso en busca del aceite del árbol de la vida que puede sanar a Adán, se encuentran con una fiera que lucha contra Set. Entonces Eva se echa a llorar y luego increpa a la bestia gritándole: “Tú, fiera perversa, ¿no temes atacar a la imagen de Dios? ¿Cómo se ha abierto tu boca? ¿Cómo se han atrevido tus dientes? ¿Cómo no te acordaste de tu sumisión, de que antes estabas sometida a la imagen de Dios?” (10). La respuesta de la fiera no deja de ser sorprendente: “Tu arrogancia y tu llanto no van contra nosotros, sino contra ti misma, puesto que de ti surgió el comportamiento salvaje. ¿Cómo se abrió tu boca para comer del árbol que Dios te había prohibido comer? Por eso se transformó también nuestra naturaleza” (11). Algo en esta línea está presente también Rm 1,23 donde la idolatría (el hombre reverenciando imágenes de animales) también significa el truncar el orden natural : “Y trocaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, y de aves, y de animales de cuatro pies, y de serpientes”; Rm 1,25: “Los cuales mudaron la verdad de Dios en mentira, honrando y sirviendo á las criaturas antes que al Criador, el cual es bendito por los siglos”.
Ahora bien, mencionemos de igual modo las diferencias entre Pablo y la “Vida de Adán y Eva” (versión griega). La transformación del creyente para Pablo se da cuando éste se hace a la imagen de Dios que se ha manifestado en Cristo. Esto significa que el creyente es capaz de reflejar la gloria divina que se manifiesta en Cristo. En la Vida de Adán y Eva la gloria perdida no se asocia con la imagen de Dios (implícitamente sería con la semejanza), de hecho el hombre nunca ha perdido la imagen. En la Vida de Adán y Eva, el proceso escatológico de la recuperación de la gloria no es tan fuerte como en Pablo. Lo que sí es predominante sería la entronización de Adán al final de los tiempos. Esta implicaría el recuperar la gloria divina a través de un proceso. Cuando Dios finalmente se compadece de Adán, uno de los serafines de siete alas “arrebató a Adán llevándolo hasta la laguna del Aqueronte y lo bañó delante de Dios. Hizo que yaciera allí tres horas y de esta manera extendió sus manos el Señor de todas las cosas, sentado sobre su trono santo, levantó a Adán y se lo entregó al arcángel Miguel diciéndole: Llévalo al paraíso hasta el tercer cielo y déjalo allí hasta aquel gran día terrible que voy a preparar para el mundo” (37). Y es que Dios se había compadecido del Hombre: “Aunque te digo que convertiré su alegría en tristeza (la del demonio) y tu tristeza en alegría. Me arrepentiré y te estableceré en tu estado original sobre el trono del que te engañó. Y aquél será arrojado a este lugar, para que estés sentado encima de él. Entonces será condenado él, y los que le hicieron caso se entristecerán mucho y llorarán al verte sentado sobre tu precioso trono” (39). Aunque podemos reconocer un eco paulino en los últimos versículos del capítulo 15, donde más paralelos encontramos sería en Ap 12,9 y Mt 5,22; 18,9.